Conduciendo hacia la desolación (Ana Triveño G)

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Se hallaba llorando por la desesperación. El niño al que había atropellado todavía estaba bajo la cirugía de la que su vida dependía. No era justo, apenas debía tener como siete años y ahora, posiblemente iba a morir. Así de rápido.

La mañana había comenzado bien. Tranquila. Tal como cualquier otro día de la semana. May Christopher salía apresurada de su casa. Ya era tarde para ir a su colegio.

- Por favor, mamá. No seas así – rogaba momentos antes de salir.

- ¿Así cómo? ¿Preocupándome por tu bienestar? La respuesta es no – negaba la madre sin ceder ni un poco.

- Lo necesito, ya estoy tarde – continuaba la joven -. Te prometo que lo cuidaré bien, manejaré con cuidado. Sé conducir.

- Sé que sabes conducir. La cosa es que sepas controlarte frente al volante.

- Lo haré, pero por favor, déjame llevarlo al colegio.

- ¿Y si le pasa algo? No, no, no. Tu padre me mataría.

- Lo dejaré en el parque. Por favor, por favor.

- Ah... - suspiró la madre cansada -. De acuerdo, puedes llevarlo.

- ¡Sí! ¡Gracias! ¡Muchas gracias! – agradecía la hija cogiendo las llaves.

Y así, luego de dejar un beso en la mejilla de su madre, salió disparada para dirigirse conduciendo al colegio.

Éste era su día.

Podía sentir la fresca brisa del viento entrando desde la ventana abierta. La música llenaba el compartimiento delantero por completo. Los semáforos daban luz verde todo el tiempo.

Éste era su día.

Sin embargo, pronto todo cambió en cuestión de segundos.

Luz verde. Ya está casi al final de la cuadra. Luz amarilla. Acelera. Gira el volante a la derecha. Luz roja. Dobla. Un freno seco. Golpe. Se detiene.

No tarda en formarse una multitud a su alrededor. Había atropellado a un niño.

Todo había ocurrido tan rápido. No podía estar pasando.

Había atropellado a un niño.

Y allí estaba. Sentada en la sala de espera del hospital general. Conteniendo el aliento cada vez que recordaba todo. Se suponía que era su día, eso no podía estarle pasando. No a ella. No ese día.

"¿Por qué no escuché a mi madre?"

Con el corazón en la garganta, observa a uno de los doctores acercarse. Bastaba con ver su mirada para saber el resultado. El niño no lo había logrado.

Los padres del recién fallecido llegaron llorando amargamente. Los padres de la joven también ingresaron sollozando. Por último unos fríos oficiales, listos para llenar sus formularios y llevarse a la joven a la comisaría para arreglar todo. A pesar de haber sido un accidente, quedaría marcado como homicidio involuntario, y tendría que pagar por ello.

"¿Por qué no escuché a mi madre?"

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