Bufé al recordar el modo en que Aella se había comportado y las lágrimas que Maiena había intentado ocultar después de que la prima de Perseo hubiera estallado contra ella por haberse equivocado de frasco de perfume.

—¿Difícil? —me burlé—. Preferiría mil veces enfrentarme a la destructora furia de Phile antes que toparme de nuevo con Aella de ese humor.

Los labios de Perseo temblaron antes de mostrarme su sonrisa. La cama con la que contaba en aquel cuarto prestado era un poco más grande que la mía, pero no lo suficiente para que pudiéramos movernos ambos con total libertad; nuestros cuerpos presionaban el uno con el otro, provocando que ciertos roces hicieran hervir mi sangre... y deseara más.

—Todo el mundo está nervioso —repuso, depositando un beso en mi sien—. La noticia de que el Emperador nos ha escogido para servir de divertimento a los emisarios de Assarion ya ha empezado a extenderse por el resto de gens.

Me pregunté el impacto que tendría ante el resto de familias nobles el hecho de que la gens Horatia hubiera sido la elegida por el Emperador. No me había olvidado de la dura historia que me había contado Perseo, otra pieza que había encajado en la desaparición masiva de las gens de nigromantes. ¿Cuántos de aquellos nobles que aún seguían con vida rezaban para que el Emperador no los convirtiera en su objetivo? ¿Cómo se tomarían que el Usurpador escogiera a la gens de Perseo?

Deslicé mi cuerpo bajo las ásperas sábanas hasta quedar situada de costado.

—Debe ser un gran honor para tu familia —tanteé el terreno, fingiendo satisfacción por saber que la gens Horatia había sido la primera opción para el Emperador. Como si no supiera que todo aquel espectáculo, y el supuesto nerviosismo de la familia, no se trataba de una prueba de fuego— ser la anfitriona de un momento tan importante y frente a un público tan distinguido como esos emisarios de Assarion...

La mirada de Perseo se desvió al escucharme alabar lo que supondría para su gens aquel favor por parte del Emperador; las posibles puertas que podría estar abriéndole con el país vecino, si las cosas salían bien. Algo dentro del nigromante pareció cambiar ante el recordatorio, ya que se apartó de mi lado y su actitud se volvió distante; repasé mis palabras, creyendo haber cometido algún error...

—Jem, hay algo que tienes que saber.

La determinación que destilaba Perseo hizo que todo mi cuerpo se quedara rígido por la impresión. La íntima atmósfera que habíamos compartido apenas unos segundos antes se esfumó, dejando en su lugar una completamente enrarecida y pesada; hinqué los codos en el colchón para incorporarme, con mi mirada clavada entre los omóplatos del nigromante mientras mi corazón arrancaba a latir de nuevo ante la familiar sensación de que lo que me esperaba no iba a ser bueno.

—¿Perseo? —le llamé con inseguridad.

La campanita que comunicaba mi dormitorio con los aposentos de Aella empezó a sonar estruendosamente, avisándome de que se me requería de manera inmediata. Ignoré durante unos segundos la ruidosa llamada, esperando a que el nigromante continuara hablando, pero Perseo no dijo ni una sola palabra; con un nudo en mitad de la garganta por aquella maldita interrupción, salí de la cama y busqué el viejo camisón que utilizaba por las noches. Sin detenerme para recoger mi desordenado cabello, me dirigí hacia la puerta mientras sentía la mirada de Perseo clavada en la espalda.

—Hablaremos a mi regreso —le advertí antes de abandonar el dormitorio.

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Traté de disimular mi apariencia, que gritaba a los cuatro vientos lo que había estado haciendo antes de que Aella requiriera de mis servicios como doncella de guardia aquella noche, mientras cruzaba la antesala que conducía al dormitorio. Mis pasos fueron perdiendo velocidad al escuchar las alteradas voces que procedían del otro lado de la puerta entreabierta.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora