Los niños son niños.

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-Tom. – Susurró Bill, la luz estaba apagada y le daba miedo moverse de donde estaba, no quería ni abrir sus ojos, y cómo tenía miedo, quería que Tom estuviera con él. Junto a él.

-Toooooom – Volvió a susurrar, pero su hermano seguía sin escucharle. Entonces Bill decidió que correría hasta su cama a la cuenta de tres. Uno... dos... ¡Tres!

El menor de los dos corrió a toda velocidad hasta la cama de su gemelo, se le tiró encima abrazando con todas sus fuerzas el cuerpo de su hermano. El mayor despertó totalmente asustado, se tranquilizó al darse cuenta de qué, otra vez, sólo se trataba de su hermano asustadizo. Se movió para dejarle lugar, pero su hermano no quitaba los brazos de su cuerpo.

-Bill... no deberíamos estar despiertos... mamá va enojarse otra vez...– Su hermanito parecía estar temblando, por lo que Tom encendió la luz de su velador para calmarle. Si había algo que asustara a muerte a su gemelo, eso era la noche, la oscuridad, y el silencio. Tom no se alejó de los brazos de su hermano, pero si le forzó que se metiera bajo las frazadas, hacía mucho frio, era pleno invierno. De repente Tom sintió terror. Si, terror al igual que su hermano, pero no de la misma manera qué él. Tenía miedo de que su mamá les encontrara despiertos otra vez, cómo anoche, que Bill no había podido dormir y lo había despertado porque no soportaba el miedo que tenía.

-Tengo mucho miedo. –Dijo su voz quebrantada. –Tengo mucho miedo, no quiero dormir solo, no quiero, Tomi...

-¿Otra vez tienes pesadillas?

-No son pesadillas.

-Mamá dijo qué lo eran.

-Pero no estoy dormido cuando pasan... –A Tom le daba tanto miedo oír los relatos de las pesadillas de su hermano, que le daban ganas de llorar, pero no lo hacía, es más, nunca emitía nada que no fuera seguridad. Porque si su hermano lloraba de esa forma él tenía que hacer algo para ayudarlo, si su hermano tenía miedo, él debía ser fuerte para protegerlo.

-Sabes...a mi me pasa también. –Bill despegó la cabeza del pecho su hermano y le miró a los ojos, con horror. ¿Él también veía esas cosas horrendas? ¿A él también le susurraban voces roncas? De ser así, ¿Por qué su gemelo no lloraba cómo él lo hacía? ¿Acaso era el único niño incapaz de no sentir miedo?

Usó el reversó de su mano para secarse las lágrimas.

-¿Cómo? Tomi no me dijiste nada... ¿Por qué no me contaste?

-Es qué no me pasa hace mucho. –Por supuesto que Tom estaba mintiendo, pero es que no sabía cómo consolar a su perturbado hermano, sólo quería que dejara de llorar. Sin embargo, a pesar de tener cuatro años, Bill no era ningún niño tonto, a decir verdad, era demasiado inteligente para su corta edad.

-No te creo.

-Es verdad.

-¡Pruébalo!

-¿Cómo? Son pesadillas, no puedo mostrártelas Bill. Yo tampoco veo las tuyas y acá estoy, yo te creo todo. –Los ojos de Bill estudiaban cada milímetro del rostro de Tom, buscando señales que le confirmaran que era verdad. Era imposible que viera esas cosas horrendas y no llorara...

-Mentiroso. –Dijo Bill frunciendo su ceño e inflando sus cachetes, se estaba enojando. A Tom le entraron los nervios, estaba quedando cómo un tonto.

-Pasa que yo no lloro. –Dijo en un tono sereno, y Bill cambió su expresión a una de total atención. – Puedo controlarlo porque sé que son pesadillas, y las pesadillas no pueden hacerte nada, cómo mamá te dijo la semana pasada, las pesadillas son sueños.

-Pero mamá no sabe nada.

-Mamá sabe, ella es un adulto, y entiende.

-Tengo miedo.

-Fear-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora