La esquina (Luis Alberto Portugal Durán)

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Miró aquella esquina que tanto la asustaba. Estaba petrificada. Respiró hondo, casi con gran dificultad. Le invadió ese frecuente ataque de ansiedad. Justo en esa esquina donde hace muchos años, cuando todavía era una niña de apenas cinco añitos lo vio. Dobló así, de repente, ese perro blanco de grandes y gruesas patas, cabeza enorme y cuerpo obeso, con aquellos ojos azules de husky siberiano que le invadieron el alma hasta dejarla atónita, sin aliento, como una estatua de piedra. Pasó por su lado sin inmutarse en su presencia como si estuviese yendo a un lugar que sólo él conocía, siguió su camino con aquel andar de can obeso y grande sin siquiera mover el rabo. Y entonces fue que ella caminó hacia su casa, a pocos pasos, doblando la esquina, cuando lo vio, allí, parado frente a ella, aquel miserable loco que pedía limosna con una mugrienta gorra multicolor en la puerta de la iglesia. Tragó saliva, pero ya era tarde, aquel ser, sin mediar palabra o un grito de auxilio ni nada, se la engulló de un bocado. Despertó y el recurrente sueño regresaba en pesadilla con esa neblina que opacaba todo, parada en esa esquina que tanto la asustaba. 

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