—Duérmete —le dijo en voz baja, para no despertar a los demás.

Rhett temblaba cuando la miró.

—Tengo la primera guardia, Alice.

—Que te duermas. Y coge esto —ella se quitó el abrigo y se lo dio.

—¿Qué haces? —preguntó él, alarmado—. Te vas a congelar, loca.

—Las temperaturas extremas no pueden matarme —recalcó ella—. Soy un androide.

—Estoy empezando a pensar que estoy en el bando equivocado —murmuró, poniéndose el abrigo—. ¿Y no...? ¿No tienes frío? ¿Estás segura?

—Tengo frío, pero puedo soportarlo —le aseguró Alice, aunque en realidad se estaba congelando.

Rhett lo pensó un momento y terminó tumbándose lentamente. Unos segundos más tarde, estaba dormido por el agotamiento. Le subió la cremallera de la chaqueta distraídamente y luego suspiró, mirando el fuego.

Esperaba que Charles fuera la solución.

Esperaba estar haciendo lo correcto.

***

—Lo que hiciste fue muy valiente.

Alice miró a la chica embarazada, a la que estaba ayudando a caminar. Tenía su brazo por encima del hombro.

—No lo hice yo sola —dijo.

—Lo sé, pero me parecías la más simpática de los tres para agradecérselo.

Alice miró de reojo a Rhett y Trisha, caminando con los demás por detrás de ellos. Uno tenía cara de mal humor y la otra pinchaba a Kenneth con un dedo para que acelerara.

La verdad es que no parecían muy simpáticos, no.

—Bueno, tienen otras virtudes —dijo, sonriendo un poco.

—Te llamas Alice, ¿no?

—Sí.

—¿Y qué número eras antes?

Alice la miró de reojo. Seguía sintiéndose algo incómoda con esas cosas cuando se trataba de desconocidos.

—El 43.

—Bonito número —ella sonrió—. Eras de los mejores prototipos de tu categoría, entonces.

—¿Cuál eras tú?

—El 36. Pero hace mucho que nadie me llama así. Ahora, soy simplemente Eve.

—Eve —repitió—. ¿Ese no es...?

—El nombre del primer androide que crearon, sí —ella sonrió un poco—. No tenía mucha imaginación cuando salí de mi zona y tenía que adoptar una identidad humana.

Alice recordaba la historia del primer androide. Si no recordaba mal, hacía casi veinte años de eso. Antes de la guerra. Había sido el prototipo de un ordenador en forma humanoide con inteligencia artificial.

Siguió andando en silencio, hasta que no pudo contenerse más y miró su tripa.

—¿Cómo...? —intentó formular.

—Lo sé. Se supone que no podemos reproducirnos —dijo ella, sonriendo—. Vi a muchas de nosotras morir mientras lo intentaban. Yo fui la única que sobrevivió.

Alice no quiso saber a qué había sobrevivido exactamente, ni cómo habían intentado dejarla así en primer lugar. Se le estaba revolviendo el estómago.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora