XXXII

6.8K 409 56
                                    

Natalia se perdió completamente después de la muerte de su madre. No me cogía las llamadas ni la veía por ningún lado, buscaba y buscaba, incluso llegué a preguntar a su familia, pero nunca la encontraba.

Un día, ya como último recurso por descubrir su paradero, decidí ir a aquella casa antigua donde pasamos tardes enteras sin hacer absolutamente nada.

Conduje sin parar de golpear el volante con mis dedos y aparqué delante del edificio casi temblando y bajándome del coche.

Caminé a paso rápido y rodeé la manzana hasta llegar al portal, llamando varias veces sin éxito.

Suspiré rendida y toqué el cristal con mis dedos, esperando un milagro que llegó en forma de señor que salió del edificio, dejándome entrar con una sonrisa.

Subí las escaleras de dos en dos hasta su piso y llamé a su timbre varias veces al mismo tiempo que golpeaba la puerta con mis dedos, esperando una respuesta.

Me quedé en silencio y pegué la oreja a la puerta, logrando escuchar música a todo volumen desde la lejanía.

-¡Natalia!-Grité, aporreando la madera con la palma de mi mano.

Insistí durante diez minutos más y di por fracasada mi misión de encontrarla, pero entonces se escuchó un estruendo y la música paró de golpe.

Llamé una vez más y se escucharon unos pasos torpes dirigirse a la entrada, revelando a una persona completamente ida y drogada, esa no era mi Natalia.

-¡Putos vecinos pesados!-Gritó, arrastrando las palabras. Clavó su mirada en mí y frunció el ceño confundida.-¿Alba?

Elevó la voz más de lo necesario al pronunciar mi nombre y puse una mueca de molestia al mismo tiempo que la analizaba con las cejas levantadas.

Tenía la ropa llena de lamparones marrones y unas ojeras enormes, apestaba a alcohol barato y a tabaco del malo, aún que dudaba mucho que no hubiera tomado algo más por el aspecto de sus ojos.

-¿Qué cojones has hecho?-Pregunté asustada, retrocediendo unos pasos al verla así. Se encogió de hombros y se frotó la cara, pestañeando varias veces para recuperar medianamente la conciencia.

-Te invitaría a pasar.-Dijo con guasa.-Pero está un poco desordenado.

Me acerqué lentamente, intentando cerrar mis fosas nasales para no oler semejante toxicidad y la aparté suavemente, internando en la casa.

Se tambaleó un poco y se agarró al picaporte de la puerta, dejándome pasar y ver el terrible desastre que había hecho.

El salón estaba lleno de botellas vacías de todas las clases y sabores y pude contar más de cinco cajetillas de tabaco vacías junto a un cenicero completamente hasta arriba de aquel polvo negro desgastado.

Me llevé las manos a la cabeza y vi como la chica rodeaba mi cuerpo para tirarse boca arriba en el sofá completamente seria.

-Natalia, tú no estás bien.-Admití, acercándome a ella y agarrando barbilla para que me mirara.

-Estoy de puta madre.-Ironizó.

Moví las manos en el aire sin saber que hacer e inspeccioné el resto de la casa para averiguar si había consumido algún tipo de estupefaciente, pero por suerte no encontré más que comida casi podrida sobre la mesa de la cocina.

Entré en el baño, que estaba completamente intacto, y abrí el grifo de la bañera para llenarla hasta la mitad y volver con la morena.

Cuando vi que se estaba quedando medio dormida corrí hacia ella y di pequeños golpecitos sobre su mejilla hasta que entreabrió los ojos y sonrió de lado.

-¿Nos damos un baño?-Ofrecí tiernamente. Negó con la cabeza poniendo morritos y suspiré.-Vamos.

-No quiero.-Se quejó, quedando sentada sobre el sofá.

Tiré de ella para que se levantara y arrastró los pies por el pasillo casi a rastras hasta que pisó los azulejos con los pies descalzos y se estremeció.

Me intentó a abrazar cuando quise quitarle la sudadera y se lo permití unos minutos, sabiendo que se trataba de una especie de distracción.

Conseguí casi arrancarle la ropa a tirones hasta que le obligué a que metiera el pie en la bañera, intentando salir corriendo de allí.

-Vamos.-Le animé, agarrando sus hombros y empujándola hacia abajo.

Conseguí que se introdujera completamente. Me arrodillé ante ella y abrí el grifo para activar la ducha y mojarle el pelo, consiguiendo una ráfaga de quejas por su parte.

-Alba, déjame ya.-Dijo, justo cuando le comencé a esparcir champú por el pelo.

-¿Por qué estás así?-Interrogué, ignorando su comentario anterior.

Me miró con ojos de cachorrito y bufó, cruzándose de brazos ante los masajes que le hacía sobre su cabeza.

-No puedo dejar de pensar que mi madre no está.-Murmuró triste, comenzando a sollozar disimuladamente.

-Amor, lo siento muchísimo.-Dije sincera.-Pero no puedes dejar que te consuma, ella nunca querría ésto para ti.

-Soy idiota.-Lloró, dándose cuenta de mis palabras. Negué varias veces y la obligué a que me mirara.

-Natalia.-Demandé.-Ella quería que fueras feliz.

-Lo sé.-Susurró, mojándose la cara con el agua de la ducha.

-Déjame ayudarte.-Rogué, acariciando su mejilla. Pensó durante unos segundos y asintió tres veces.-¿Sigue en pie lo de venirte a vivir?

Pareció iluminarse su cara y sacó lo que parecía una sonrisa sincera. Besé su frente y terminé de bañarla antes de ir a su habitación y traerle ropa limpia.

-Venga, cámbiate y haz las maletas mientras recojo este desastre.

Obedeció lentamente y cogí un par de bolsas grandes de plástico negro y comencé a tirar todos los restos de su desgracia a la basura, abriendo las ventanas para ventilar el desagradable olor que desprendía toda la casa.

Ella me ayudó con la cocina y terminamos más rápido de lo esperado. Agarró su abrigo y su riñonera y sacó una cajetilla de tabaco nueva de los cajones de la cómoda del desansillo con intención de llevarlos.

Le lancé una mirada asesina y abrí la bolsa de basura, invitando a que lo tirara. Se aferró a él y negó con la cabeza, retirándolo de mi vista.

-En mi casa no se fuma.-Avisé, agitando el plástico entre mis manos.

Bufó varias veces y el cartón lleno de cigarros acabó en el fondo de un cubo en medio de la calle.

Gasolina. | Albay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora