Un hecho después de la muerte (Erick Guarachi- "Eryx")

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Entró Sergio Mamani Calderos a la sala de enfrente. Su vista apaciguaba a los dolientes detrás del espejo. Poco a poco fueron saliendo todos vestidos de luto. Las mujeres lloraban a llanto mudo, otras gemían sin poder esconder las garras de aquella ausencia que les bañaba el rostro. La campana había sonado tres veces esa noche. Los dolientes salían paso a paso, rechinando los maderos del salón que poco a poco se iba quedando vacío. Y pasaban todos por Sergio. Nadie le hacía caso, ni siquiera lo miraban. Sergio intentaba comprender aquella indiferencia, aquel silencio que inundaba su voz, pero que no paraba de escuchar el quejido de los dolientes. Sergio caminó detrás del espejo. Había algo al fondo. Una aire somero, una lívida espuma de acero. De pronto, el espejo se rompió. Salió volando un pájaro negro, mientras los cristales y mientras que Sergio caía de pecho al suelo, como en cámara lenta, todos desaparecieron del salón. La oscuridad se apoderó de aquel escenario. El cuarto se encontró oscuro. Las ventanas hablaban gemidos de luz de luna. Sergio se levantó del piso con cuidado de no cortarse las manos con los cristales del espejo. Caminó hacia ese objeto que le llamaba la atención y cuando llegó se percató de que era un ataúd. Encima de este estaba parado aquel pájaro negro. Picoteaba con reiteración agreste. Algo quería descubrir. Su pico era largo y puntiagudo. Las astillas del ataúd se esparcían con cada picotazo. Afuera aullaba el viento y raspaba el vidrio la luz de luna. Había una escoba en el piso. Sergio aún no entendía; pero sabía que tendría que espantar a esa ave tarde o temprano, así que levantó la escoba y amenazó al pájaro negro. Este no se levantaba, saltaba aleteando de un lado para el otro, sobre el ataúd testarudamente. Sergio se impacientó y golpeó también de un lado a otro el ataúd para que aquella ave dejara de una vez libre ese oscuro objeto. Finalmente la escoba se precipitó en el aire, y en complicidad con la fuerza de Sergio, esta acertó al cuello del ave, dejándola casi muerta sobre el ataúd. Sergio la lanzó al piso, retiró una a una las plumas oscuras de la superficie, que ese extraño ovíparo había dejado. Había una inscripción, un letrero, un nombre escrito en la madera de ébano. En la inscripción decía: "Aquí yacen los restos mortuorios del que en vida fue Sergio Mamani Calderos, quien Dios no quiso llevar, sino que él quiso adelantarse a su llamado quitándose la vida por razones desconocidas" Al leer esto Sergio retornó al espejo del salón. La gente lloraba. El salón de enfrente seguía lleno de gente vestida de luto. Y cada vez que alguien se acercaba al espejo del salón a mirarse, Sergio los observaba desde su claustro encierro. Allá, detrás del espejo en el salón de los funerales.

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