6.- Rose

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La madrugada la sorprendió hecha un ovillo bajo el edredón y con los ojos abiertos de par en par como un búho. No había logrado conciliar el sueño en toda la noche y no creía que al amanecer fuera a tener mejor suerte. Empezaba a lamentar su apresurada decisión de seguir a la Muerte en una tarde tan maravillosa de verano como la de ayer. Parecía que aquel pequeño capricho insensato había puesto en marcha la Rueda del Destino. No era bastante con que un hada muerta le hubiera echado los dados y encima la cara hubiera salido blanca, lo que no tenía ni idea de que significaba pero por alguna razón la hacía sentir inquieta. Estaba seguro que Los Limpiadores estarían buscándola y por si fuera poco la había visitado el Destino en plena noche.


Tal vez debería visitar algún experto en dados y azar. En toda la gran ciudad debía de haber al menos alguna pitonisa genuina y no un engañabobos para clientes ingenuos. Esos sí abundaban pero con el sexto sentido de Rose para lo paranormal suponía que no le costaría encontrar una fuente de fiar. El problema de las "Fuentes de Fiar" era que a pesar de que la información era fidedigna y no un engaño para mortales, el precio a pagar podía ser bastante alto. Como un ojo por ejemplo o una gota de sangre... y dios sabía que de cosas se podían hacer con una gota de sangre. Y pocas de ellas eran buenas. Eso por supuesto si existía un dios. Ella al menos nunca había visto uno y en sus dieciocho años había visto muchas cosas, la mayoría inexplicables para los simples mortales. Pero Rose no era una simple mortal aunque para ello tampoco tenía explicación. Alguien le había dicho una vez que su tercer ojo, ese que según dicen se encuentra en la frente entre los otros dos, estaba completamente abierto. La mayoría de las personas lo tienen completamente cerrado, hay quién lo puede abrir parcialmente de vez en cuando, pero en el caso de Rose era como otro ojo más, un ojo vigía y siempre alerta. Como el sexto sentido de un perro. Y ese ojo le permitía ver cosas que otros no veían, admirar ese otro universo fantástico que cohabitaba los recovecos oscuros del mundo mortal. Cosas que ni siquiera sus guardianes, sus adoptivos padres vampiros podrían nunca percibir. Cosas tales como la Muerte, los fantasmas o el mismo Destino. Cosas contra las que no se podía luchar y que la hacían sentir completamente desvalida e insignificante. Innegablemente mortal. 


Y a pesar de ser mortal Rose no era en absoluto corriente. Y tampoco había tenido una vida corriente. Eso saltaba a la vista. Adoptada y criada por dos vampiros desde que tenía memoria y con otros dos guardianes inmortales a los que no conocía, Rose había crecido intentando llevar una vida lo más común posible entre un sinfín de fenómenos paranormales. No era de extrañar que no tuviera muchos amigos, amigos humanos al menos, aunque había descubierto que hacer amigos con los inhumanos tampoco era tarea nada fácil. Era perfectamente consciente de que su misma existencia era antinatural, más antinatural aún que sus padres adoptivos chupasangre, y siempre vivía con ese pequeño temor a que los Limpiadores la encontraran, esa anormalidad en el Orden Natural de las cosas y decidieran limpiarla. Es decir, quitarla del mapa y devolver las cosas a su lugar original. Por suerte tenía unos poderosos guardaespaldas centenarios como "padres" más que dispuestos a protegerla y uno podría pensar que con semejantes guardianes Rose no tendría nada que temer. Pero había cosas en el universo que incluso escapaban al control de Marcus y Cecil, cosas que sus agudos sentidos no podían percibir, cosas que aun si pudieran percibirlas contra las que no podrían luchar... cosas tan antiguas y absolutas como la creación del mundo y puede que incluso el nacimiento del mismo Universo. Cosas como la Muerte y el Destino.


El recuerdo de El Destino sentado impecable en su traje y bombín negros observándola impasible desde la esquina de su habitación le provocó un escalofrío. Racionalmente pensó que era estúpido comportarse así, preocuparse por cosas inevitables que escapaban a su comprensión. Pero no podía evitarlo. Nunca le había gustado el Destino, la idea de que una fuerza ajena a ella controlara y decidiera su vida. Quería creer que con su propia voluntad podría coger las riendas de su propia existencia aunque sin duda alguien o algo superior a si misma hubiera preparado el escenario. Ella sería quien diera los pasos y decidiera que dirección tomar. Y por ahora podía empezar por reunir el valor para dejar de temblar y salir de la cama.

El Hilo RojoWhere stories live. Discover now