29.- Palabras de papel

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Tras una agradable ducha templada, que había alargado más de la cuenta, Rose contempló con ojo crítico su cuerpo medio desnudo, apenas cubierto por una toalla, en el espejo de cuerpo entero de su habitación. A sus espaldas un barullo de ropa desordenaba la cama. Estaba segura de que había vaciado los armarios de su dormitorio en su épica cruzada por encontrar qué ponerse. Generalmente era una chica que no se preocupaba por tales trivialidades, algo cómodo y práctico era el sumun de la moda para ella, pero tras unas semanas de locura escapando de la muerte volver a salir y ver a sus amigos como cualquier mortal parecía un acontecimiento aún mayor que su cumpleaños. Tal vez tan solo quería una excusa para no pensar en nada que implicara más peligro que unos zapatos que no combinaban con su bolso. Por suerte, gracias a Cecil y su pasión por el vestir Rose tenía un guardarropa bien surtido de dónde elegir y con el qué ocupar sus pensamientos. Tras mucho deliberar había elegido una ajustada y sencilla camiseta negra sin mangas y una falda de tubo azul marino muy moderna con cremalleras a los lados que le llegaba justo por encima de las rodillas. Era sexy sin enseñar demasiado y aunque no parecía adecuado para correr no tenía más que abrir las cremalleras del bajo de la falda para poder moverse con más libertad. Aunque esperaba no tener que hacerlo. En los pies calzaría unas cómodas sandalias romanas de cuero negro, contaban ya varios años pero aún tenían buen aspecto y Rose no se cansaba de ellas. Había completado los detalles con unos pendientes colgantes de plata con una piedra color turquesa y un collar a juego que le daba dos vueltas en torno al cuello y le caía a diferentes alturas sobre el pecho. Estaba bastante satisfecha con su elección, solo faltaba el bolso- pensó mientras se pasaba una mano distraída por el pelo mojado. Corto como lo llevaba no tardaría en secarse.

Habitualmente siempre llevaba el mismo bolso rojo: era grande, vistoso y cómodo, pero aquel día haría una excepción. Después de todo el vivo color escarlata desentonaba con el azul de su falda y bisutería. Tras un rápido vistazo a la balda de los bolsos, también bien surtida gracias al incansable Cecil, se decidió por uno pequeño de cuero oscuro que colgaba del hombro con una fina cadenita de plata. Aún no lo había estrenado porque la cadena se le hacía tan delicada que temía romperla si la cogía pero aquel parecía el momento adecuado. Se puso de puntillas y lo rescató del fondo del armario. Se lo colgó del hombro y comprobó su reflejo en el espejo. Desentonaba con la toalla rosa mal anudada con la que se cubría el cuerpo pero quedaría de perlas con el modelito que había elegido. Ahora solo faltaba lo más tedioso: cambiar las cosas de un bolso al otro. Parecía una tontería pero siempre le daba mucha pereza, era una de las razones primarias por la que nunca cambiaba de bolso. Era increíble la cantidad de objetos que podía acumular una mujer en él, era una versión en miniatura de la cueva de Ali Babá con tintes del País de las Maravillas. Desde un pequeño kit de costura a un sobrecito de azúcar olvidado, uno nunca sabía con qué iba a toparse al meter a mano. Pero una cosa era segura, nunca sería aquello que andaba buscando, eso siempre estaba en el rincón más oscuro y lejano donde la mano no podía alcanzar. Rose sospechaba que los bolsos de mujer eran el hábitat predilecto de los traviesos poltergeists.

Con un suspiro se resignó a la desagradable tarea. Tomó el bolso rojo de su lugar de honor en el perchero y al instante algo le llamó la atención. Pesaba... pesaba más de la cuenta, casi como si tuviera un libro dentro. Extrañada lo dejó sobre el escritorio y lo abrió de par en par. El corazón le dio un vuelco. En su interior, justo en su centro entre llaveros, paquetes de chicles a medio terminar y pañuelos de papel que habían escapado de su paquete, un viejo cuaderno de tapas de cuero ajado la esperaba. Se sobresaltó. ¡Casi lo había olvidado! Uno hubiera creído que correría a casa a leerlo pero su encuentro con los Limpiadores, su carrera por los tejados y su inesperada visita a Madame La Laurie habían renegado el recuerdo de aquel diario al fondo de su conciencia. Y asomaba precisamente ahora que quería un día tranquilo y normal. Sin embargo no pudo resistirse a la tentación evocando su tenebrosa conversación con el cazavampiros sobre los orígenes de Inanna. Aquel pequeño volumen podía tener la respuesta...

El Hilo RojoWhere stories live. Discover now