● | nueve

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Froté mi sien derecha mientras intentaba concentrarme en la pantalla del ordenador, en los cambios en la plantilla de la página web de la tienda que estaba haciendo. Pese a mis esfuerzos, mi mente no estaba por la labor, empecinada en retrotraerse dos días atrás, cuando Amos me había acompañado hasta las cancelas de hierro de la mansión y luego me había tendido el saco de pienso de Cerridwen; durante aquellos incómodos segundos en los que forzaba a mi mente a encontrar las palabras exactas para dar por finalizado aquel extraño encuentro que habíamos tenido en el supermercado y que nos había conducido hasta allí vi a Amos desviando la mirada hacia mi espalda. No me hizo falta girarme para saber que estaba contemplando la imponente fachada de Ravenscroft Manor; al contrario que las otras casas que había en aquella privilegiada zona del pueblo, la mansión mantenía su aspecto original.

Y eso significaba que destacaba —de igual modo que lo hacía nuestra familia— entre el resto de edificaciones, de líneas mucho más modernas.

No era extraño que hubiera llamado la atención de Amos y que esa curiosidad lo hubiera empujado a colarse en el patio trasero, creyendo que se trataba de una mansión abandonada.

Mordí mi labio inferior al recordar el modo en que Amos se había encargado de romper el silencio que se había instalado entre nosotros, despidiéndose con una educada sonrisa y echando a andar hacia su casa, que estaba justo al lado de Ravenscroft Manor. Después de ello, de aquel fugaz encuentro, me había obligado a dejar el asunto aparcado y olvidado; me limité a seguir con mi rutina, pero mis esfuerzos no estaban teniendo el resultado que esperaba.

—¡¡¡DEVIN!!!

Pegué un blinco sobre el colchón al escuchar aquel aullido que había conseguido perforar mis oídos. Giré el cuello hacia la puerta abierta de mi dormitorio, donde Wendy me contemplaba con una expresión de enojo; me fijé en que utilizaba las viejas prendas que reservaba para estar por casa y una parte de mí sintió un inmenso alivio ante la idea de que mi hermana no decidiera escaparse de nuevo.

Wendy entró en la habitación, cruzándose de brazos mientras continuaba fulminándome con la mirada.

—Te he estado llamando durante varios minutos —me espetó, molesta—. ¿En qué estabas pensando?

Sentí un repentino ardor en las mejillas, temiendo que mi hermana pudiera tener una ligera pista. Me vio aquella mañana, cuando intentaba hacer que Amos pusiera la máxima distancia posible entre la mansión —entre mi familia— y aquel chico que buscaba a su traviesa mascota; por no hablar de lo que el propio Amos me había contado, sin darle importancia: que Wendy había estado interactuando con su familia, incumpliendo las normas que habíamos decidido seguir para pasar inadvertidas. Para evitar que alguien pudiera averiguar que Babenne se había marchado hacía meses y que estábamos completamente solas.

—En nada —gruñí.

El enfado se difuminó del rostro de Wendy, siendo sustituido por una enorme y viperina sonrisa. Jocelyn se había marchado temprano, animada por la oportunidad que le había surgido en su deseo de encontrar un trabajo propio; Wendy se había burlado abiertamente de nuestra hermana cuando ella había hecho el anuncio, creyendo que Wendy podría unirse a su idea.

Vi a mi hermana señalar la zona de sus pómulos.

—Te has puesto colorada —comentó, mofándose de mí.

Su apreciación hizo que mi enrojecimiento fuera a peor, animando a mi hermana a acercarse más a mí. Dejó escapar una risita cargada de crueldad, lo que indicaba que no iba a mostrar piedad conmigo; pero decidí no caer en su trampa, por lo que me mantuve en silencio. Rezando para que el calor que sentía en las mejillas se apagara de una vez por todas.

Peek a BooWhere stories live. Discover now