35.- La rosa blanca del lazo rojo

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La verdad sobre los fantasmas es que no son en absoluto como los pintan en las películas de terror. Nada de pálidos, desfigurados o semitransparentes. Rose había crecido con ellos y la mitad del tiempo no los distinguía de los vivos. Había tenido una infancia difícil tratando de comprender porque nadie más veía a aquellas otras personas, ni siquiera sus brillantes y superpoderosos padres inmortales. Con el tiempo había aprendido a distinguir la sutileza de su presencia pero no siempre era fácil. Como un mundo invisible dentro de su mundo, los muertos tenían sus propias agendas y en general interactuaban lo menos posible con los vivos. ¿Cómo decirlo? Eran meros espectadores de la vida y siempre olían a nostalgia. Es cierto que algunos tenían una misión pero muchos tan solo no se sentían preparados para abandonar el único mundo que habían conocido y aventurarse al más allá, fuera lo que eso fuera. La Muerte tan solo cortaba el hilo de la vida llegado el momento y ofrecía su guía a las almas, pero no obligaba a ninguna a marcharse. Permitía el tiempo de duelo a los espíritus, a llorar, comprender y aceptar su nueva situación. Ella misma era poco más que una espectadora, como la aguja del reloj que inexorable marca la hora. No su verdugo. 

Rose lo comprendía y a pesar de todo le era difícil despedirse de un alma que se marchaba. Ni ella misma conocía qué se encontraría después o si había algo que encontrar. ¿Cielo? ¿Infierno? ¿Reencarnación? En lo que a ella respectaba era todo un misterio. La anciana había creído que alguien la esperaba al otro lado, alguien querido.

Era una bonita creencia-pensó Rose- esperar a reencontrarse con un ser amado era una forma de paraíso en sí mismo. Decidió creer con todas sus fuerzas en ello.

-No le he preguntado su nombre- murmuró para sí contemplando el rostro afable de la mujer en la foto- Debería de habérselo preguntado. 

 Demasiado tarde.

El tirón de una extraña energía la hizo volverse. La reconoció de inmediato. El chico asiático, Jun había dicho que se llamaba, andaba cerca. 

Instintivamente se dejó guiar por ella.

Su abuela le había pedido que lo cuidara. ¿Pero cómo iba a hacerlo si ni siquiera podía cuidar de sí misma? ¿Lo había sabido la anciana cuando había formulado su extraña petición? Aquella misteriosa conexión que los enlazaba, que la atraía hacia él... ¿Por eso le había suplicado su ayuda? ¿Por qué sino iba a dejar a su querido nieto en manos de una completa desconocida?

Era demasiado tarde para preguntárselo ahora. Como su nombre.

Alcanzó una puerta al final del corredor, debía de ser la entrada trasera al restaurante, aquella solo para empleados. Y estaba abierta. Rose se asomó al exterior con cuidado, no muy segura de qué esperar o de qué se suponía que debía hacer. 

En su memoria los ojos de la anciana le suplicaron de nuevo. No había forma de que hubiera rechazado aquella súplica. ¿Pero qué debía hacer con ella? Sabía, intuía, que la mujer había esperado día tras día en aquel mismo rincón, siendo testigo del dolor de su familia, aguardando a algo. ¿A qué? ¿Tal vez a Rose? ¿Cómo podía saber que iba a ir allí si ni ella misma lo sabía? No podía explicarlo pero se había criado junto a lo inexplicable. No podía señalar porqué creía que era así pero algo en su interior se lo decía. Al igual que le gritaba que el chico coreano estaba allí, al otro lado de la puerta.

Se detuvo en el umbral.

La puerta daba a un estrecho callejón sin salida. Rose supuso que lo utilizaban como zona de carga y descarga. Jun se apoyaba casualmente contra la pared de ladrillo ahumado junto a los contenedores, jugando distraídamente con un cigarrillo entre los dedos. Rebuscaba los bolsillos de su pantalón, probablemente en busca del mechero- dedujo Rose. 

El Hilo RojoWhere stories live. Discover now