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Llegamos a casa con las piernas agotadas de tanto andar, habíamos tomado la decisión de quedarnos a comer en una taberna cerca del pueblo para poder caminar después.

Entré por la puerta detrás de Natalia y me arrastré cansada hacia el sofá, aferrándome a él en cuanto mi espalda se asentó y pude notar el crujir de todos mis huesos.

Solté un jadeo en medio del silencio y escuché a la morena reírse bajito y desprenderse de su abrigo, caminando hasta sentarse a mi lado.

-Luego te quejas de mí...-Me susurró, levantando mi cabeza y apoyándola sobre su regazo mientras comenzaba a acariciarme la cara con suavidad.

No respondí, pues me estaba quedando casi dormida con sus trazos improvisados por mi piel. Despegué mis párpados pesadamente y conseguí entreabrir mis ojos para verla mejor.

Vi como me miraba atentamente, adornada con una sonrisa sincera. En sus ojos escondía algo y lo noté, pero en aquel momento pensaba que eran imaginaciones mías.

Me incorporé rápidamente, como en una especie de espasmo, y sujeté su barbilla. Ella frunció el ceño confundida pero me apartó la mirada, ahí estaba de nuevo.

-¿Qué pasa?-Pregunté, con la voz ronca de cansancio. Negó suavemente e hizo el vago intento de sonreír.

-Nada.-Se excusó, encogiéndose de hombros.

-Natalia...

No quise insistir mucho más, así que simplemente me abracé a ella para transmitir apoyo, cosa que aparentemente funcionó, pues comenzó a llorar desconsoladamente en sobre mi hombro.

Abrí los ojos en grande al escuchar sus sollozos y me separé despacio, acunando su cara con ambas manos para observarla mejor.

-Amor, dime.-Insistí, secando las dos lágrimas rebeldes que resbalaban por sus mejillas.

-Estoy muy feliz contigo.-Susurró, aferrándose a mi sudadera con una mano.-Pero tengo miedo de que dure poco.

Cambié mi expresión a una más tierna y besé la comisura de su labio antes de lanzarme contra ella, haciendo que cayera de espaldas en el sofá.

-Cariño, yo no sé que va a pasar cuando volvamos a la vida real.-Confesé, mirando alrededor y volviéndome a fijar en ella.

La decepción cruzó su rostro y se ensombreció, asintiendo levemente e intentando separarse de mí. La agarré con fuerza y la obligué a que me viera.

-Lo entiendo.-Dijo, al borde de explotar de nuevo.

-No, no lo entiendes.-Admití, sonriendo.-No creo que pueda cambiar lo que siento por ti de la noche a la mañana, Nat.

Coloqué su flequillo con suavidad mientras dejaba que recapacitara acerca de este tema.

-Prométeme que no va a cambiar nada.-Susurró, suplicando por mi palabra.

-Te quiero.-Solté.-Y quiero que estemos juntas.

-Yo también.-Concordó, enseñándome los dientes al sonreír.

-Pero tenemos que luchar contra muchas cosas para que esto acabe bien.-Recordé tiernamente.

-Yo lucho.-Propusó, señalándose el pecho con pasión.

Me reí ante lo adorable que era y asentí. No quise darle mucha más vuelta ni que se sintiera peor, así que me tiré encima de ella boca abajo sobre su cuerpo y aplasté nuestras mejillas, frotándome contra ella como si fuera un gatito.

-Vente a vivir conmigo.-Murmuré, más lanzada de lo que pretendía. Abrí los ojos en grande ante mi inesperada propuesta pero no la retiré.

Me analizó durante unos segundos que a mí me parecieron eternos y sonrió adorablemente, jugando con los cordones de mi sudadera.

-¿Estás segura?-Preguntó.-No quiero molestar.

-No molestas, Marina te adora.

Se sonrojó y aceptó en un asentimiento repetido de cabeza. Levanté las cejas sin creerme nuestra locura y la besé con ganas, sellando nuestro pacto.

Metí la cara en el hueco de su cuello y respiré de su olor hasta que mi cuerpo no pudo aguantar un segundo despierto y caí rendida sobre ella.

Me desperté una hora después con los besos de Natalia sobre mi frente y sus caricias sobre mi espalda por debajo de la tela de mi ropa. Sonreí en grande y me removí, gruñendo tiernamente y suspirando sobre su piel.

-Eres monísima.-Admitió, intentando hacerme cosquillas.

-Para.-Advertí, quedando apoyada sobre ella con ambos brazos alrededor de su cabeza. Miró mis labios y se alternó con mis ojos.

Arrugué la nariz de vergüenza y provoqué que inclinara su cabeza hacia arriba y que pusiera morritos, esperando mi movimiento.

Solté una carcajada y mordí su labio inferior antes de besarla, haciendo que se le escapara un gemido muy gracioso. Coló su lengua en mi boca como castigo a burlarme de ella y jugó con mis labios despacio, intentando recrear un recorrido sobre ellos.

Disfrutamos de nosotras como niñas pequeñas, intentando descubrir a toda costa los secretos que la otra guardaba y exprimiendo al máximo lo que podíamos sacar de nuestra relación sin etiqueta.

Quedaba un día escaso en aquella casa, un día para una avalancha de preguntas por parte de su familia, un día para una rutina llena de trabajo que me impidiera verla, un día para saber lo nuestro tenía camino o era otro callejón sin salida más.

Y pensé en cuanto la echaría de menos, porque cada una teníamos nuestros planes y ambas sabíamos que la mejor opción a vernos era vivir juntas, pues al menos la cama sería testigo de nuestros encuentros fugaces.

Acaricié su cara entre beso y beso e intenté desarrollar mi sentido del tacto para memorizar su cara por si algún día me quedaba ciega y el universo me privaba de ver semejante obra de arte con septum.

Me reí en sus labios por dos razones, porque era estúpida y porque estaba comenzando a delirar de amor y lejos de preocuparme, me encantaba.

Ella no hizo preguntas, sino que me acompañó en mi ataque de risa, el cual aumentó cuando chocamos los dientes y nos dimos cuenta de que no podíamos seguir besándonos en esas condiciones.

Sentía su estómago temblar junto al mío, su respirar entrecortado al parar de reírse, el latido de su corazón desbocado que intentaba tranquilizarse lejos de toda la marabunta de emociones que estábamos viviendo juntas.

La quería, como nadie en el mundo ama a una persona.

Gasolina. | Albay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora