—Es evidente que sigue en las cuevas.

Aquel entramado de pasillos que recorrían todo el subsuelo de la ciudad y que conducían a las cuevas que existían en la periferia, más allá de sus muros que rodeaban y protegían la capital, se convirtió en el refugio de mi padre después de que mi madre desapareciera y comprendiéramos que había muerto. Ahora que yo me encontraba lejos de allí mi padre prefería emplear su tiempo completo en la Resistencia y evitar el largo trayecto que tendría que hacer desde nuestro hogar hasta llegar a las cuevas.

Cassian sacudió la cabeza, como si estuviera espantando los pensamientos que pululaban dentro de su mente, y me miró con una expresión que denotaba cierta urgencia. La misma que había empleado cuando aporreaba la puerta.

Le hice un gesto que indicaba que no hablara muy alto, ya no solamente por Perseo, sino también por cualquier oído indiscreto que pudiera haber en aquel lugar tan abierto.

—Nos ha llegado el soplo de que van a realizar otra redada... aquí, en el barrio —me explicó apresuradamente.

El vello se me erizó al imaginar una patrulla de Sables de Hierro acompañando a una pareja de nigromantes para llevar a cabo la operación. Aquello era inusual... hasta hacía un tiempo, según me había confesado mi padre cuando nos reencontramos, casi dos meses atrás; la presencia de los perros del Emperador se había incrementado en aquella zona y eso no podía significar nada bueno.

Recordé las desapariciones de las que mi padre había querido mantenerme al margen, además de los rumores que corrían sobre posibles traidores dentro de la Resistencia; la presencia de las huestes del Emperador peinando la zona daba veracidad a las historias sobre ello: de algún modo, alguien estaba vendiéndonos al Imperio.

Durante el tiempo que estuve ausente, fingiendo ser una de las chicas de Al-Rijl, mi padre me informó de un desagradable y triste suceso en aquella zona, donde habían sido ejecutados un joven matrimonio por supuestos vínculos con la Resistencia. El estómago se me agitó con violencia al ser consciente de que no podía ser una coincidencia que el Emperador hubiera enviado a sus perros hasta aquí por segunda vez.

Aquella decisión parecía hacer inclinar a pensar que estaba buscando algo.

—Sabe que hay rebeldes en este lugar —caí en la cuenta, haciendo que el rostro de Cassian se ensombreciera.

—Aún no lo sabemos con certeza —me contradijo mi amigo, demasiado rápido.

Pero, en el fondo, no podía evitar que mis palabras estuvieran en lo cierto, que mis sospechas no fueran infundadas: las redadas tenían como único propósito el encontrar posibles rebeldes.

Gracias a los dioses que mi familia había tenido la precaución de mantener lejos de nuestro hogar cualquier objeto que pudiera incriminarnos como aliados del movimiento rebelde. En especial mi padre, quien era un activo muy importante dentro de la organización gracias a su facilidad para obtener información de sus distintas y variopintas fuentes.

—¿Por qué hacer tantas redadas en el mismo lugar, en un lapso de tiempo tan corto? Él sabe que hay rebeldes viviendo aquí porque alguien está vendiéndonos —le corregí y mordí mi labio inferior por la desazón que me produjo ese pensamiento.

La idea del traidor volvió a resurgir con energía dentro de mi cabeza, quedándose fija. Había dejado que los rumores sobre esa posibilidad cayeran en el olvido, me había centrado en otros asuntos, pero ahora regresaban después de que Cassian me hubiera advertido sobre una nueva redada y los motivos que se escondían tras esa decisión por parte del Emperador.

—¿Y quién puede ser el traidor? El asunto todavía no está claro, Jem: solamente contamos con sospechas, y muchas de ellas infundadas —repuso Cass con paciencia, como si estuviera dirigiéndose a una niña pequeña—. Los únicos que podrían ser capaces de obtener tal cantidad de información sobre todos nosotros serían nuestros superiores.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora