Migraña (Francisco Bueno Ayala)

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Se despertó con aquel dolor de cabeza que siempre lo acompañaba. Aquel que era un acompañante siempre presente, siempre permanente... eterno. Aquel compañero que, ese mismo día, estaba especialmente insidioso y virulento, tanto que ni siquiera le había dado los pocos minutos de paz que le otorgaba el café cargado de la mañana.

Con suma molestia determinó que solo le quedaba un remedio para su mal, le molestó tomar aquella decisión (siempre le molestaba) pero el dolor era demasiado. Con una mueca tomó su medicación mientras esperaba que, en un futuro cercano, no le incrementaran la dosis. Se vistió con celeridad y salió de su casa en la dirección acostumbrada; la luz del sol daño sus ojos obligándolo a colocarse sus lentes oscuros y resignándolo a no manejar aquella mañana (a veces, solo a veces, manejar disminuía su dolor).

Tras unos minutos de caminata, llegó a su lugar habitual; una pequeña área verde libre del ruido urbano, con un toque casi rural. Los árboles comenzaban a florecer y el aire se llenaba con los aromas, colores y sonidos que lo hacían amar aquel lugar. Cercano a su banca habitual se encontraba un viejo policía que hacia su ronda.

­—Una consulta —se acercó al oficial con tono amable— ¿el sendero del águila? —preguntó por preguntar.

El oficial pareció salir de alguna ensoñación que aquel sitio ofrecía a sus moradores, mas nunca logró responder. Su interlocutor, con una rapidez casi imposible para el dolor que sentía, desenfundó un arma y disparó contra el rostro del oficial. El dolor disminuyó solo un poco.

Molesto por la poca efectividad del remedio se internó por el bien conocido camino diario. Cinco personas más tuvieron que morir antes que su dolor cediera solo hasta la mañana siguiente.

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