XXXI

6.7K 430 124
                                    

Pasó un mes desde que nuestras rutinas nos consumieron y volvimos de aquella casa preciosa en el campo.

Había tenido graves conflictos en el trabajo por un negocio mal parado y no nos había dado tiempo a prácticamente nada, mucho menos a que la morena se instalara en mi casa.

Agradecí infinitamente que Natalia no insistiera en quedar y vernos, siempre esperaba mi mensaje y no me hablaba hasta que lo hacía yo primero.

No me fiaba mucho de mi empresa, pues se tambaleaba cada vez que yo estaba fuera unos minutos, así que mucho menos podría tomarme el día libre.

Era domingo por la tarde y me escocían los ojos de tanto mirar el ordenador. Me los froté con cansancio y noté como se me empezaban a cerrar, pues llevaba sin dormir bien varios días.

-Alba.-Me llamó Marilia desde la puerta, haciendo que soltara un respingo en mi sitio y me peinara el pelo entre mis dedos.

-Dime.-Contesté sofocada.

-Tu novia está aquí.-Informó.-Parece triste.

Fruncí el ceño y le concedí el permiso para que pudiera pasar al despacho de inmediato. Mi secretaria asintió y Natalia apareció por la puerta con una cara que no había visto nunca.

-¿Amor?-Pregunté confundida, levantándome y rodeando la mesa para llegar a ella con rapidez.

Sus ojos estaban rojos e hinchados y no me miraba, tenía las mejillas sonrojadas y unas profundas ojeras negras que la hacían ver incluso más cansada que yo.

-Alba...-Susurró, tirándose a mí y abrazándome con fuerza. La acogí entre mis brazos y acaricié su pelo durante unos segundos, sintiendo su respiración entrecortada, pues había comenzado a llorar sobre mi hombro.

-¿Qué te pasa?-Interrogué, rompiendo aquel silencio tan tenso y temiendo lo peor.

-Mi madre se muere.-Pronunció, casi sin que le saliera la voz por la garganta.

Abrí los ojos de par en par y me separé de ella para agarrarle ambas mejillas y conseguir que me mirara a la cara.

-Tranquila.-Murmuré, apartando un par de lágrimas que caían por sus mofletes.

-Estoy...-No podía casi ni hablar con el sofoco que llevaba.-He venido aquí, lo siento.

-No pasa nada.-Le dije, tirando de ella para sentarnos en el sofá de mi oficina.

-Me siento...-No terminó la frase, se señaló el pecho y comenzó a dar bocanadas de aire como si le diera un ataque de ansiedad.

-Amor, mírame.-Ordené, sujetando sus manos con fuerza.-Respira, por favor.

Pareció hacerme caso, pues imitó el movimiento de mi pecho en un ritmo más o menos estable antes de que pudiera emitir alguna palabra.

-No he estado con ella.-Consiguió decir. La miré con ojos tristes y negué suavemente, queriendo borrar ese pensamiento para siempre.

-Natalia, necesitas ir a cuidarla.-Avisé, peinando su flequillo entre mis dedos.

-No puedo.-Negó, clavando su mirada en el suelo.

-¿Dónde está?-Insisití.

-En el hospital...-Dijo, después de un silencio devastador.

-Vamos a ir juntas.-Sentencié, levantándome del sillón y recogiendo las cosas del escritorio.

-No pienso dejar que arruines tu reputación, Alba.-Me dijo, negando con la cabeza.-Además, estás trabajando.

-Me la suda, Nat.

Me forré con mi abrigo de plumas y agarré su mano para levantarla y tirar de ella a la salida. Se resistió durante un rato pero, cuando vio que estaba completamente enserio, se dejó llevar.

Montamos en mi coche y me indicó el camino sin soltarme la mano, maniobrando en la palanca de cambios con nuestros dedos entrelazados.

Recorrimos los pasillos del hospital hasta llegar a una puerta en la planta superior, la 207. Natalia suspiró y me miró con los ojos de perrito degollado, pidiendo clemencia.

Abrí despacio y la dejé pasar primero, encontrándome con toda su familia alrededor de una camilla en la cual se encontraba una mujer conectada a miles de tubos distintos.

El señor Lacunza levantó la cabeza para dejar de mirar su teléfono y contemplarnos, salteando su mirada entre Natalia y yo, parecía tremendamente sorprendido.

-¿Se puede saber qué cojones haces con ésta?-Exclamó, señalándome con desprecio y dirigiéndose a su hija mayor.

-Pues...-La morena se rascó la nuca un par de veces antes de responder.-Es mi novia.

Me encogí de hombros ante la sorpresa del hombre y sus hermanos comenzaron a aguantar la risa, mostrándose cómplices de la relación de la morena.

-¿Es una broma?-Preguntó, sin un ápice de gracia en su tono. Negamos a la vez y abrió la boca, pero Natalia le interrumpió.

-He venido a ver a mamá, no a que me juzgues.-Advirtió.

Se acercó a la camilla y me dejó observando la escena apoyada en una de las paredes más lejanas de su familia.

Su hermano se levantó de la silla y se la cedió a ella, igual que la mano de la enferma, la cual no dudó en coger con cuidado mientras se sentaba.

Miró a su madre unos minutos largos y escuché sus sollozos pero no me aproximé, debía dejarle su espacio en aquella situación tan dolorosa.

Cerré los ojos con fuerza y escuché la voz de aquella mujer, era tan débil que apenas inundaba la habitación.

-Hija.-Susurró, levantando la mano y acariciando la mejilla de Nat.

-Mamá.-Lloró, abrazándose a su cuerpo casi inerte.

-Estoy bien, cariño.-Le tranquilizó.-Estoy aquí.

-No te mueras, por favor.-Pidió, como el último deseo de un niño pequeño que sabe que no puede obtener.

-Tranquila.-Dijo su madre, apartando sus lágrimas.-Cuida de tus hermanos.

-No.-Negó, obligándose a ocultar la realidad ante sus ojos.-No te vas.

-¿Tu novia te hace feliz?-Preguntó la mujer, intentando distraerla de la conversación anterior.

Natalia me miró con una sonrisa triste y asintió varias veces, secándose las lágrimas con la manga de su sudadera.

-Muy feliz.

-Pues no la pierdas, mi amor.-Le aconsejó.-Estoy muy orgullosa de ti y de todo lo que has conseguido.

Mi novia se desmoronó y decidí acercarme lentamente, apoyando una mano en su espalda y haciendo que diera un pequeño respingo y que aumentaran sus sollozos.

Me cogió la mano con fuerza y observé a la mujer más de cerca, que me miraba con una sonrisa tierna y tranquila, queriendo descansar para siempre.

Gasolina. | Albay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora