Tu órbita

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Lyeen vio como Elliot abandonaba la estancia y en ese momento se quiso morir. Quiso gritarle que sí lo amaba, más de lo que ella misma se imaginaba. Pero un nudo en la garganta no se lo permitió y sólo pudo dejarse caer en el sofá.

Oyó un portazo y a los segundos, apareció Moby, que saltó sobre su regazo. Acarició el pelo del animal para tratar de calmarse, porque en ese momento, todas sus sensaciones se habían vuelto ruido blanco. Su teléfono empezó a sonar. Tras varios tonos contestó de forma automática, sin ni siquiera ver quien era.

Mi niña, ¿cómo estás?

—Hola papá... —dijo con un hilo de voz.

¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho algo malo Elliot?

—No papá... —Cerró los ojos con fuerza—. He sido yo... he sido yo quien le ha hecho daño...

¿Qué ha pasado?

—Papá yo... —Cogió aire como si fuera valor—. Yo lo amo, pero no se lo he dicho, porque me da miedo que también me haga daño, como ya hizo Tyler...

Mi niña... —Notó su sonrisa—. Eso siempre será así. El amor es riesgo y debes dejarte llevar, porque cuando lo haces, puede convertirse en una de las cosas más maravillosas que existen. Puede que ahora pienses que no podrás curar las heridas del pasado, pero lo harás.

No sé...

—Lyeen, tienes que ser libre, y amar libre también. Si quieres a ese chico, tienes que decírselo.

—Supongo que tienes razón...

Por supuesto que sí, soy tu padre. Además es un buen chico, me cae bien.

—¿De verdad? —preguntó sorprendida.

Sí, pero no se lo digas, que no quiero que me pierda el respeto, como el marido de tu hermana.

Lyeen sonrió levemente. Siguieron hablando y se alegró un poco cuando supo que sus padres ya se habían reconciliado.

Cuando colgó, apartó al gato de su regazo y fue directa a la habitación de Elliot.

Se paró en la puerta unos segundos. «¿Querrá hablar conmigo?». Estaba dispuesta a decirle lo que sentía, pero todavía no sabía cómo ayudar a su hermano sin quedar con Tyler. Al final no llamó y se sentó en el pasillo, para pensar qué hacer. Cerró los ojos e intentó que la sensación de vacío desapareciera, pero sintió en cambio, un fuerte dolor de cabeza. Se masajeó la sien, pero no funcionó. Apoyó la cabeza contra la pared y eso pareció calmar su agonía. Se quedó así, intentando aclararse. Recordó la primera vez que vio a Elliot, el sonido de piano, los colores de su primer beso. No quería perder nada de eso, y el miedo de que pasara, le hizo sentir un leve escalofrío en la columna.




Notó como alguien la cogió en brazos. Se sintió desorientada unos segundos, pero cuando reconoció el aroma de Elliot se sintió a salvo. Sin abrir los ojos, se dejó llevar, y él la posó en la cama con cuidado; al abrir los ojos, la oscuridad no era total, por la tenue luz de la luna que entraba por la ventana.

—Elliot... —dijo cuando vio que se levantaba de su lado—. Elliot, no te vayas...

Se quedó quieto y Lyeen pasó los brazos por su cintura. Notó que el cuerpo de Elliot se relajaba y el dolor de cabeza disminuyó, dando paso a la melodía. «Ya la vuelvo a oír», pensó aliviada.

Tu Nombre me sabe a MentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora