XVI

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-¿Quieres comer algo?-Me preguntó, apartando una lágrima rebelde que caía por su mejilla derecha mientras se separaba de mi abrazo improvisado.

Asentí con una sonrisa leve y, después de mirarme durante unos segundos, se limpió las palmas de sus manos en su pantalón y se levantó del sofá en dirección a la cocina.

Esperé durante unos minutos mientras escuchaba el ruido de los trastos y sus gruñidos. Me fijé con más detalle en el salón y solté una risita cuando divisé un cuadro en especial, colgado de una de las paredes.

La familia Lacunza reunida. El padre sonreía con la falsedad que tanto le caracterizaba y la madre permanecía tranquila a su lado, ambos abrazados. Los dos hermanos pequeños ponían caras extrañas, burlándose de la cámara, con poco menos de cinco años de edad. Natalia, sin embargo, estaba unos centímetros más alejada de su padre, cruzada de brazos y poniendo morritos adorables.

La susodicha asomó la cabeza por el marco de la puerta y frunció el ceño cuando vio mi cara divertida. Negué con gracia y suspiró.

-No tengo mucho...-Admitió tristemente, señalando dos pizzas al horno sabor cuatro quesos. Me encogí de hombros restándole importancia y asintió.

-¿Necesitas ayuda?-Grité, viendo como desaparecía de nuevo.

-¡Ven, anda!-Me animó.-Que se que estás deseando mirarme el culo mientras cocino.

Solté una carcajada y la seguí hasta donde se encontraba. Su cocina era mucho más vieja de lo usual, incluso usaba fogones en lugar de vitrocerámica, aún así, tenía un aspecto limpio y cuidado.

-¿Vives aquí?-Interrogué, apoyándome a su lado en la encimera. Abrió uno de los paquetes y negó, leyendo la letra pequeña del producto.

-No vivo en ningún sitio.-Bromeó.-Estaba en la casa de mis padres hasta el otro día.

-¿Te han echado?-Deduje, intentado mirar su expresión en todo momento.

-Algo así.-Confirmó, precalentando el horno a la temperatura correcta.-Tampoco tenía muchas ganas de seguir allí.

-Tienes toda la pinta de vivir en la típica caravana lejos de todo.-Me mofé, quitándole hierro al asunto. Soltó una risita y se encogió de hombros.

-Quizá lo haga.-Asumió, sonriendo y enseñando sus dientes.

Arrugué la nariz en un tic nervioso sin poder controlarlo. Pero su gesto me había provocado una sensación extraña en el estómago.

-Alba...-Comenzó, interrumpida por el telefonillo del piso. Nos quedamos en silencio sin saber qué hacer, paralizadas por el susto.

Me hizo una señal de que me mantuviera callada y se acercó a pasos ligeros hacia la puerta de entrada. Descolgó el aparato y contestó, hablando unos segundos hasta que finalmente volvió corriendo hacia mí.

-Tienes que esconderte.-Ordenó nerviosa. Fruncí el ceño confundida y me cogió por los brazos, arrastrándome a una de las habitaciones.

-¿Qué pasa?-Pregunté, intentando frenarla.

-No creo que quieras que mi padre te vea aquí.-Soltó,  dejándome completamente helada.-Métete debajo de la cama.

Abrí los ojos como platos y puse una mueca de asco, negando varias veces con la cabeza. Sonó el timbre de nuevo y saltó, llevándose las manos al pelo y revolviéndolo entre sus dedos.

-Ni de coña.-Susurré, cruzándome de brazos.

-Venga princesa, por favor.-Rogó, nerviosa por la insistencia del timbre.

Bufé y decidí acatar sus peticiones, arrastrándome por el suelo hasta permanecer debajo del colchón. Aquella habitación olía a rancio y me llevé las manos a la cara para afrontar una situación tan surrealista.

-Soy una puta adolescente.-Murmuré frustrada, esperando a que su padre se marchara.

Escuché unas voces discutir por el pasillo y supuse que serían ellos. Natalia se veía bastante tranquila mientras su padre gritaba desesperado por algo que no lograba entender.

-¡Estás acabada!-Conseguí oír. Su voz se acercaba a paso rápido y sonaban puertas y puertas abrirse.

-No entiendo que haces aquí.-Decía Natalia.-Si te han seguido no me dejarán en paz.

-¡Con suerte desvío su atención!-Exclamó el hombre, dando portazos.-¿Quién tienes escondido?

-Nadie.-Sostuvo la morena, casi tan segura de sí misma como de costumbre.

El silencio reinó la casa unos segundos hasta que el hombre gruñó, abriendo la habitación en la que me encontraba y dejándome completamente helada.

-Si me entero de que traes gente a esta casa te juro que no ves un euro.-Amenazó, avanzando a paso rápido por el pasillo.

Natalia suspiró pesadamente y le siguió, consiguiendo que me destensara un poco. El hombre permaneció allí por unos minutos más en los que se dedicó a soltar barbaridades hasta que finalmente se marchó.

-Ya puedes salir.-Informó, caminando hacia la cama. Me levanté del suelo con ayuda de su mano y sacudí mi ropa con asco, quitándome las pelusas que se habían pegado en mí.

-Tu padre me pone realmente mala.-Puntualicé. Soltó una carcajada y asintió de acuerdo.

-Pocas personas aguantan a ese hombre.-Opinó, peinando mi pelo entre sus dedos para ordenarlo.

La miré desde abajo, nerviosa por su cercanía, y ella rió de nuevo. Clavó su mirada en la mía y arrastró su brazo por el recorrido de mi brazo, terminando por entrelazar sus dedos con los míos.

Sonrió con chulería y temblé ligeramente. Hizo el amago de acercarse más y no se lo impedí, pero entonces tiró de mi cuerpo hacia la cocina.

-El horno ya está.-Anunció divertida. Rodé los ojos y me crucé de brazos indignada, sentándome en uno de los taburetes de la sala.

Sacó dos bandejitas de metal y, colocando las pizzas sobre estas con papel antiadherente, las metió en el aparato con algo de torpeza y cuidado de no quemarse.

-No cocinas mucho por lo que veo.-Reí, vengándome de lo de antes. Me lanzó una mirada asesina y sonreí victoriosa.

-Lo hago, pero precisamente hoy no había hecho la compra.-Se excusó, levantado su dedo índice al aire.

Asentí sin creerlo y rodó los ojos, acercándose a mí. Me levantó del taburete y, antes de que me pudiera quejar, se sentó y me colocó sobre sus piernas, rodeándome la cintura.

-¿Qué haces?-Pregunté sorprendida, sin apartarme de ella.

-Me dolían las piernas, rubia.

Gasolina. | Albay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora