XXI

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¿Cuántos golpes necesitamos para darnos cuenta de que nos estamos equivocando?

Habían pasado exactamente dos días desde que dejé a Natalia en su piso y estaba completamente destrozada.

Llamé a Marta las primeras horas después de que fuera en su busca pero no me contestó hasta la mañana siguiente, poniendo como excusa que la morena estaba realmente triste.

No había salido de mi casa en ese tiempo y el dolor de cabeza contante tampoco se había ido. Marina me miraba con tristeza pero no me hablaba por miedo a romperme aún más.

Me había observado un par de veces al espejo, las suficientes para reconocer una Alba totalmente cruel y desagradecida. Pero era más el dolor y el odio hacia mí misma que hacia la persona que se reflejaba en el vidrio.

Recibí la llamada del número de Natalia dos veces. Una a mediodía y otra apenas dos horas después, pero sólo contesté a la segunda.

Descolgué con lentitud y me coloqué el teléfono en la oreja con miedo. Escuchaba una respiración agitada al otro lado de la línea, una respiración que no reconocía como suya.

-¡Estúpida!

Definitivamente no se trataba de Natalia. Fruncí el ceño pero no pronuncié palabra, esperando que la persona detrás del aparato dijera su nombre.

-¡Más vale que vengas a disculparte con mi chica!

Me tuve que separar el teléfono de la oreja ante semejante grito y el murmullo de fondo se cortó, haciéndome saber que la llamada había acabado.

Comencé a llorar de nuevo y Marina me consoló. Me preocupaba cansar a mi hermana de mis problemas y muchas veces no le contaba nada para evitarlo, pero era ella quien se ofrecía voluntaria para dejarme su hombro y llorar.

-No puedes seguir así, Alba.-Me susurró, acariciando mi espalda con suavidad mientras me envolvía entre sus brazos.

-Soy gilipollas.-Murmuré, sorbiendo mi nariz.-No me va a perdonar nunca.

-Estás haciendo una montaña de un grano de arena.-Opinó dulcemente.-Natalia puede asumir que no la quieres, no es tan grave.

Escuchar aquellas palabras me causaron un impacto en mi interior. ¿No quería a Natalia?

Fue realmente ahí cuando me di cuenta de que la había cagado del todo. Por supuesto que quería a Natalia, pero era un sentimiento que no me podía llegar a permitir.

-Marina.-Llamé, después de un silencio algo prolongado.-¿Está bien querer a una mujer?

-Es increíble que me estés preguntando esto, hermana.-Dijo, negando con la cabeza.

Me encogí de hombros sin hablar más y comprendí que debía alejarme de ciertas personas para evitar hacer más daño.

Una semana después, Marta me llamó. Explicó que tenía que verme y comentarme un par de cosas, así que me duché e intenté disimular las grandes bolsas negras que aparecieron debajo de mis ojos con algo de maquillaje para salir.

Me había citado en la misma cafetería de siempre. No tenía ganas de moverme de casa pero debía mantener la compostura y cuidar mis amistades, si no me perdería a mí misma para siempre.

Llegué cinco minutos antes de la hora y me senté en una pequeña mesita al fondo. Había optado por un top rosa fosforito que no iba nada acorde con mi estado de ánimo, pero era la única ropa decente que había encontrado en mi armario.

Marta abrió la pequeña puerta cristalina del local y me buscó con la mirada, frunciendo el ceño enfadada cuando me vio.

Me hundí en el asiento esperando la bronca pero se giró, tirando fuertemente de un brazo y dejando ver a la morena debajo de la capucha de su sudadera negra.

Abrí los ojos y comencé a temblar como una liebre indefensa. Miré alrededor buscando la salida pero no la encontré y, antes de que pudiera pensar en una excusa, ya las tenía frente a mí.

La morena no me miraba y parecía querer desaparecer, mientras que mi amiga la sujetaba por el antebrazo y me asesinaba visualmente.

-Vais a solucionar esto.-Nos señaló, obligando a Natalia a sentarse frente a mí.

-Marta...-Se quejó la motera con la voz ahogada. Mi amiga negó con la cabeza indignada y comenzó a caminar a la salida, dejándonos completamente solas.

Estuvimos diez minutos mirando al suelo, jugueteando con nuestros propios dedos y tiritando de los nervios. Me atreví a elevar la vista y observé como se mordía las uñas con impaciencia mientras meneaba la pierna.

-No hace falta que digas nada.-Habló, rompiendo el silencio. Me quedé sin respiración cuando se dirigió a mí y nuestras pupilas establecieron contacto por unos segundos.

Hizo el amago de levantarse dando suspiros pero me incliné hacia delante, intentando agarrar su muñeca antes de que la apartara bruscamente.

-Lo siento.-Murmuré, alejando la mano con tristeza.

-Ya.-Respondió irónicamente, cruzándose de brazos y recostándose en la silla.

-No fue mi intención reaccionar así, nunca me habían dicho eso y...

-Olvídalo.-Me cortó.-No sé en que estaba pensando cuando te lo dije.

Abrí los ojos con sorpresa ante su declaración y pensé en mi siguiente movimiento.

-¿No lo sientes?-Pregunté confundida, aún con la vaga esperanza de que fuera de verdad.

Me miró fugazmente y dudó, abriendo la boca varias veces sin mediar palabra. Suspiré ante su indecisión.

-No tienes derecho a preguntarme eso.-Concluyó.

-Lo sé.

Asintió de acuerdo y no dijo nada más. El camarero interrumpió la tensión para tomarnos nota pero no pedí nada, al fin y al cabo de iría en cualquier momento.

-No entiendo para que nos ha traído Marta aquí.-Protestó.-Si no hay nada que solucionar.

-Natalia...-La llamé dudosa.-Necesito tiempo.

Analizó la frase mentalmente y comenzó a reír de manera falsa. Golpeó la mesa con mofa y negó con la cabeza.

-Mira, rubia.-Me señaló.-No sé si me quieres o no, pero si no lo hicieras no te latería tan rápido el corazón.

-¿Qué?-Pronuncié, en un hilo de voz.

-Me pides un tiempo que yo no tengo. Llámame cuando te aclares, pero yo no te voy a esperar.

Gasolina. | Albay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora