—Pues no lo está —contesté con dureza.

Nunca nadie se había atrevido a colarse allí. Las historias y rumores que corrían sobre nuestra familia y sobre los sucesos extraños que tenían lugar tras las viejas verjas de hierro parecían haber sido suficientes para disuadir incluso a los más valientes, aunque Jocelyn también había tenido mucho que ver en ello.

El desconocido apartó la mirada para poder contemplar la fachada de la mansión. El porche. Por mi parte, el temor de que alguien lo descubriera en el patio trasero, hizo que registrara todas las ventanas que daban a aquella zona de los terrenos.

Un soplo de alivio me recorrió el pecho cuando las vi todas vacías.

—Este sitio es...

Aunque no lo dijo, casi tuve la certeza de que la palabra que buscaba era «espeluznante».

El riesgo de que alguien de mi familia pudiera ver a un extraño campando por sus anchas por el patio trasero me animó a que me pusiera en pie y decidiera hacer algo más que quedarme embobada y apretando al perro de un desconocido contra mi pecho como si fuera un escudo.

—Este sitio es propiedad privada —dije y conseguí que volviera a mirarme.

Me permití echarle un rápido vistazo. Mis ojos se detuvieron momentáneamente en su camiseta negra con el Ojo de Sauron plasmado en mitad de su pecho, antes de que continuara con mi recorrido: pantalones vaqueros largos, a pesar de las altas temperaturas, y unas Converse del mismo color que la camiseta; por no hablar de su cabello negro, con aquel largo mechón cruzándole la frente y casi cubriendo uno de sus ojos. El aspecto de aquel chico no parecía encajar con los de otros chicos del vecindario.

Casi parecía uno de nosotros, un Trevellant.

Y pese a la sorpresa inicial por aquel desconcertante muchacho, me obligué a continuar caminando hacia donde se encontraba detenido con el perro en brazos. Perro que parecía estar demasiado cómodo entre ellos.

Las mejillas del chico se colorearon al oírme.

—Lo siento —balbuceó, muerto de vergüenza—. No suelo... no suelo asaltar propiedades privadas pero... pero Cedric no entiende el concepto y...

Levanté una mano, haciendo que frenara en seco su larga disculpa de por qué se encontraba en mi patio trasero.

—¿El perro se llama... Cedric? —la pregunta surgió de mis labios sin más.

El chico se permitió una pequeña sonrisa.

—Es una larga historia, pero sí —sosteniéndolo con una sola mano, acarició al animal detrás de la oreja derecha—. Se llama Cedric.

Un crujido proveniente de Ravenscroft Manor me recordó que aquel desconocido no podía ser bien recibido... y que yo ya había cubierto mi cupo de amabilidad por un día. Di un paso más hacia él.

—Tienes que irte de aquí.

Mi repentina orden le hizo parpadear, perplejo.

—Ahora mismo —añadí para darle más énfasis.

Desde la poca distancia que nos separaba caí en la cuenta de que le sacaba un par de centímetros de altura. Pocos pero satisfactorios para alguien cuyas hermanas casi le doblaban la altura, y una de ellas se encargaba de usarlo para hacer comentarios insidiosos y bromas sin ningún tipo de gracia... a excepción de para la que las hacía.

Cedric soltó un lastimoso ladrido.

—Eh... sí —tartamudeó el chico, recomponiéndose—. Es cierto. Propiedad privada y todas esas cosas, ¿no?

Peek a BooWhere stories live. Discover now