Una Llamada Soterrada (Erick Guarachi - "Eryx")

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Eran como las doce de la noche, 1992, La Paz Bolivia. Sonidos se desprenden como caos en los pasillos de la casa. Yo dormía, lo reconozco, pero no tenía los ojos cerrados. Estaba como suele llamarse, en estado de trance o en estado de vigilia. Un extraño estado entre dormido y despierto o entre muerte y vida. Me encontraba inusitadamente dentro de ese paréntesis donde estando en una dimensión real, a su vez había quedado atrapado en otra dimensión surreal. Era como cajitas chinas. Sueño, tras sueño, tras sueño. El sonido era más fuerte, se acerca cada vez más a mí. Me llama. No dice palabras porque el lenguaje es de humanos. Su lenguaje iba más allá de cualquier código lingüístico. Era con mi pecho, era con mi cuerpo, era con mi inconsciente, finalmente era con mi espíritu con quien se comunicaba. Afuera no había nada, no había nadie. Sólo niebla gélida y el tímpano me vibraba. Me levante, pues me encontraba recostado en la cama. Tendría la edad rebelde. Con acné en la cara, alguna que otra eyaculación al día, buscando un yo que me convenza y con mil preguntas por responder. De pronto una luz. Está detrás de la puerta. No es del foco eléctrico, es una luz que emite sonidos que mi oído no comprende. Son destellos que mis ojos no conciben. El corazón me empieza a latir de manera desesperada. Intento retenerlo. El corazón hace temblar las cortinas de la habitación, la pantalla se bambolea, y mientras inopinadamente me acerco a la puerta, ésta tiembla o palpita junto con mi corazón. Y yo sigo acercándome a su llamado. Casi me quedo sordo, pero de pronto algo zumba. Altera mis nervios. Un calor intenso se apodera de mi pecho. Una angustia. Un temor, verdadero temor. No era temor, era horror que sube hasta mi garganta quitándome la respiración. Yo grito en ese sueño que se escucha dentro de otro sueño. Mi voz no quiere salir y mi alma se exaspera. Mi alma, no la escucho, mas mi ser está a punto de explotar de horror. Mis pies ya no se mueven, pero igual me voy acercando a la puerta. Mi cuerpo entero ya no se mueve, mas igual avanzo hacia la puerta. No quiero avanzar más, "¡detente cuerpo, detente!" grito; sin embargo mi voz no se escucha. Detrás de ella ese algo continúa llamándome. ¿Por qué tarda tanto, por qué? Siento que pasa una vida. Nazco del vientre de mi madre y transcurre mi vida en una milésima de segundo. Mi corazón no para, late apresuradamente, como si de un haz que quisiera comprender se abalanzara a un abismo de sombras y rostros conspicuos. El zumbido que retumba en mi tímpano se ha intensificado. Por fin, la puerta se abre con lentitud. Su voz es un quejido sordo y carcomido por el temblor del tiempo. Un algo. Una sombra sin forma. Dos luces como ojos. Respira, siento que respira, lo escucho, su respiración se ha apoderado de mis sentidos. Se acerca. Ante tanta luz y niebla no descifro su forma exacta. Es una fiera salvaje. Hace sonidos de león furioso. Eso puedo entenderlo, esos códigos los conozco. De repente me paro firme. Aquello aún me asusta; pero quiero despertar. Doy la vuelta hacia la cama y, lo inesperado ocurre. Está mi cuerpo en la cama recostado con los ojos abiertos. La puerta se cierra con violencia. Soy extrañamente absorbido velozmente hacia mi cuerpo. El silencio tiene ruidos extraños. Finalmente logro mover mi cuerpo. Mis ojos vuelven en sí y me falta el aliento. Me siento para ver si hay algo en la habitación y nada. Todo está oscuro. Al principio pensé que se trataba de una pesadilla. Pero en realidad estuve con los ojos abiertos todo el tiempo. Reconocí que mi espíritu había decidido desprenderse por unos momentos de mi cuerpo. Algo me llamaba, no lo puedo negar. Esa extraña sombra, ese sonido sin sonido, ese rugir de la sombra, esa luz, todo. Cuán incierto es el transito del alma a la sombra. Qué senda abstracta es esa que inconclusa como la luz de luna nos somete a las garras de la posible muerte. Inerte las aves me encontraron. Y al no hallar más que huesos en mi oquedad me abandonaron.

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