58.- El silencio

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Últimamente todos los caminos le llevaban a aquellas mismas calles. Las estrechas y sinuosas callejuelas del casco antiguo estaban inquietantemente silenciosas aquel día. Lo único que escuchaba era su propia respiración entrecortada y el retumbar de los pasos de Jun a sus espaldas.

Ni el murmullo de una conversación, ni el ulular de una paloma, ni siquiera el aleteo de un gorrión. El mundo parecía haber enmudecido y en aquella ausencia absoluta de ruido escuchó el chasquido tan alto y claro como el estallido de una escopeta.

Se detuvo en seco al doblar la última esquina y su mirada escaló frenéticamente la fachada del edificio de enfrente.

La estampa que vio le heló el corazón y le acompañaría en sus peores pesadillas durante muchos años.

En lo alto del tejado la silueta de un hombre desconocido, pero que hubiera reconocido en cualquier parte, con el brazo extendido hacia el vacío y su puño cerrado sobre el grácil cuello de un felino negro, que se balanceaba inerte sobre el precipicio.

Como a cámara lenta vio como el hombre abría el puño y dejaba caer desde lo alto del inmueble el cuerpo inanimado del gato.

Con una velocidad sobrehumana Rose se precipitó hacia delante. Jun nunca sabría describir lo que vio en aquel instante. En un segundo la muchacha estaba a su lado y al siguiente parecía volar más que correr, rompiendo todas las barreras de la física.

Cazó el cuerpo del minino al vuelo y  se volvió a posar sobre el suelo con delicadeza.

Desde atrás Jun solo podía ver su delgada figura acuclillada sosteniendo con ternura al gato negro contra su pecho. Los hombros le temblaban. O quizás era todo el cuerpo.

- ¿Rose?- preguntó el chico con suavidad acercándose despacio, como quien teme espantar a una bestia acorralada.

- Quédate con él- contestó Rose sin mirarle.

La voz le salió ronca y áspera. 

Y de pronto Jun tenía entre sus brazos la carcasa sin vida de un gato y Rose se abalanzaba hacia delante.

Conteniendo la respiración la vio escalar la fachada en lo que dura un parpadeo y lanzarse en persecución del hombre de la azotea.

Todo lo que pudo hacer Jun fue abrazar el cuerpo aún tibio entre sus brazos y dejarse caer al suelo ya que sus piernas temblorosas amenazaban con no sostenerlo, mientras mantenía la vista dolorosamente fija en el punto donde había desaparecido Rose.

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NOTA DE LA AUTORA: Llevo mucho tiempo sabiendo que tenía que escribir esta escena y mucho tiempo no queriendo escribirla porque me partía el alma.

No sé si habré sabido poner en palabras lo que se dibujaba desde hace años en mi mente.

Espero que sepáis perdonarme y que sigáis dispuestos a acompañarnos a Rose y a mí en este tortuoso viaje. Sin vuestra compañía nunca hubiéramos llegado tan lejos.

El Hilo RojoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz