● | cuatro

2.6K 394 18
                                    

La ausencia de Babenne se alargó varios meses, su mayor récord hasta la fecha. En todo aquel tiempo que transcurrió con nuestra madre ausente y sin la presencia física de nuestra abuela, mis hermanas y yo conseguimos crear una nueva rutina. Jocelyn seguía pasando cada vez más tiempo en su habitación; Wendy se ausentaba de casa, quizá para repetir lo mismo que yo había presenciado en aquel callejón meses atrás, y yo había encontrado algo que pudiera llenar mis horas vacías.

Nain había continuado enseñándonos cosas de brujas y descubrí que mi habilidad con las mezclas y pociones era lo bastante buena para que decidiera ganar un dinerillo extra vendiendo por internet algunos de los «remedios» —como así había querido bautizar a las pociones que nos enseñaba la abuela— y otros productos naturales. Eso levantaba algunas bromas por parte de Wendy, que dentro de poco cumpliría años, alcanzando la edad necesaria para decidir si quería hacer su sacrificio, y cuya nueva obsesión era aquel candente tema que Jocelyn no quería ni oír mentar. Mi otra hermana me apoyaba con mi idea de resultar de utilidad, de conseguir algo que no nos obligara a depender únicamente de la fortuna familiar.

Fantine parecía haberse esfumado de nuestras vidas y cada una de nosotras había encontrado su papel dentro de aquella nueva rutina que habíamos adoptado tras el abandono de Babenne, presa de otro de sus berrinches.

Suspiré mientras observaba la siguiente remesa que había fabricado de uno de los productos que más solía vender. Mis ventas aún eran modestas, pero confiaba en que mi éxito subiera con el paso del tiempo; además, las ventajas que me proporcionaba internet me ayudarían a salir adelante. Me ayudaba a llegar a muchas más personas... y mantenía mi identidad en secreto.

Dudaba que alguien del pueblo que conociera quién era en realidad quisiera comprar alguno de mis productos tras las truculentas historias que corrían sobre mi familia.

Desvié la mirada del puchero donde había dejado macerar aquella poción cuando escuché que alguien entraba en la cocina. Las opciones sobre quién era resultaban limitadas, y tenía mis preferencias; mi cuerpo se relajó al comprobar que se trataba de Jocelyn, que llevaba puesta su ropa de deporte. Últimamente mi hermana se había aficionado a correr por el vecindario, alegando que le ayudaba a desconectar cuando los asuntos de la familia le resultaban demasiado agobiantes.

O cuando Wendy decidía mortificarla con el espinoso tema del sacrificio.

La mirada de Jocelyn se mostró particularmente interesada en el puchero y yo esbocé una tímida sonrisa mientras me hacía un lado, permitiéndole que le echara un vistazo... y quizá me diera su visto bueno. Confiaba en los consejos de Jocelyn. Confiaba en ella.

Mi hermana se acercó, olfateando el aire.

—¿Le has echado hierbabuena? —preguntó distraídamente.

Asentí, retorciéndome de manera inconsciente las manos. Desde niña siempre había buscado la aprobación de Jocelyn y, antes de que las cosas se torcieran, también de Wendy; al ser la menor de las tres, me había sentido un tanto apartada. Alejada de mis dos hermanas mayores.

Jocelyn agitó con la cuchara de madera la mezcla que estaba macerando.

—He visto algo de movimiento en la casa de al lado —comentó mi hermana, todavía concentrada en el líquido.

Fruncí el ceño. La casa de al lado llevaba mucho tiempo deshabitada, aunque Wendy había afirmado que estaban reformándola; quizá los dueños de la propiedad habían decidido invertir algo de dinero en cambiar su aspecto, creyendo que eso facilitaría la venta de la propiedad hacia cualquier incauto que llegara nuevo al pueblo y no supiera qué clase de familia tenía por vecinos.

Peek a BooWhere stories live. Discover now