5 - Bienvenidas.

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Había pasado más de un mes en el castillo del conde Aleir, bajo los cuidados de Robert Munise. Hoy era un día importante en el lugar, ya que llegaban del extranjero la condesa Adela Aleir, su hija Hada y la ahijada del conde, Isabela Aurasi. Esta última era la hija de la, ya fallecida, anterior condesa. Por lo que había oído a su marido lo habían expulsado y como consecuencias ella también se tuvo que marchar, pero al poco tiempo contrajo nupcias con el padre de la chica, el segundo al mando del antiguo conde. Ella tenía una hermana una década más mayor que ella, María Aurasi.

Esa era una historia un tanto retorcida, por la cual no tuve mucho interés cuando me la contaron. En lo principal, la muchacha se había quedado huérfana hacía unos años, en aquellas fiebres que a tantos se llevaron, ningún integrante de su familia, salvo ella, se había librado de la muerte. El conde Aleir se vio en la obligación de proteger a la chica y la cobijó bajo su techo. Me sentía un tanto identificada con ella, puesto también estaba sola.

Nos encontrábamos todos en las puertas del castillo, esperando a que el carruaje con las damas llegase de una buena vez, para así poder seguir con nuestros quehaceres. Estas semanas las había pasado en las caballerizas entre los animales salvajes, allí me sentía más acorde que entre las paredes frías del castillo.

Entonces se escucharon las pisadas de los caballos arrastrando el carruaje y poco después de este se bajo la condesa, que fue recibida por su esposo con un beso en la mano. Sin embargo fueron interrumpidos por una pequeña niña de apenas ocho años, con cabellos revueltos y negros como la medianoche, los ojos los había heredado de su padre. La pequeña se abalanzo a los brazos de éste.

― ¡Papi, te he echado de menos! ―Gritó feliz.

―Y yo a ti mi niña. ―Respondió el padre mientras la abrazaba con amor.

―Hada, ya os he dicho que así no se comportan las señoritas. ―Recriminó su madre, sin poder esconder la sonrisa.

La condesa Adela Aleir era una mujer joven y bonita, de cabellos en tonalidades rojizas, facciones suaves y labios carnosos. Sus ojos, aunque azules, no se podían comparar a los de su esposo e hija. Poco después de todo aquel alboroto, emergió del interior del carruaje una chica menuda y de piel casi translúcida. Sus ojos verdes compaginaban a la perfección con sus cabellos dorados. Se veía tan delicada, que parecía que en cualquier momento se podría romper, como una muñeca de porcelana.

―Conde Aleir. ―Dijo ella como saludo hacía el nombrado, inclinándose un poco.

― ¿Cómo os ha ido el viaje, bellas damas? ―Les preguntó a las aludidas.

Siguieron con la conversación mientras se introducían en el interior del castillo, yo no tenía ningún interés por ellos, por lo que abandoné al comité de bienvenida y me fui a los establos. Allí podía actuar libremente, entre los animales, sin ser juzgada por cada acto que realizaba. No soportaba estar entre esas gentes, ver y escuchar cómo me valoraban.

Estaba sentada en un montón de paja, acariciando mi colgante, como tantas veces había hecho antes de ser liberada de aquella torre. Perdí la noción del tiempo, por lo que cuando escuché que alguien entraba, no tuve tiempo de esconderme y fui pillada en mi santuario.

―Os he estado buscando toda la mañana, desde que llegó la condesa no os he vuelto a ver, pequeña dama. ―Peter habló antes de poder decir nada. Me levanté, dispuesta a salir de allí.

― ¿Para qué me buscabais, Munise?

―Esta noche se celebra una pequeña celebración por la llegada de la condesa, su hija y la señorita Isabela. Mi padre me ha dicho que estuviese contigo, ya que serás presentada a la condesa Aleir.

―Bien.

Iba a salir de los establos, pero Peter me agarró del brazo para que no me alejase. Lo miré a los ojos con la pregunta escrita en ellos: « ¿Qué quieres?». Pareció entenderlo, por lo que respondió.

―Aun queda tiempo hasta la celebración, ¿Querríais salir a dar un paseo a caballo?

Lo medité por unos instantes antes de aceptar la propuesta. Íbamos montados en su caballo, Sombra. Como cuando vinimos al castillo la primera vez, yo iba delante de él, con la espalda apoyada en su pecho. No me di cuenta de lo relajada que me encontraba con el suave vaivén del trote del caballo, hasta que poco a poco me dormí en su cálido pecho.

***

Desperté en un mundo extraño, este se parecía mucho al mundo tal cual lo conocemos, pero con muchos más colores y más nítido. Era impresionante, pues en él podía observar, el antes, el ahora y el después. No me era ajeno a mí, lo sentía como parte de mí ser, de todo a lo que alguna vez ha existido y existirá. Visualizaba las construcciones de imperios y como estos cayeron sin más, olvidados en el después.

Muerte, destrucción... Caos. A lo lejos, pude ver una luz intensa, intentando controlar todo aquello, pero esta era muy débil. Parecía que poco a poco había perdido terreno y que la oscuridad la estaba consumiendo. Quería ir hacía allí, quería tocar, acariciar, la luz. Algo poderoso me llamaba hacia ella, empujándome...

***

―Eilenor, abre los ojos. ―Sentí un sutil zarandeo en mi brazo. ―Bien, al fin, despierta pequeña perezosa. Se ha levantado una tormenta, tenemos que entrar al castillo.

Peter me ayudó a bajar del caballo, el cual se encontraba ya en los establos. ¿Cuánto tiempo habíamos salido? Miré por una pequeña ventana y vi que los tonos anaranjados habían tomado posesión del azul. A parte de los nubarrones que casi no dejaban entre ver la hora del día.

Salimos corriendo de establo, pero como estaba cerca del castillo no nos mojamos mucho. Entramos por la puerta de servicio, que era la más cercana y así tampoco escandalizar a nadie con nuestras pintas. Pero entonces llegó Adabella una mujer mayor y la doncella encargada de la familia Munise, pero al vernos entrar de aquella guisa, nos miro con reproche a ambos.

― ¿Señorito Robert, cómo se le ocurre sacar a la muchacha con este tiempo?

―Adabella, ha sido mi culpa, yo... ―La doncella me hizo callar y nos tendió un par de mantas de la cesta de la colada.

―Señoritos, váyanse a sus respectivas habitaciones a secarse y prepararse para la celebración. Venga, venga. ―Nos empujó la mujer.

Mientras subíamos en silencio a nuestras estancias, pensé en el sueño, tan real, que había tenido. Pero al mismo tiempo lo deje pasar, puesto que tenía quedarme mucha prisa en arreglarme si quería estar presentable y, sobretodo, a tiempo.

La Dama Caos. (Dioses Y Guardianas 3)Where stories live. Discover now