13. Di mi nombre

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Elliot esperó en su despacho nervioso la visita de Lyeen. Era lunes por la tarde, y como excepción, habían cambiado la cita a la tarde, porque la hermana de Lyeen tenía que llevar a su hijo al médico. Notó la brisa fresca y un silencio apacible entró por la ventana abierta; no había mucho movimiento las tardes de los lunes. No obstante, no se pudo relajar, porque al final no se atrevió a llamarla y eso le carcomía por dentro. Salió a hacer tiempo y se encontró con Peter.

—¿No te he dicho que te fueras a casa? —Se cruzó de brazos—. Por las tardes no trabajas, la universidad no va a pagarte.

—Doctor Caws a mi eso no me importa. —Se puso recto en su silla y lo miró fijamente—. Cada segundo que paso a su lado, forma parte de mi aprendizaje.

Elliot resopló. Esas últimas semanas había estado pegado a él como una lapa, y empezaba a estar harto. Peter le había pedido muchas veces salir o ir a tomar algo después del trabajo. Él siempre lo rechazaba de forma afable, pero cada vez era peor, por lo que optó por ser más seco y distante.

—Vete. —Se quitó las gafas y lo miró—. No pienso repetirlo.

Cerró la puerta y esperó paciente a que el tiempo pasara. A las cinco, alguien llamó a la puerta y tras dar permiso, Lyeen entró. «Te había echado de menos», se murió de ganas de decirle, pero al ver a su ayudante detrás la idea se le escapó:

—Peter, ¿no te he dicho que te fueras?

—Tenía que terminar...

—Me da igual, Peter. Lárgate.

Su ayudante cerró la puerta sin decir nada más. Elliot soltó aire y miró a Lyeen que aún estaba de pie. Le señaló la silla para que tomara asiento.

—Hola. —Se quitó la cazadora bomber—. ¿Cómo estás?

—Bien —la respuesta le salió más seca de lo que pretendía—. Hoy necesito que cumplimentes estos formularios —. «¿Qué te pasa Elliot?», cerró los ojos y le dejó las hojas delante.

Lyeen lo miró un rato, parpadeó nerviosa y se puso a leer la documentación. Se sintió un idiota y se murió de ganas de decirle que los días sin ella habían sido bucles infinitos. En cambio se dedicó a trabajar, o por lo menos era lo que aparentó, porque su mente no estuvo para nada por la labor. Todo transcurrió en silencio, hasta que Elliot empezó a oír que alguien desde fuera lo estaba llamando. Se levantó y se acercó a la ventana, rezando para estar equivocado, para que no fuera verdad. Pero sus peores temores se vieron confirmados: su padre había aparecido.

—No te muevas de aquí. —Le pidió a Lyeen antes de salir por la puerta.

«Papá, ¿porque siempre me haces lo mismo?», se lamentó mientras bajaba las escaleras con celeridad. Cuando salió por la puerta principal, se lo encontró tumbado en un banco con los ojos cerrados.

—¡Eh! —Le sacudió el brazo—. Despierta, papá.

Murmuró algo indescifrable y por fin abrió los ojos.

—Elliot. —Le dio una palmada en la cara y luego asió su rostro, clavando su mirada azul.

Se apartó asqueado cuando notó el aliento a alcohol. Miró alrededor y sintió alivio al ver que no había mucha gente esa tarde.

—¿Qué haces aquí?

—Pues... —Se puso la mano en la nuca y entrecerró los ojos a ninguna parte—. Creo que...que he perdido...mi...la cartera, estaba cerca de aquí...

—¿Cuánto has bebido? —preguntó sabiendo perfectamente que mucho.

—No, nada... estaba... estaba con una mujer... —Se peinó ligeramente el cabello rubio de forma inestable —. Deberías... deberías haberla visto...

Tu Nombre me sabe a MentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora