Capítulo 29: Late, corazón. Late.

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—Estoy vivo gracias a ti, Sakura

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Estoy vivo gracias a ti, Sakura.

La impresión, un factor fabricado por el cerebro de forma defensiva ante un suceso inesperado, conforme al contexto, el resultado podría variar de diferentes maneras.

Y Sakura no logró guiarse al punto exacto de entendimiento. No asimilaba las palabras dichas por Hotaru, creyó que se trataba de una mala pasada producto de su cerebro debido a la fiebre.

Boqueó en busca de una respuesta la cual nunca se formuló. Estaba en shock por la noticia. Lo enfocó de nuevo, él no dejaba de mirarla fijamente esperando una reacción además de la sorpresa plasmada en su rostro.

El mencionó que lo curó años atrás, y por Dios, intentaba recordar al respecto, pero fueron tantos los pacientes que ha tratado y remota a los más graves por sus experiencias, así cómo las de un simple resfriado. No memoraba al respecto, creía que era a causa de la poca fiebre en su cuerpo o el estado asombrado en el que se encontraba. Sea una u otra cosa, le resultaba difícil.

Hotaru se permitió soltar un suspiro.

—No lo recuerdas, ¿verdad? —inquirió sin demostrar la desilusión en su rostro. Por un mísero segundo creyó que una vez fue importante para ella—. No importa. Todo será más sencillo de esa manera —murmuró. A continuación se incorporó de un movimiento y giró al estante de alado para guardar lo que utilizo para sanarle la herida.

No la miró. Enfocó un punto al frente, el metal del estante, atendiendo a la insoportable sensación de ahogo. Le dolía su indiferencia mental al asunto, aunque por otro lado, estaba bien, así le sería más fácil deshacerse de estos sentimientos y asesinarla sin remordimientos de por medio.

Sin pretenderlo, recordó aquel instante que en su vida cambió. Ese día en dónde creyó morir, y lo deseaba más que nada en el mundo.

Hasta ese momento...

Ah... la verdad no estaba mal permanecer recostado en el suelo de una vieja casucha que se caía a pedazos en medio de una aldea destrozada por la reciente guerra. Su mente se encontraba al borde del abismo oscuro materializándose en su mente. Apenas tenía consciencia del instante del tiempo, casi anochecer, parte de sus días. Desde su posición, al borde de la puerta, podía ver las montañas alzarse imponentes ante el atardecer proyectando una imagen única, la última a decir verdad, los cálidos rayos le arrullaban confrontándole su ambiguo corazón a punto de detenerse por completo.

Después de todo, morir en una tierra desconocida sin nadie a su alrededor le parecía bien. Así no había quién se lamentará y llorara su pérdida, evitaría sufrimiento. El sabor de las lágrimas llegaron a sus labios, tan vividas y el recuerdo del cadáver de su hermano, su último aliento y sus ojos enfocados en él. Por lo menos, murió acompañado.

Y aquí es dónde se arrepentía de haberse alejado demasiado de su aldea natal. Aunque, pensándolo bien, ¿quién lo esperaba en Konoha? Nadie. Sus padres habían muerto en una misión difícil dejándolos huérfanos. Dos años después fueron capturados por ese vil hombre-serpiente esclavizándolos, robánoles todo lo que les quedaba en la vida. Y después... la muerte de su hermano en manos de ese chico, jamás lo olvidaría.

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