● | veinte

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La sensación que me produjo la cercanía de otra bruja hizo que estuviera tensa todo el trayecto. Mis ojos no pararon de saltar de un lado a otro de la manzana mientras la recorríamos, notando la agitación de mi propia magia ante una posible amenaza: las únicas brujas que vivíamos en el pueblo éramos las Trevellant.

Desestimé la teoría de que todo hubiera sido a causa de mi desbordante imaginación, pues aún podía sentir en mi piel aquel incisivo cosquilleo que alertaba de la presencia de alguien como yo, alguien cuya magia no me era conocida. ¿Aquello quería decir que más brujas habían decidido mudarse allí? El vello se me erizó ante esa posibilidad. ¿Cómo afectaría a la dinámica interna del pueblo la llegada de más mujeres como nosotras...?

Mi cuerpo se estremeció cuando alcanzamos una zona apenas iluminada. Flexioné mis dedos de manera inconsciente, rememorando las antiguas lecciones de nain sobre cómo emplear nuestro poder en caso de vernos atrapadas en una amenaza, siendo la magia nuestra única salida; un par de pasos más delante de nosotros, Cedric parecía ajeno a lo que podía acechar en la oscuridad.

Acorté las distancias entre Amos y yo a modo de precaución.

Nain habría sido tajante al respecto: salvar mi cuello en primer lugar, pero yo no iba a abandonar a Amos. Él había sido amable conmigo y, ahora que había decidido tomar mis propias decisiones, empezaba sentirme cómoda junto Amos... incluso junto a su hermana.

Ellos me habían hecho sentir como una persona normal, y no se habían rendido a pesar de los obstáculos que les había puesto al principio. Los hermanos Pembroke-Diggory realmente merecían la pena y no dudaría un segundo en desvelar mi secreto en caso de que sus vidas estuvieran en peligro.

No huiría.

—¿Habéis ido al salón de recreativos? —rompí el silencio que llevaba acompañándonos desde que nos saludamos frente a las cancelas de Ravenscroft Manor.

Todavía me resultaba un tanto complicado utilizar mis inexpertas habilidades sociales. Con Brice no parecía tener ese problema, ya que era ella la que constantemente llevaba las riendas de la conversación y no permitía que se hiciera un silencio demasiado prolongado; pero Amos no era como su hermana menor, él era... era como yo.

Alguien tímido.

A través de la oscuridad intuí cómo el rostro de mi acompañante se retorcía en una ligera mueca.

—Hemos estado ayudando a mis padres a poner a punto la casa —respondió y luego giró el cuello lo suficiente para poder mirarme—. ¿Cómo eran los antiguos propietarios?

Fruncí los labios en un gesto pensativo. Los Paci habían vivido prácticamente toda su vida en aquella casa, junto a la nuestra; en mis recuerdos de la infancia también aparecía la señora Paci, quien siempre trató de mostrarse lo más correcta posible, aunque marcando las distancias. Hasta que Wendy decidió hacer uso de su magia y nain tuvo que tomar cartas en el asunto para impedir que aquello pudiera propagarse, exponiéndonos frente a todos.

Tiempo después de aquel entretenido —en palabras de Wendy, quien siempre sonreía al acordarse— suceso, de la noche a la mañana, decidieron cambiar de aires, poniendo a la venta su propiedad y desapareciendo del pueblo.

—Nunca llegamos a tener mucha relación con ellos —contesté al cabo de unos instantes, repasando mis contados recuerdos en los que aparecía alguno de los Paci—. Eran un viejo matrimonio que decidió gastar los ahorros de su vida cumpliendo sus deseos y dejando este pueblo atrás.

Pasaron algunos segundos antes de que Amos me llegara a través de la oscuridad y, a unos pocos metros, divisara la esperanzadora hilera de farolas iluminando la larga calle que conducía a nuestros respectivos hogares.

Peek a BooWhere stories live. Discover now