—¿Quién? —preguntó Alice.

—Mira.

Agarró la tableta. Había un mensaje de Kai.

Bienvenidos a la ciudad, chicos. Espero que os hayáis asentado. Nos encantaría que, mañana por la mañana, cuando hayáis descansado, os reunáis con nosotros en la plaza que tenéis al lado de casa para hablar de vuestro trabajo en la ciudad. 

Os estaremos esperando. 

Si necesitáis algo, no dudéis en pedirlo mediante este aparato. Desde aquí también controlaréis la limpieza de la casa y la ropa, la temperatura de la calefacción, las compras que queráis hacer... por supuesto, todo será gratis ya que trabajaréis para nosotros. Pero eso ya lo aclararemos mañana. 

Descansad bien.

—¿Qué trabajo? —preguntó Rhett.

—Según Eugene, algo relacionado con armas —murmuró Alice.

—Genial. Siempre terminamos donde empezamos —masculló Trisha.

Las habitaciones eran bastante similares. Pero había una mayor por la que Rhett y Trisha estuvieron peleándose un buen rato hasta que se la quedó Rhett.

—Parecéis niños pequeños —dijo Alice, dejando sus pocas cosas en otra habitación vacía.

Al final, Trisha desistió y se fue al otro lado del pasillo, lo más alejada de ellos posible.

—¿Por qué te vas tan lejos? —le preguntó Alice.

—No quiero oír cosas raras por la noche que me recuerden lo sola que estoy —explicó, mirándolos con los ojos entrecerrados.

Alice se quedó mirándola, negando con la cabeza, y se sorprendió al darse la vuelta y ver a Rhett mirándola con una expresión extraña.

—¿Qué pasa? —preguntó, confusa.

Él miró la chaqueta de ella, tirada sobre la cama.

—Pensé que dormirías... —él sacudió la cabeza—. Nada. Olvídalo.

Hizo un ademán de cerrar la puerta, pero Alice se acercó con una sonrisa malévola, impidiéndolo.

—¿Quieres que duerma contigo?

—Yo no he dicho eso.

—Tampoco lo has negado —señaló ella—. Si me lo pides, me mudo de habitación.

Rhett la miró, enfurruñado.

—No te lo voy a pedir.

—Entonces, buenas noches.

Alice se fue contenta hacia la habitación del lado y dejó la puerta abierta a propósito. Estuvo unos segundos revisando el armario vacío, cuando oyó unos pasos detrás de ella.

—Si quieres, puedes venir... —empezó Rhett, en voz baja.

—¡Genial! —sonrió ella felizmente, trasladando su chaqueta a la otra habitación.

 ***

Cuando llegaron, a la mañana siguiente a la plaza con la ropa que les habían asignado, Alice se sentía fuera de lugar.

Su ropa era un mono negro poco ajustado con el cuello alto. Se sentía como si volviera a trabajar para Max, cosa que era extraña. Además, la gente que iba vestida de forma corriente no los miraba. Quizá estaban acostumbrados.

Kai estaba en uno de los bancos de la inmensa plaza cubierta de nieve, que tenía en el centro una gran fuente de agua en la que había mucha gente sentada.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora