5. Más intenso que el café

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A las siete y cuarto, la alarma saltó y a Elliot le pareció que lo hizo enfurecida; odiaba esa melodía, y pese a que cada mañana se prometía que iba a cambiarla, nunca lo hacía. Como había vuelto a quedarse dormido en el sofá, una punzada de dolor le recorrió los riñones y el cuello. Con demora se levantó y silenció el estúpido despertador. Después de los últimos segundos adormilado, Elliot recogió los exámenes corregidos que estaban esparcidos por la mesita y los guardó en su maletín.

Seguidamente, recorrió el largo pasillo hasta el baño de su habitación. La cama estaba impolutamente hecha, ya que hacía mucho tiempo que no la usaba. El apartamento fue heredado por Elliot cuando su abuelo murió, justo un año después de su graduación cum laude. Él fue el motivo por el que quiso ser neurólogo, para seguir sus pasos. Pese a que su abuelo fue de todo menos amable, Elliot había pasado los mejores años de su vida a su lado. Pasó de vivir entre los gritos y las peleas de sus padres, a vivir, ya de adolescente, en un lugar que estaba en silencio la mayoría del tiempo, sin reproches ni malas palabras. Para Elliot, ese fue el periodo en el que empezó a ser libre. Cuando le dieron a escoger con quien vivir, no dudó en optar por su abuelo Anthony. Nadie pudo convencerlo de que no podía tomar esa decisión y al final cedieron. En algunas ocasiones, pensaba que se había equivocado y que debería de haber escogido ir con su padre, porque tal vez así, hubiera evitado el desastre que vino después.

Elliot se dió una ducha rápida y con una toalla cubriéndolo, recordó que era tres de abril, mientras la cafetera se calentaba. Esa misma mañana empezaría el estudio llamado «¿Tienen los sinestésicos mejor memoria?».

El doctor Caws tardó más de una semana en tomar la decisión de avisar a Lyeen García, pese a las insistencias de su colega Andrew y por las preguntas indiscretas de su ayudante: «Si no va a llamarla, ¿por qué no sigue haciendo entrevistas?». Él sabía que tenía que ser Lyeen, pero tardó tiempo en decidirse, no quería volver a sentirse vulnerable frente a alguien. Peter continuó con su odisea de preguntas sin fin, incluso cuando le pidió finalmente que la llamara: «¿Por qué ha tardado tanto en decidirse?».

Elliot escogió su ropa que estaba meticulosamente planchada y guardada en el vestidor. La señora Matts pasaba por su casa tres veces por semana y se hacía cargo de todo, igual que cuando su abuelo aún vivía. Elliot le tenía mucho cariño y decidió que no quería que ella dejara de estar en su vida. Antes de salir, llenó el plato de comida para su gato Moby, que debía estar en alguna parte del enorme apartamento —pero Elliot no lo sabía con certeza, porque el animal era realmente independiente y sólo aparecía si éste lo llamaba o lo necesitaba—, cogió las llaves y salió de casa a las ocho y diez, como el resto de los días.

Llegó en su coche a la universidad unos veinte minutos después. El cielo se mostraba despejado y el sonido de las voces de los alumnos y profesores se hizo con el lugar. De camino a su despacho, tuvo que saludar a unos cuantos colegas por compromiso. Cuando por fin cruzó la puerta, fue a terminar de preparar los cuestionarios. Se equivocó varias veces al querer imprimirlos, por lo que se sintió frustrado. Su mal humor aumentó, cuando eran más de las nueve y Lyeen no había aparecido. Se levantó para salir del despacho y buscar tal vez, alguna respuesta fuera de esas cuatro paredes; pero al hacerlo de forma precipitada, se chocó con un cuerpo, y al momento sintió como un líquido le quemaba el pecho.

—Dios mío, lo siento mucho. —Lyeen miró a Elliot patidifusa—. No quería...

Con prisas, Elliot se quitó la camisa azul, mientras por dentro, gritaba a causa del escozor. Ella se acercó con un pañuelo y le secó el pecho desnudo. El doctor notó como el calor le impregnaba las mejillas, pero no supo reaccionar y se quedó tieso ante su presencia. Se fijó en que se había vestido más informal, con una camiseta amarilla que dejaba su ombligo al aire y unos tejanos estrechos. Le llamaron la atención sus deportivas, que estaban llenas de brillantes, y según el ángulo, parecía que tuviera todos los colores.

—De verdad, lo siento mucho —repitió la chica, que seguía secando algo que ya lo estaba—. Quise traerte un café para compensar el llegar tarde...

Elliot sin pensarlo, la asió de las muñecas con ternura y la apartó. Se fijó en el iris de Lyeen y vio unas pequeñas motas del mismo color que el néctar de trébol. Cinco segundos pasaron y ninguno pudo apartar la mirada, hasta que un golpe seco se oyó en el exterior, y Elliot por fin reaccionó.

Se dirigió a un armario, sacó su camisa de emergencias y se la puso de espaldas a la chica. Se lamentó por no saber reactivarse con más prontitud.

—Por favor, toma asiento —dijo Elliot al ver de reojo que Lyeen no se había movido. Elliot le tendió la documentación y se sentó delante—. Necesito que leas esto detenidamente y firmes si estás de acuerdo.

—Vale. —Lyeen entrecerró los ojos sobre el papel—. De verdad que siento mucho haberte derramado café por encima. —Dejó las hojas sobre la mesa—. Y también llegar tarde, el autobús se averió...

—En realidad fui yo el que topó contigo —contestó Elliot sin apartar la mirada del ordenador—. Sólo espero que no sea así todos los días. —La miró un instante y le regaló una sonrisa que pareció tranquilizarla, porque volvió a iniciar su lectura y no dijo nada más.



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Tu Nombre me sabe a MentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora