XXV

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Llevábamos una semana bastante correcta, en la que habíamos aprendido medianamente a convivir la una con la otra sin tirarnos de los pelos durante todo el día.

Natalia me sorprendió un viernes por la tarde cuando apareció por la puerta de mi despacho en el trabajo con una sonrisa enorme.

-Hola, rubia.-Dijo, caminando lentamente hacia mí. La miré extrañada.

-Hola, churri.-Saludé. Se inclinó débilmente y dejó un casto beso sobre mis labios antes de frotar mi mejilla suavemente y separarse.-¿Pasa algo?

-No mucho.-Murmuró, toqueteando los detalles de mi escritorio.

-¿Qué te pasa?-Pregunté preocupada, pues no era muy usual que viniera donde yo trabajaba.

-He preparado una cosita.-Confesó tímidamente, haciéndome cambiar mi expresión a una más tierna.

-Dime.-Exigí, inclinándome sobre la mesa para prestarle toda mi atención. Soltó una risita y se rascó la nuca con nerviosismo.

-Marilia me ha dicho que este fin de semana no trabajas.-Explicó, hice memoria y asentí no muy convencida.-Mi...madre tiene una casa en la sierra.

Levanté las cejas con sorpresa y sonreí en grande al atar cabos y darme cuenta de que la morena tenía la intención de que nos perdiéramos en la montaña todo un fin de semana.

-Bueno, llama a mi hermana y que saque mi maleta del armario.-Indiqué burlona. Apretó los labios para esconder su entusiasmo y rodeó la mesa rápidamente para colocarse a mi espalda y abrazarme fuerte.

-Te quiero.-Susurró en mi oído, haciéndome estremecer.-Sales en una hora, rubia.

Me dio un beso en la mejilla y se separó de mí para comenzar a caminar hacia la salida. Fruncí el ceño.

-¿Dónde vas?-Exclamé, levantando la voz para que me escuchara.

-¡Te espero en tu casa!-Gritó, cerrando la puerta de mi despacho.

Negué con la cabeza divertida y suspiré. Peiné mi pelo un poco antes de volver a mi trabajo con el ordenador hasta que acabara mi turno.

Cuando finalmente me soltaron, Francisco me esperaba, como todos los días, en la calle junto al edificio de la oficina. Le saludé amablemente y él, a sabiendas de mi escapada, mantuvo una expresión pícara durante todo el viaje de vuelta a casa.

Natalia, como bien me había prometido una hora antes, me esperaba en el salón mientras comía una manzana y charlaba con mi hermana de manera distraída.

Me escuchó llegar y me sonrió levemente, poniéndome morritos para que le diera un beso. Rodé los ojos y sacié sus ganas, sin ser muy consciente de que estaba delante de las narices de mi hermana pequeña.

-Venga, rubia.-Me animó, señalando las escaleras con un movimiento de cabeza.-Te espera una maletica.

Asentí emocionada y subí con rápidez hasta llegar a mi habitación. No tardé mucho en preparar mis cosas, pero revisé doscientas veces si había algo que se me olvidaba.

Serían alrededor de las ocho de la noche cuando terminé y Natalia lo arregló todo para que Francisco le dejara el coche y pudiéramos desplazarnos sin la necesidad de una tercera persona que nos llevara.

Metió el equipaje en el maletero con habilidad y se montó en el asiento del piloto mientras suspiraba. Se quedó en silencio y me miró con una sonrisa.

No retuvo su impulso por tocarme la nariz y la arrugué adorablemente, haciendo que se riera. Agitó la cabeza y rodeó el volante hasta llegar a meter la llave y hacer que el motor rugiera.

Si Natalia Lacunza de por sí era lo suficientemente sexy como para morir, conduciendo distraída por la carretera daban ganas de asaltarla y quitarle todo lo que llevaba encima.

Me mordí el labio con fuerza cuando se quitó la chaqueta antes de dar marcha atrás para salir del garaje, dejando ver una camiseta blanca remangada a la altura de los hombros, revelando todos y cada uno de los tatuajes que guardaban sus brazos.

La observé durante unos minutos antes de que se diera cuenta y me soltara un comentario divertido sobre lo mucho que se me caía la baba con ella, pero era la pura verdad.

Decidí no desconcentrar al personal y me dediqué a mirar por la ventana durante parte del recorrido. A la media hora paró en una gasolinera vieja y compró un par de aperitivos a capricho mío.

Comí felizmente mis patatas fritas mientras cantaba las canciones aleatorias de la radio y hacía reír a la morena, que me seguía con timidez.

Pasó por carreteras medianamente bien asfaltadas hasta que llegó a una zona con muchas curvas, pues estábamos atravesando una zona montañosa. La noche estaba algo oscura y sólo podía ver el paisaje por el reflejo de la luna y por los faros delanteros del coche.

Encontré un lago precioso a mi derecha y sonreí cuando me fijé en los detalles de la naturaleza tan hermosa como la sierra.

-Mira.-Habló, acaparando mi atención cuando me señaló al lado opuesto de la carretera, donde estaba su ventana.

Una pareja de ciervos correteaba al ritmo del vehículo mientras se cruzaba entre si y jugaba a cual de los tres sería más rápido.

Abrí la boca sorprendida y me incliné lo máximo que el asiento me permitía para poder observar como una niña pequeña a aquellos dos mamíferos.

Natalia me soltó una miradita significativa y sonrió alegremente al mismo tiempo que se apoyaba en el asiento para darme paso a una mejor vista.

-Son preciosos.-Dije, embobada. Asintió de acuerdo y agarró mi mano para posarla sobre su muslo.

-Igual que tú.-Piropeó. Rodé los ojos.

-Cursi.-Piqué. Entrelazó nuestros dedos cuando la carretera se hizo más recta y no requería de demasiada maniobra.

-Ya me lo dirás más adelante.-Advirtió convencida. Solté una carcajada y me encogí de hombros, en señal de no saber nada.

Fue un viaje tranquilo, sin apenas conversación por nuestra parte. Aún así, tuve que admitir que no me lo había pasado tan bien en la vida.

Poco después me di cuenta de que con Natalia había aprendido a valorar hasta las más mínimas cosas que nos ofrecía la vida.

Gasolina. | Albay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora