● | veintiuno

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La taza resbaló de mis manos ante aquella sorpresiva entrada. Wendy, haciendo gala de unos reflejos casi felinos, logró frenar en seco el objeto antes de que impactara contra la madera de la mesa, derramando el poco contenido que pudiera tener.

El objeto flotó en el aire mientras mi hermana y yo seguíamos conmocionadas por la repentina entrada de Babenne en la cocina, como si no hubiera encontrado su cama vacía unas horas antes; como si no nos hubiera hecho temer que hubiera desaparecido de nuevo, huyendo tras tener que hacer frente a la verdad que le habíamos expuesto sobre su papel como madre y la inexistente relación que manteníamos.

Nuestra madre alternó sus ojos azules entre nosotras, extrañada por las expresiones parejas de estupefacción y confusión que teníamos Wendy y yo.

—¿Qué sucede? —nos preguntó, yendo hacia uno de los armarios de la cocina para coger una taza—. Ni que hubierais visto a un fantasma...

Se rió de su propia broma y empezó a prepararse un café para sí misma. Con Babenne dándonos la espalda, dirigí mi mirada hacia Wendy; mi hermana aún seguía aturdida por la presencia de Babenne, quizá por eso no había hecho ningún comentario insidioso todavía.

Sus ojos verdes no tardaron en adoptar un brillo que reconocía bastante bien: era el que indicaba que había puesto a maquinar a su oscura cabecita. Mientras tanto, Babenne parecía ajena a todo y continuaba con la titánica labor de servirse una taza del café que había terminado de preparar; la estudié de pies a cabeza, repasando aquella bata y aquel descuidado peinado, atuendo que no parecía indicar que hubiera abandonado la mansión en ningún momento.

Pero yo había visto su dormitorio.

Lo había encontrado completamente vacío...

—Dime, Babenne —la sedosa voz de Wendy me hizo salir de golpe de mis propias ensoñaciones—, ¿cómo has dormido? Debe resultarte extraño el colchón que abandonaste tanto tiempo atrás...

Babenne se giró hacia mi hermana con los labios fruncidos y aferrando su humeante taza con más fuerza de la necesaria.

—Me enternece tu interés por mí, Wendy —replicó nuestra madre con un tono gélido—. A propósito, ¿dónde está Jocelyn?

Wendy retorció sus labios en una sonrisa cruel, advirtiendo una oportunidad para dejar salir su veneno y crueldad.

—Trabajando —respondió con retintín.

Mi madre no pareció muy conforme con el paradero de nuestra hermana mayor. Sus ojos destilaban decepción y desdén al saber que Jocelyn, para impedir que tuviéramos que depender tanto de la herencia familiar, se hubiera rebajado a algo tan mundano como buscar un trabajo; no pude evitar pensar en que, al menos en eso, Wendy y Babenne compartían la opinión respecto a la decisión de Jocelyn.

Y yo respetaba a mi hermana por ello, por lo que decidí salir en su defensa, ahora que ella no estaba allí para defenderse.

—Jocelyn creyó conveniente que no tocáramos la herencia Trevellant —dije, dirigiendo mis ojos hacia Babenne—. Que pudiésemos desenvolvernos por nuestros propios medios.

Vi las comisuras de mi madre temblar antes de que dejara escapar una sonora carcajada que me hizo apretar los dientes.

—Oh, Devin, sois tan inocentes... —suspiró—. Las Trevellant no deberíamos rebajarnos a hacer cosas tan mundanas —soltó una de sus manos de la taza y mis vellos se erizaron al percibir su magia despertando perezosamente, manifestándose en un resplandor blanquecino que revistió sus dedos como un guante luminoso—. Somos brujas.

Un conocido calor despertó en el fondo de mi pecho. Wendy también había empleado esa endeble justificación cuando supo que Jocelyn había tomado la decisión de buscar un trabajo en el pueblo: ella, al igual que Babenne, creía que la magia solucionaría cualquier problema que se cruzara en nuestro camino.

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⏰ Last updated: Sep 09, 2023 ⏰

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