● | tres

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El fantasma de nain no se movió mientras Babenne montaba en cólera y trataba de que cambiara de opinión respecto, impidiendo que Fantine se quedara con nosotras en Ravenscroft Manor; mis hermanas y yo escuchamos todo el estallido de Babenne desde la baranda del descansillo que daba al vestíbulo.

Mis piernas colgaban al vacío mientras tenía la mirada perdida. Wendy y Jocelyn ocupaban mis costados, también dejando sus piernas balanceándose de un lado a otro; las dos en silencio. Fantine había optado por no acompañarnos, brindándonos esos momentos de intimidad.

Los gritos de Babenne alteraron a las pinturas de los cuadros. Observé cómo una de nuestras antepasadas bajaba el intrínseco sombrero hasta las orejas, intentando ahogar el sonido de la cólera de nuestra madre mientras exigía a la abuela que le dijera a Fantine que no iba a poner un solo pie en aquella casa.

—¡No la toleraré, maman! —rugió entonces Babenne, haciendo que algunos muebles temblaran bajo su ira—. ¡Como tampoco permitiré que viva bajo este techo después... después...!

Nain dijo algo que no logramos entender, intentando calmar los ánimos de Babenne. Y las tres nos encogimos cuando una nueva oleada de alaridos sacudió hasta los cimientos de Ravenscroft Manor; Wendy puso los ojos en blanco cuando varios cuadros estuvieron a punto de descolgarse, mandándolos directos al suelo.

—Hogar, dulce hogar... —canturreó para sí misma.

Jocelyn tenía el rostro pálido y los labios apretados; aún seguía algo impactada por lo sucedido en el cementerio. Por mi parte, recordé a Fantine y las insinuaciones que había dejado caer sobre Babenne; nuestra tía había afirmado que Babenne le tenía envidia por la libertad que había ella obtenido, huyendo bien lejos de la mansión... y la familia. Nain siempre nos había enseñado lo importante que era la familia, los lazos. La unidad.

Ahora era capaz de imaginar por qué: éramos pequeñas y nuestra madre se ausentaba cada vez con más frecuencia, y durante más tiempo en cada ocasión que desaparecía; Jocelyn y Wendy preguntaban por ella, pero yo era quien más lo hacía. En cualquier momento, siempre le preguntaba a mi abuela dónde estaba mi madre.

Y ella... nos mentía. Hasta que fuimos lo suficientemente mayores para comprender que Babenne era una mujer que adoraba vivir la vida, y que nosotras no estábamos en su lista de prioridades; al menos no en los primeros puestos. Quizá por ello la abuela se había esforzado tanto en mostrarnos la importancia de la familia: para no repetir los mismos errores que Babenne... y también Fantine.

—¡Ella nos abandonó, maldita sea! —el alarido de Babenne me hizo dar un sobresalto sobre mi trasero—. ¿Cuántas veces la llamaste para que volviera? ¿Cuántas veces le suplicaste que regresara con... nosotras? Fantine no merece estar aquí.

—Ella es una Trevellant —en esa ocasión sí que escuchamos con claridad la voz de la abuela—. Esta también es su casa.

—¡Yo también soy una Trevellant, y soy la siguiente en la línea, maman! —la ira pareció rebajarse en el tono de Babenne, como si hubiera caído en algo de repente—. Por eso mismo te ordeno que le digas a Fantine que se marche, que no volverá a poner un pie dentro de Ravenscroft Manor —hizo una pausa y la casa pareció enmudecer—. Y si lo intenta, acabaré con ella.

—Tú no eres nadie para darme órdenes, Babenne —replicó nain.

La risa que dejó escapar me puso los vellos de punta: era suave, pero con una nota de amenaza escondida bajo ella.

—Has abandonado tu cuerpo, maman —le recordó con un tono oscuro—. Has renunciado a tu mortalidad y ahora ha pasado todo a mis manos como primogénita de las Trevellant; tu espíritu, unido a esta casa, me pertenece. Por eso mismo vas a seguir mis órdenes y vas a decirle a Fantine que no se acerque aquí.

Peek a BooWhere stories live. Discover now