9.- La Pitonisa, El Gato y los Dados

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-Oh, ¡pero qué tenemos aquí! ¡Qué jovencita tan encantadora!- gorjeó Madame La Laurie volviéndose hacia ella. 


Rose contuvo el reflejo de dar un paso atrás cuando sintió la ávida mirada de aquellos enormes ojos clavados en ella. Por suerte pudo controlarse antes de parecer innecesariamente maleducada y cobarde.


-¿Y bien? ¿Qué trae a tan encantadora señorita a Madame La Laurie? -continuó la mujer alegremente ajena a la gran impresión que había causado. Su corpachón y su atuendo de colores chillones parecía llenar toda la estancia- ¿Un amuleto de la suerte? ¿Un talismán protector tal vez? O quizás... - se inclinó hacia ella con cara de circunstancias y bajó la voz a apenas un susurro- ¿Una pócima de amor?


Rose no pudo evitar torcer el gesto al oír estas últimas palabras. Era bien sabido que las pócimas de amor no eran más que un cuento bonito para adolescentes crédulas y desesperadas. No había forma de obligar a una persona a amar a otra, por suerte. Aunque siempre podían venderte una substancia afrodisíaca bajo el nombre de "Pócima de Amor". Gracias a dios generalmente no era más que una fragante agua de rosas.


La muchacha entrecerró los ojos y miró a la mujerona con sospecha. ¿Sería la tal madame un fraude? Aunque era innegable que el borboteo de la magia estaba en el aire, sutil pero sin duda presente. Cosquilleante. 


También era más que posible que fuera una mortal con un poder limitado y se aprovechara de ello para su pequeño negocio añadiendo un poco de timo al asunto. ¿Quién decía que los auténticos vidantes no pudieran ser estafadores? Probablemente tuvieran mucho material del que hacer uso para engañar a la gente.


Madame La Laurie la miraba con sus ojos de mosca y sin perder la sonrisa a espera de que respondiera. Rose titubeó.


-En realidad tengo una pregunta...- comenzó insegura.


Los ojos de la mujer se iluminaron de inmediato.


-Oh, una pregunta, por supuesto.¿Quién no tiene preguntas? Y más a tu edad. Aunque entre tú y yo, a cualquier edad se tienen preguntas. - se golpeó la frente con la palma de la mano como si acabara de caer en la cuenta de algo- Pero, por favor, sígueme por aquí. 


Dubitativa Rose se dejó guiar por la extraña mujerona a través de una cortina de tintineantes cuenta de colores a la trastienda. Tuvo que morderse la lengua para no exclamar. Aquel era exactamente el aspecto que había imaginado tendría la oficina de una pitonisa estafadora. Una lámpara de lava iluminaba tenuemente la habitación con tonos escarlata. Era una pequeña estancia cuadrada con un aroma tan intenso a incienso que Rose se sintió inmediatamente asfixiada. Las paredes estaban adornadas por tantos amuletos, figuras, crucifijos, cartas de tarot y afiches de santos, ángeles, demonios, hadas y demás criaturas míticas que apenas era visible el papel florido de la pared. El suelo estaba cubierto por una suave moqueta granate enterrada bajo decenas de cómodos cojines de colores tan llamativos y dispares como la misma Madame La Laurie. Un tocador repleto de libros y otros objetos extraños al fondo y una pequeña mesa redonda con dos sillas eran los únicos muebles del cuarto. Y sobre la mesa... ¡Por los malditos inmortales!- Rose abrió los ojos de par en par incrédula- ¿Era aquello una bola de cristal? ¿Una auténtica bola de cristal? ¿Había quién aún usaba hoy en día una de esas?

El Hilo RojoWhere stories live. Discover now