—¡Laterales! —exclama el profesor. El cambio es tan brusco que algunos se chocan cuando comienzan a hacer los movimientos.

Por último, volvemos al trote tirando golpes. Siento que alguien golpea mi espalda todo el tiempo y tengo que contenerme para no girarme y decirle barbaridades, pero cuando ya estoy irritado porque pasaron tres minutos y no para decido darme vuelta y detenerlo.

—¿¡Podés parar de...!? —me interrumpe cuando me doy cuenta de quién es y trago saliva con expresión sorprendida—. ¿Merlina? ¿Qué estás haciendo acá?

Ella me mira con el mismo semblante de sorpresa y esboza una sonrisa traviesa.

—Vine para aprender a golpear a quien se atreva a decirme Merluza —replica con naturalidad y encogiéndose de hombros. La observo conteniendo una carcajada. ¿A quién va a golpear este piojo?—. Debería sentirse intimidado, señor Lezcano. —Me mira con expresión desafiante y yo hago una mueca de terror fingido.

—No sabés cuánto me asustas, Merlina. Y no me llames de usted, no estamos en el trabajo.

—Me da igual si estamos o no en el trabajo, le repito que quiero que me llame señorita Ortiz.

—¡Vamos, muévanse! —grita Agustín al notar que nos quedamos parados. Sin decirnos nada más, continuamos con el calentamiento.

Cuando terminamos de entrar en calor, la mitad de las personas ya están cansadas y eso que no hicimos nada. De lejos veo a Merlina con las manos en la cintura, el pelo desordenado intentando mantenerse enganchado en la colita que se hizo y el rostro rojo de calor. ¿Por qué me provoca tanta ternura? Parece una manzana. Mi mirada se cruza por un segundo con la de ella y la noto sonreír cuando desvío mis ojos hacia otro lado, haciéndome el distraído con una mosca.

—El uno, dos es una técnica muy básica, proviene del boxeo ya que el Kickboxing es una variable de este deporte, con la diferencia de que acá podemos involucrar patadas, codos y rodillas —explica el profesor—. Vamos a ponernos en guardia, la parte de adentro de los antebrazos pegada al costado del cuerpo y los puños cerrados tapando el mentón, las piernas apenas flexionadas y la pierna izquierda va atrás, el pie se pone en forma horizontal. Primero estiramos el brazo izquierdo para dar el golpe y luego el derecho, esto tiene que ser rápido, apenas largamos una mano, al segundo ya tiene que estar cubriéndonos de nuevo —continúa haciendo los gestos correspondientes—. Pónganse en parejas así comienzan a practicar las técnicas.

Bufo y miro a mi alrededor. Nadie sabe con quién ponerse a excepción de algunos que ya vinieron acompañados, por lo que la última opción que me queda es acercarme a Merlina, quien también está estática buscando a alguien con quien juntarse.

—¿Hacemos grupo? —le pregunto sonando como un adolescente entusiasmado. Arquea sus cejas y asiente con algo de duda.

—Si no tengo otra opción —murmura acercándose unos pasos más hacia mí. Suspiro y hago de cuenta que no escuché ese comentario.

No quiero precipitarme, pero creo que me odia desde el principio, y también creo que tiene sus razones porque la traté de infantil desde que nos conocimos y la llamé como un pescado, ¿pero tanto va a hacérmelo notar? Yo quiero llevarme bien con ella, sobre todo porque sé que durante este mes vamos a pasar bastante tiempo juntos, pero me la hace difícil y encima mi lado idiota sale cuando estoy a su lado, lo que provoca que su odio hacia mí se incremente.

Siento un leve golpe en la comisura de mi labio que me hace salir de mi ensoñación y la miro con sorpresa. Ella suelta una risita por lo bajo.

—Perdón —dice, aunque no suena muy arrepentida—. Pensé que ya estabas con la defensa lista. Además, avisé que iba a golpear a quien me llamara merluza.

—Bueno, entonces ya estamos a mano, ¿no? Ya me disculpé por haberte llamado así, vos me golpeaste y espero que eso represente disculpas —replico mientras hacemos los movimientos del ejercicio—. ¿Me dejás decirte Merlina?

—No —contesta atajándome un golpe y se acerca a tal punto que puedo sentir el calor emanando de su cuerpo—. Señor Lezcano, usted sabe que esto es solo una relación profesional, por lo que le reitero por última vez que quiero que me llame señorita Ortiz.

Trago saliva ante su cercanía. Genial, ahora pienso que es sexy verla con la cara roja, con leves gotas de transpiración en su frente y pómulos, su pequeña boca entreabierta y sus ojos expectantes por mi respuesta.

—Sí —es lo único que logro decir y me muerdo la lengua por mi respuesta tan torpe. Arquea una ceja divertida y niega con la cabeza mientras se aleja y continúa con las técnicas—. Entonces, señorita Ortiz, ¿qué le parece si nos damos una ducha después de esto?

Se detiene de repente y me observa atónita. Es ahí cuando me doy cuenta de lo mal que sonaron mis palabras. ¡Por el amor de Dios! ¿Por qué soy tan estúpido? Tengo casi treinta años y todavía no sé cómo comportarme ante una mujer sin parecer pervertido ni desesperado.

—¿Juntos? —interroga perpleja.

—¡No! —exclamo sin dudarlo—. Me refería a que nos va a venir bien una ducha después de esto, me expresé mal.

—Mejor no hable más y continúe moviéndose —dice con una mueca burlona grabada en su semblante.

Decido hacerle caso, ya bastante vergüenza pasé como para seguir hundiéndome en el barro.

La hora pasa más lento de lo que pensé, pero finalmente la clase termina y corro hacia las duchas para liberarme de la gran tensión que pasé al estar con esa chica a mi lado. Al final vine al gimnasio para desestresarme, despejarme y pasar un buen rato y termino estando peor que antes. Termino de refrescarme y salgo del lugar con la esperanza de que ya se haya ido, pero la cruzo en la entrada, apoyada contra la pared y mirando su celular.

—¿Te llevo hasta tu casa? —le pregunto. Levanta sus ojos negros para mirarme y esboza una sonrisa tímida mientras niega con la cabeza.

—No, gracias.

—Vamos, no estás tan cerca como para ir caminando, no me cuesta nada alcanzarte —insisto.

—No te preocupes, ya me están por venir a buscar, pero gracias por la oferta —contesta volviendo a fijar su vista en el teléfono. Creo que está queriendo decir que no le interesa hablar conmigo.

—Mi papá me dijo que mañana tengo que ir a acompañarte a elegir el catering, ¿paso por vos a la una?

—Sí —replica sin mirarme.

—Bueno. Nos vemos mañana...

—Hasta mañana, señor Lezcano —murmura haciéndome un gesto con la cabeza.

Iba a decir algo más, pero mejor le dejo espacio. Está claro que no me soporta y eso me hace sentir un poco mal.

Me dirijo a mi auto con la cabeza baja y subo. Mientras coloco la llave en el contacto, alzo mi vista y noto que está abrazando a un hombre con una sonrisa de oreja a oreja, él también se ríe y despeina su cabello con cariño. Frunzo el ceño, ¿ese pinchazo que siento en mi estómago son celos?

Arranco el vehículo y me alejo a la mayor velocidad que puedo de la escena. ¿Por qué estaría celoso si esa chica ni me interesa? Apuesto a que el pinchazo es hambre...

Ojalá sea hambre.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now