El corazón de una bruja (Ana Triveño)

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- Se ha vuelto un tirano, el pueblo quiere cambios. Si no los ayudo entonces me hundirán con él - me defendí también enojado.

- ¿Los ayudas? ¡Tú eres el que los está guiando! ¡Tú les metiste la idea de levantarse en contra de su rey! - siguió acusando.

- Era algo que ya se pensaba, solo faltaba alguien con coraje para decirlo en voz alta.

Entonces ella se puso a llorar y se alejó de mí como si no soportara verme. Me dolía verla así, odié esa sensación de repulsión hacia mí. ¿Ya no me amaba? Temí caer de su gracia. Si ella dejaba de amarme, sus poderes dejarían de estar conmigo. Mi conquista más grande se habría volcado contra mí, no podía permitirlo.

- Verás que todo saldrá bien. Yo haré que todo mejore - traté de confortarla. Me acerqué a ella y la abracé ansioso de protegerla. Ella pareció entender que no me haría cambiar de parecer.

- No tendrás mi bendición - fue todo lo que dijo. Eso bastó para que se me helara el alma.

Al día siguiente, lideré el levantamiento y en cuestión de horas, logramos tomar el castillo. Mis subordinados me apoyaron sin dudarlo y los que no, se sorprendieron tanto de mi traición que no alcanzaron a defenderse apropiadamente. Los ojos del rey me miraron llorosos justo cuando lo rematé. Sabía que en ellos flotaba la gran pregunta: ¿por qué?

Mi esposa me esperaba a mi regreso, me percaté de que estaba lista para irse. Primero me alegré porque pensé que por fin se había dado cuenta de lo beneficioso que sería vivir en el castillo, pero luego entendí que su intención no era mudarse conmigo.

- ¿Por qué? - pregunté esta vez yo, atemorizado ante la idea de perderla.

- Porque te has convertido en otro hombre del que me enamoré. Has contaminado tanto tu corazón que ya no late junto al mío, a mi ritmo. No puedo hacer más por ti que irme. Yo sí quiero sobrevivir - me explicó tajante.

- Yo te protegeré hasta la muerte, amor mío. Quédate a mi lado, iniciemos una familia.

- No, lo siento. He sido paciente y te he apoyado hasta ahora, pero esto es más de lo que puedo lidiar.

No lo entendí. ¿Qué era tan fuerte como para espantar a una bruja? Ya habíamos avanzado hasta aquí sin problemas, ¿qué la asustaba tan de repente? Ella leyó mi mirada y respondió:

- No puedo enfrentarme a una bruja, ni mucho menos a su venganza.

No entendí a qué se refería. ¿Otra bruja? ¿Venganza? Vi miedo auténtico en sus ojos y eso me espantó. Necesitaba una explicación.

- Pero... - comencé -. Tú eres una bruja, ¿que acaso no puedes enfrentarte a otra?

Entonces ella comenzó a reírse. Lo hizo un buen rato hasta que no pudo más. Esta vez me miró con lástima.

- Yo no soy una bruja, pero gracias por haberlo creído por tanto tiempo. No sé si seguir riendo o comenzar a llorar por la ofensa. Ya no sé si me amas realmente, ahora entiendo algunas actitudes tuyas conmigo - afirmó mientras soltaba lágrimas -. ¿Acaso te interesaste en mí solo porque me creías una bruja? Ah, ya entiendo. El corazón de una bruja, así que eso era. ¡Qué decepción! Y pensar que pasé mis mejores años a tu lado, sirviéndote...

No supe qué decir. Ella... ¿Ella no era una bruja?

- Te creí más sabio, pero creo que solo eres un niño que se cree inmortal por algo que ni siquiera es real. ¡Un niño confiado que no le teme a la muerte! La ingenua era yo, enamorada de un héroe que jugaba con su destino. Pues te diré algo, la verdadera bruja de estas regiones es la reina. Como dices, todos lo saben, pero nadie es capaz de anunciarlo en voz alta. Te lo digo ahora: todo lo que hiciste y pensabas hacer, eso mismo hizo el rey con ella.

No podía ser cierto. Todo lo que me decía mi esposa no podía ser verdad. Me quedé sin palabras, estupefacto por la revelación que explotaba ante mí. ¡Un niño yo! Así me había llamado...

- Ah, pero ella no era tonta, ella también conquistó el corazón del rey y por eso era también una gran reina - prosiguió ella -. Seguramente no la encontraste en el castillo, o la diste por muerta por alguno de tus hombres. Falso. Ella está viva, sí. Se vengará de ti de la forma en que solo una bruja puede hacerlo.

- No... ¡Basta! - grité incapaz de seguir escuchando esas atrocidades. No podía creerlas. Me tapé los oídos y caí de rodillas. Yo también derramé lágrimas. Mi esposa se entristeció levemente, asintió con la cabeza y se marchó en dirección opuesta al castillo. Desde entonces, solo la he visto en mis sueños y en mis pesadillas.

Al cabo de una semana de ese fatigoso día, yo me encontraba en mi alcoba real, dispuesto a descansar y seguir intentando olvidar. Noche tras noche la veía, soñaba con ella y me asombraba de cómo me daba la espalda con tanta facilidad. Esa noche tampoco pude descansar, ya se rumoreaba que el rey enloquecía con el pasar de los días, no podía seguir fingiendo lo contrario.

«Se vengará de ti de la forma en que solo una bruja puede hacerlo» habían sido sus últimas palabras. Sabía que eran verdad. Incluso aunque no lo fueran, resultaron ser ciertas. Una bruja no movilizaba ejércitos ni te atacaba desde las sombras de tu habitación con increíble agilidad. No. Una bruja te afectaba directamente desde el interior, te provocaba visiones, te enloquecía la mente.

Noche tras noche, ella me daba la espalda, así como mi cordura. Contemplé mi reino desde mi balcón real, observé su nueva gloria, una luz que apenas comenzaba a brillar.

"No fue mentira, sí te amé. Creo que me amabas también", pensé con melancolía.

Cedí ante el hechizo en el que me había sumido desde que la conocí, cocinando a la intemperie en espera de un hombre valiente que la llevara consigo. Bruja o no, me hizo saborear la gloria y me hizo sufrir al perderla, quizás más de lo que alguna vez fui feliz.

Lleno de arrepentimiento y soledad, me dejé caer en lo profundo de sus ojos, de sus labios, de su cabello. Rendido ante su encanto y convencido de que era inmortal, caí desde el balcón con la esperanza de que todo fuera un sueño y que, al despertar, estaría junto a mi amada esposa y todo sería increíblemente normal. Sería increíblemente feliz.

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