XVIII

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Desperté con el ruido de los pequeños pájaros revoloteando en la ventana de la habitación. Me removí entre las sábanas con pereza y gruñí al sentir los primeros rayos de sol de la mañana pegarme de lleno en la cara.

Suspiré frotando mi cara contra la almohada y sonreí cuando sentí el ligero aroma de Natalia sobre la tela.

Alargué mi mano en dirección al lado contrario de la cama para buscarla pero fruncí el ceño cuando me encontré con la sábana completamente fría y desocupada.

Froté mi ojo derecho y me incorporé despacio. Entreabrí mis pestañas para ver algo mejor y me encontré con una bandeja sobre la mesilla contigua.

Sobre aquel metal podía apreciar una tostada con lo que parecía ser aguacate untado y un café a su lado.

Alargué mi mano para agarrar una pequeña nota mal doblada encima de la madera y sonreí cuando reconocí la letra torcida de la morena.

"Hola rubia, he tenido que salir un momento para solucionar unos temas, pero no quería interrumpir tu sueño, se te veía demasiado cómoda. No volveré hasta mucho más tarde, no espero que te quedes. Tu motera favorita."

Mi sonrisa se agrandó y solté una risita ante sus ocurrencias. Tenía el ligero deseo de esperar a que llegara pero me llevé una decepción al mirar el reloj de mi muñeca y comprobar que quedaban menos de dos horas para que comenzara mi turno laboral.

Me cambié con la ropa de ayer y pedí un taxi para emprender camino hacia mi casa con el objetivo de vestirme decentemente y dar la apariencia que una jefa de empresa merecía.

Cuando cerré la puerta tras de mí al llegar, Francisco me miró con una sonrisa sincera desde la mesa del salón con un periódico sobre sus manos.

-¡Alba!-Gritó Marina desde el pasillo.

Rodé los ojos cuando escuché sus pasos apresurados y apareció corriendo, abalanzándose contra mí.

-¡Qué me tiras!-Exclamé entre risas, intentando no desestabilizarme y caer al suelo.

-¿Dónde estabas?-Interrogó. Me analizó con una ceja elevada y me encogí de hombros con una expresión divertida.

Se acercó a mi cuello y comenzó a olerme como un perro, haciéndome cosquillas con su aliento.

-¡Hueles a Natalia!-Gritó, llevándose las manos a la boca. Abrí los ojos sorprendida.

-¿Tú cómo sabes como huele?

Soltó una carcajada y fruncí el ceño aún más confudida. Se cruzó de brazos expectante y se apoyó en el marco de la puerta.

-No lo sabía, me lo acabas de decir tú.

Abrí la boca con sorpresa y me quedé completamente sin palabras ante aquella declaración. Bufé molesta ante su burla y comencé a caminar en dirección a mi habitación para cambiarme de ropa.

-Sólo he ido a ver como estaba.-Expliqué, sonando menos convincente de lo que me esperaba.

No escuché nada más y pensé que no me habría oído, así que no le tomé mayor importancia y me metí directa a la ducha, no sin antes mandar un mensaje a la morena haciéndola saber que no estaba en su casa.

Llegué lo más puntual que pude a la oficina, pero el tráfico aquella mañana era horrible y Francisco me había pedido disculpas numerosas veces por ello.

Saludé a Marilia con una sonrisa sincera y me correspondió con mis tareas mañaneras.

-Otra cosa más, señorita Reche.-Dijo cuando me estaba marchando. Me giré sobresaltada e hice un gesto con la cabeza en señal de que continuara.-El señor Lacunza llamó muy sobresaltado queriendo hablar con usted.

Rodé los ojos al escuchar aquel nombre y opté por establecer una postura seria y concisa ante aquella situación.

-Dile que no tengo intención de involucrarme en sus problemas familiares.

Sin pronunciar más palabra y sin esperar contestación por parte de mi secretaria, entré en el ascensor dejando la conversación aparte.

Suspiré mientras subía pisos en aquella caja metálica y retorcí mi espalda adolorida antes de ponerme seria de nuevo cuando las puertas se abrieron.

Caminé con decisión hasta mi despacho y cerré las puertas con algo de fuerza, haciendo acto de presencia para el resto de mis empleados.

Entre papeles y trabajo no me dio tiempo a pensar en la situación con Natalia, al menos hasta que me llegó un mensaje de su parte.

"Rubia, te espero para cenar esta noche, prometo no darte pizzas esta vez."

Sonreí ante su seguridad y negué incrédula, tecleando mis dedos con rápidez sobre el teclado.

"Me haría de rogar, pero tengo curiosidad por ver que me has preparado."

Me libré del teléfono por unos minutos más hasta que Natalia me confirmó la hora a la que debía llegar a su casa, ya tenía planes para esa noche.

Quise dejar de pensar en ello pero, por desgracia, la idea de pasar tiempo con la morena rondaba por mi cabeza haciéndome sentir ansiosa.

Suspiré pesadamente cuando miré la hora, aún quedaba mucho para vernos, pues no daban más de las seis de la tarde.

Terminé mi jornada a las ocho menos cuarto, saliendo de la oficina a toda prisa en dirección a mi casa.

Me arreglé demasiado para la ocasión y me cuestioné si había hecho bien, pues tampoco era para tanto.

Había optado por un vestido negro de tela, conjuntado con unos botines del mismo color. No hacía demasiado frío, pero aún así tomé precauciones y me llevé una chaqueta vaquera que me había comprado aquel verano en un pequeño pueblo a las afueras de Alicante.

Después de unas cuantas suplicas a Francisco para que me dejara el coche aquella noche, conseguí las llaves y salí con prisas de allí.

Conduje tranquila por Madrid hasta el barrio viejo, ese que cada vez se me hacía más rústico y bonito. Sonreí cuando escuché el leve sonido de la radio y alargué mi brazo para ajustar el volumen.

Hace tiempo que olvidé
el sabor a agua salada.
He vendido ya mi alma del diablo por la plata,
Y ahora me muero de sed.
Pedacitos de la Habana,
He bailado mil guajiras a la luz de la mañana.
Un disparo al corazón,
Guan, guan-tanamera.

Gasolina. | Albay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora