Rodó los ojos, ahora de su color miel habitual con motitas azules, y se cruzó de brazos. Dejé los juegos y procedí a responder su pregunta de cuando llegué allí.

—Solo buscaba a alguien con quien compartir mis penas, pero no quisiera molestar tu vida tranquila. —Le guiñé un ojo. —Por lo que esta vieja mama se va.

Acto seguido, volví a la Dimensión Mortal y a mi tarea de evitar a Oniel. No obstante el Universo no quería que esto fuera posible... Aparecí justo en frente de mi querido esposo.

—Al fin te encuentro... —Dijo en un suspiro. —Se te da demasiado bien huir de mi.

Me encogí de hombros y me resigné a tener que aguantar mis emociones perturbadoras. Él me rodeó hasta situarse frente a mí con una mirada acusadora dirigida directamente a mi persona.

—No se me daría tan bien hacerlo si tu no me hubieras dado ningún motivo por el cual huir. —Espeté con desgana en la voz.

Mis palabras no surtieron el efecto que había esperado, sino que se acercó todavía más a mi cuerpo y me agarró de la cintura antes de que pudiera alejarme de él. Sus labios estaban muy cerca de los míos y eso me hizo tensarme.

En todo este tiempo ese había sido nuestro máximo acercamiento. Sin embargo no se quedó en eso... apretó todavía más su cuerpo y el mío en un frenético beso. Se notaba su desesperación por la manera en la que me agarraba del cuerpo como si fuera a desaparecer en cualquier instante. No podía resistirme a él por mucho que mi subconsciente me gritara que corriera lejos de allí, de Oniel, de mi terrible y deseable tentación...

Cuando la máxima plenitud recorrió nuestros cuerpos al culminar la pasión abrasadora que nos había poseído, me levanté del suelo y salí corriendo con las piernas hechas un flan.

Nos había importado bien poco donde estábamos, quien pudiera vernos... Estábamos en el bosque cercano a la aldea, cualquiera dando un paseo podría habernos descubierto.

Hice aparecer sobre mi cuerpo una fina capa para ocultar mi desnudez, puesto que ni siquiera me había vestido antes de volver a huir.

— ¡Eilenor! —Escuché el grito de Oniel, no muy distante.

¿Por qué huía? Me hice la pregunta a mí misma. Detuve mis pasos en seco.

Oniel apareció otra vez en mi campo de visión y en cuanto le vi, corrí en su dirección y eché mis brazos sobre él. Le necesitaba en aquel momento, le necesitaría en toda nuestra eternidad.

—No más mentiras, verdades a medias o cualquier plan de encarcelamiento y borrado de memoria. Eso también incluye a nuestros dones.

Miré sus ojos impregnados en multitud de bellos colores, esperando una respuesta de su parte.

—Tienes mi palabra, eres mi compañera y nunca más volveré a dudar de ti.

Besé con ternura la comisura de sus labios.

—Empecemos de nuevo, Oniel.

Nos fundimos en un abrazo reconciliatorio y cuando nuestros cuerpos se separaron ya teníamos una idea común en la mente.

—Tenemos que acabar con Ocex. —Dijimos al unísono.

—Se que le dejé débil tras nuestro último encuentro en las tierras del conde Aleir... No obstante, han pasado ya más de dos meses desde aquello y mucho me temo que ese cabrón despreciable podría volver a aparecer. —Tomé aire antes de continuar. —No querría que lo pagara con las amables personas de estas tierras, así que opino que deberíamos de darle caza y no permanecer en este lugar por más tiempo.

Se apartó un instante, sin soltar mi mano de entre las suyas.

—Siendo realistas, tienes razón, no podemos quedarnos aquí. Sin embargo nos perseguirá a cualquier lugar al que vayamos... Necesitamos escondernos en algún lugar donde no pueda llegar.

—En la Dimensión Creadora. —Volvimos a hablar a la vez.

—Solo veo una pega, y es que allí será más difícil de seguir que aquí... ya sabes que el tiempo es diferente. Puede que cuando nos enteremos de algo y vayamos a por él, ya sea muy tarde. O muy pronto.

—Es lo única solución suficientemente segura que se me ocurre, pequeña.

—Lo sé... —Suspiré resignada. —Somos los padres de todo esto y de todas formas no podemos protegerlo. Ni si quiera de nuestra propia abominación.

Oniel me agarró de ambas manos e hizo que enfocará mi atención totalmente en su rostro.

—No todo es blanco. —Levantó nuestras manos derechas unidas, destellando una suave luz. —Ni negro.

Hizo lo mismo con la izquierda, mas que la luz que refulgía de estas era oscura. Entonces llevó los dos pares de manos al centro, juntándolas todas y de ellas surgió una gran calidez.

—Blanco y negro. Orden y Caos. Las dos caras de una misma moneda. —Comentó él.

—Para que exista la paz, el orden... primero el caos, la guerra, tiene que reinar.

Con esas palabras quería dejar claro que habría muchas muertes, mucho sufrimiento y dolor... pero siempre quedará un rayo de esperanza tras todo aquello.

En ese instante nuestras almas conectaron y comprendieron al fin la responsabilidad del otro en esta lucha... nos desvanecimos.

La Dama Caos. (Dioses Y Guardianas 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora