41.- El amor sabe a helado de fresa

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Sin duda había sido una primera cita memorable, aunque no por los motivos adecuados. Pero Rose se sorprendió relegando los detalles al fondo de su memoria con rapidez.

A lo largo de la próxima semana Jun y ella se habían asentado en una cómoda rutina. No había día en que no quedaran y Rose pronto descubrió muchos nuevos detalles sobre aquel misterioso muchacho de ojos rasgados. También aprendió que toda la información del mundo no es suficiente para saciar la curiosidad de un corazón enamorado.

Puede que amor fuera una palabra algo fuerte, especialmente para un chico al que acababa de conocer, pero Rose se sorprendía robándole horas en vela a la noche para pensar en él, hablar con él o tan solo entretenerse buscando aquella misteriosa conexión chispeante que los unía. Había aprendido a encontrarla en cualquier lugar y en cualquier momento, aunque a veces tan solo fuera un cosquilleo tan leve como el aleteo fugaz de una mariposa y otras, cuando estaba cerca, una erupción volcánica de sensaciones. A Rose le gustaba sentir aquel extraño lazo, la hacía sentir completa, especial, parte de algo importante... y a veces se preguntaba cómo no lo había sentido antes nunca cuando era obvio que siempre había estado allí. Cómo había podido sobrevivir sin la compañía constante y cálida de aquella conexión.

Rose descubrió que Jun era un año mayor que ella y estudiaba hostelería, para disgusto de sus padres que preferían que fuera abogado o médico o arquitecto o cualquier otra carrera que consideraran más prestigiosa. Pero Jun había crecido entre los fogones del restaurante de su abuela y amaba la cocina. Secretamente soñaba con llegar a regentar el restaurante algún día, pero no antes de recorrer los recovecos del mundo y probar la gastronomía a lo largo y ancho de todo el planeta.

Compartía con ella la pasión por descubrir los parajes más recónditos y la curiosidad irresistible por la historia, la cultura y las gentes que poblaban la Tierra.

Podían transcurrir horas hablando de todo y de nada, descubriéndose el uno al otro y redescubriéndose a sí mismos. Y cuando se asentaba el silencio no era una pausa incómoda entre dos extraños que no tienen nada que decir, sino un silencio cómodo, entre dos personas que disfrutan de su mutua compañía sin necesidad de pretensiones.

Rose aún se sentía a veces nerviosa a su lado. Nerviosa porque la carga de todas aquellas nuevas emociones la sobrecogía. Tan solo había otro ser humano con el que había compartido una conexión así de especial y aquella era Sophie. Pero con Jun era diferente, quizás porque presentía que se estaba ganando su corazón milímetro a milímetro y que una mañana despertaría para darse cuenta de que ya no le pertenecía.

Aquella tarde también habían quedado. En el lugar de siempre, que como una burla al destino no era otro que el fatídico paso de peatones donde sus caminos se habían cruzado ya dos veces. Rose lo había propuesto como un chiste personal, un acto inocente de rebeldía.

Como cada día había llegado con antelación y se entretenía con su nuevo juego favorito. Lo había titulado "dónde está Jun". Con los ojos cerrados se concentraba en aquel lazo que los mantenía unidos y se regocijaba en aquel cosquilleo electrificante que iba in crescendo a medida que el muchacho se aproximaba.

Había leído una vez, en una novela, que esperar a un ser amado sabiendo que pronto llegaría era una forma de paraíso. Rose no lo había comprendido en aquel momento, pero ahora no podía sino maravillarse con la sabiduría de aquel autor. En efecto, cada día erigía su propio pedazo de paraíso con la anticipación, aguardando sabiendo que él se acercaba, sintiéndolo paso a paso cada vez más cerca. Hasta que la espera se le antojaba insoportable, hasta que la anticipación la desbordaba y abría los ojos incapaz de esperar un segundo más...y ...

Jun apareció como por arte de magia, emergió de un callejón al otro lado de la carretera y se encaminó decidido hacia el paso de cebra. Rose vio como la buscaba con la mirada y al encontrarla todo su rostro se iluminó con una deslumbrante sonrisa. Cada día Rose quedaba maravillada por aquella sonrisa. Era genuina, honesta, natural y tan irrevocable como la devastadora fuerza de la naturaleza. Aquella sonrisa decía sin palabras cuánto se alegraba de verla. Y Rose sabía que su propia sonrisa reflejaba aquella alegría. Los primeros días había intentado suprimirla, retenerla tras sus labios cerrados, temerosa de exponer demasiado su corazón. Pero había descubierto que era imposible, la sonrisa tan solo florecía en sus labios por motu propio según sus ojos se posaban en Jun. Era imposible detener aquel torbellino de felicidad.

El Hilo RojoWhere stories live. Discover now