—Vita ha afirmado que no pertenecéis a ninguna familia —comentó Aella fingiendo que era de manera casual.

Mis ojos se vieron de manera inconsciente atraídos por la misma muchachita rubia que antes había mostrado su disconformidad ante mi llegada; sus ojos castaños ya se encontraban clavados en mí con ambas cejas enarcadas, formando un inconfundible gesto cargado de burla.

Rompí el contacto visual para poder centrarla de nuevo en Aella, que parecía interesada por conocer mi respuesta.

—Así es —confirme con tranquilidad, sin avergonzarme en afirmar que no era como ninguna de ellas.

Por algunas expresiones de sorpresa, adiviné que no esperaban lo que había dicho. Quizá habían creído que mentiría, que ocultaría mis raíces porque eso me ayudaría a encajar mejor entre ellas; que les brindaría un arma contra mí. Una vulnerabilidad que podrían explotar más adelante.

Contuve una sonrisa de satisfacción y me obligué a sostenerle la mirada a Aella, que había fruncido sus cejas hasta casi unirlas en el centro de su frente. Procuré no mostrar la leve alteración que me provocaba contemplar sus iris de color azul, el escalofrío que recorrió mi espalda al compararlos con los de su hermano.

La chica mostró un gesto contrito.

—No es muy frecuente que alguien de tu posición termine siendo doncella —repuso, cruzándose de brazos y analizándome de nuevo con su cerúlea mirada—. Sin embargo, no tuve ni voz ni voto en la decisión.

No percibí resquemor en sus palabras, como tampoco en su mirada. Me resultaba muy complicado adivinar si Aella estaba enfurecida por el hecho de que no se le hubiera permitido decidir sobre ese asunto o si le resultaba indiferente; no estaba resultando ser tal y como la había ideado dentro de mi mente.

—¿Cómo es posible que no esté con el resto de los esclavos? —la pregunta vino de la doncella rubia, su cabeza hizo un gesto despectivo en mi dirección.

Aella apretó los labios, pero no dijo nada; su mirada se limitó a oscilar entre su doncella y mi rostro con una expresión de casi aburrimiento.

Dejándome a mí para que solucionara mis propios problemas, o quizá probándome para ver si era capaz de hacerlo o no.

O quizá demostrando lo poco interesada que se encontraba en nosotras. En mí.

Decidí concentrarme en el rostro de la doncella que había decidido lanzar la insidiosa pregunta. Sus labios luchaban para no formar una sonrisa que delataba su satisfacción por creer que había logrado ponerme contra las cuerdas, puede que nerviosa por lo que se escondía tras sus palabras.

Eso demostraba lo poco que me conocía.

O lo estúpida que era.

—Estoy tan sorprendida como tú —le contesté con dulzura—: lo único que puedo decir es que estoy aquí gracias a un favor.

La doncella rubia alzó ambas cejas de nuevo.

—¿Favor? —repitió y en su mirada relució un brillo desdeñoso—. ¿Qué tipo de favor?

Las palabras se me atoraron en mitad de la garganta. Con ellas tampoco sería seguro compartir que todo aquello había sido gracias a la ayuda de Perseo, quien había usado sus contactos y persuasión para conseguir que me brindaran aquel puesto de doncella, un trabajo que me permitiría alejarme de mi supuesta vida con Al-Rijl.

Un trabajo que me brindaría un futuro muy distinto al que habría seguido si hubiera estado todavía en aquel burdel.

Al igual que había sucedido con mi padre, tendría que guardar silencio.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Where stories live. Discover now