3 - Nuevas amistades.

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Comencé a andar hacía por el bosque, ya que ella me había dicho que cerca de aquí había un pueblo. El problema era que no sabía hacía donde tenía que ir y ya estaba oscureciendo, cada vez el frío calaba más profundo en mis huesos. Jamás había sentido tanto como hasta este momento.

Una extraña sensación subía por mi pecho, no sabía cómo llamarla... ¿Angustia? No, era miedo. Nunca lo había sentido tan agudo como en ese momento, todo estaba oscuro y frío. No sabía cómo salir de aquel lugar, ahora mismo quería volver al calor de mi solitaria torre. Pero entonces entre los espesos copos de nieve, pude vislumbrar una pequeña cabaña. Corrí hacía allí a toda prisa. Esta parecía que se había amoldado a la naturaleza a su alrededor, ya que las ramas de los arboles cercanos se había acoplado a la construcción, como si ellos aposta hubiesen nacido para ella.

Una vez allí, fui a abrir la puerta y esta no cedió. Con más fuerza tiré otra vez y esta vez conseguí abrirla. Entré rápidamente y una vez en el interior contemplé todo con interés. Me sorprendí, pues parecía abandonada, pero sin ningún desperfecto. Era como si se conservase ella sola.

Era modesta, eso sí, solo había un lecho con apariencia de ser cómodo; pero aparte de eso, no había mucho más que unas telas casi translúcidas que caían del techo hacía el suelo alrededor del lecho. Las diminutas ventanas estaban opacadas por gruesos cortinajes, dándole a la estancia un toque caluroso.

Me senté en la cama y de nuevo me sorprendí, era muy cómoda e invitaba a tumbarse. El saquete de monedas lo dejé en el suelo, y me eché. Con la capa me tapé todo lo que pude, antes de caer rendida en un confortable sueño.

Desperté al cabo de unas horas, cuando escuché unos ruidos provenientes del exterior. Me asusté, agarré la bolsa en el suelo y la volví a guardar, en donde la pelirroja la colocó el día anterior. Cuando dejé de escuchar ruidos, me levanté del lecho y me dirigí hacia una de las pequeñas ventanas a investigar. El causante de todo aquel alboroto era un muchacho que iba tirando de un animal gigantesco, un caballo. Esté llevaba tras él una carreta de madera cargada de objetos.

Los estuve observando por un rato más, pensando en que debería de hacer. El muchacho era delgado y alto. El animal del cual tiraba, no se movía del sitio y el chico parecía frustrado.

― ¡Vamos, Sombra, muévete! ―Oí que gritaba frustrado. El caballo no le hizo ni caso, es más aun se echó más para atrás. ― ¡Oh por Dios, no puedes ser un caballo obediente por una vez! ―Volvió a gritar.

Me reí sin poder evitarlo, ya que la escena era muy cómica y entonces el caballo se levantó sobre sus dos patas traseras y soltándose de su carreta. Echó a correr unos cuantos pasos de distancia, mientras iba arrastrando al chico, el cual no había soltado el agarre del caballo.

Asustada por el muchacho, el cual no se movía, salí corriendo del interior de la cabaña. Cuando estaba a menos de un metro de él, se comenzó a levantar.

― ¿Estáis bien? ―Pregunté. Él se asustó al escuchar mi voz y pegó un respingo. Se giró, para comprobar quien le había hablado y su cara fue de sorpresa. ―Os habéis dado un buen golpe.

―Sí... ―Dijo el muchacho con vergüenza mientras se rascaba la cabeza. Sus mejillas habían adquirido un extraño color rojo.

― ¿Seguro que estáis bien? Vuestras mejillas están coloradas. ―No pareció gustarle que le dijese eso.

― Seguro. ¿Qué hacéis aquí, niña? ―Dijo con brusquedad.

― Nada que os importe. ―Respondí molesta por su hostilidad.

― ¿Estáis perdida? ―Preguntó ahora con más calma él. ― ¿Queréis que os lleve a casa?

Iba a responderle que no necesitaba de su ayuda, era un grosero. Pero entonces, pensé que podría llevarme ante el conde.

― ¿Sabéis cómo llegar hasta el castillo del conde Brian?

El muchacho extrañado ante mi petición, volvió a rascarse la cabeza sin saber que decir.

―Sí, sé llegar. ―Miró su carreta, tirada en el camino y al caballo a su lado. ―Pero mi caballo es un terco y antes tengo que volver a engancharlo ahí. ―Dijo señalando.

― ¿Si os ayudo a amarrarlo de nuevo, me llevaréis ante él? ―Intenté negociar. Él se acercó hasta donde yo me encontraba y sin pensar me alejé un paso.

―Tranquila niña, no os voy a hacer daño. ―Dijo sonriendo. ―Trato hecho, aunque no sé si podréis acercaros siquiera a esa bestia.

Con cuidado, fui acercándome al animal. Lo miré a los ojos para tranquilizarlo y sentí el miedo que él emitía de su interior, algo aquí le daba temor. Al estar más cercano al caballo, noté que lo que despertaba el temor en él era yo. Me sorprendí de esa revelación, pues yo no quería hacerle daño. «No temas, tranquilo.», pensé y entonces de inmediato el animal se calmó. Seguí arrimándome a él, hasta que lo agarré de las riendas y se las entregué a su dueño.

― ¿Cómo? ―Logró articular el muchacho sin poder creérselo. Yo solo me encogí de hombros. ―Un trato es un trato. Vámonos.

Llevábamos un rato de paseo ya, no habíamos cruzado ni una palabra. Yo iba subida al caballo, por insistencia de él, y el chico iba andando. Entonces detuvo al animal y me ayudó a bajar.

― ¿Qué ocurre? ¿Por qué paramos? ―Pregunté confusa.

―Solo para descansar un poco, no os agobiéis niña.

Nos sentamos sobre el césped y entonces él sacó una cantimplora del interior de la carreta. Bebió unos cuantos tragos y entonces me la ofreció. La agarré y le di un buen trago, acto seguido escupí todo a un lado.

― ¿Qué es esto? ¡Sabe muy mal! ―Exclamé asqueada.

― ¿No sabéis lo qué es el vino? ―Preguntó entre confuso y sorprendido. Me encogí de hombros restándole importancia. ―Por cierto, aun no sé como os llamáis.

―Por extraño que parezca tampoco lo sé... ―Fruncí el ceño frustrada.

― ¿Cómo es eso posible?

― Fui secuestrada y no recuerdo nada de mi pasado. ―Contesté en un susurro. ―Solo sé que ellos se referían a mí como la dama...

―Qué extraño... ―Dijo pensativo. ― ¿No recordáis nada más?

―No. ―No quería contarle acerca de la torre. Tenía el presentimiento de que no era una buena idea. ―Nada.

― ¿Y por qué queréis ver al conde?

―La mujer que me ayudó a escapar dijo que él podría ayudarme. ―Contesté dubitativa. ―Es lo único a lo que puedo aferrarme.

―Tranquila, pequeña, yo os ayudaré. ―Dijo él con seriedad. ― Yo me llamo Peter.

Observé al muchacho con detenimiento. Tenía un par de ojos azules muy claros y rasgados ligeramente; la boca era carnosa y la nariz puntiaguda con una ligera ondulación en el puente de la misma. Para rematar el conjunto, su cabello era de color castaño oscuro y enmarcaba su rostro a la perfección.

Un rato después continuamos con el camino hacía el castillo del conde, pero ahora íbamos los dos subidos en el caballo. A mí me había colocado delante de él, y así con sus brazos impedía que me cayese al suelo.

―Podrías llamarte Eilenor. ―Dijo él de repente. ―Así se llamaba una prima mía y creo que a vuestra persona le queda estupendo el nombre.

―Eilenor. ―Repetí, sintiendo como se decía. Me gustaba. ―Es muy bonito, gracias.

―No tenéis que darlas, pequeña dama, Eilenor.

Definitivamente me gustaba como sonaba, tenía una bonita musicalidad que le daba cierto encanto.

―Llegaremos en breves al pueblo. ―Dijo Peter ajeno a mis pensamientos.

La Dama Caos. (Dioses Y Guardianas 3)Where stories live. Discover now