6 - Celebración.

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La doncella que se encargó de arreglarme para la fiesta, me había metido en un vestido demasiado ajustado e incómodo para mi gusto. Ya que yo siempre había ido holgada y sin tanto peso como el que llevaba puesto en aquel momento. Ella recalcaba que me veía muy bella en aquella cosa, sin embargo yo al observar mi reflejo en el espejo no podía evitar pensar que parecía un... disfraz. La palabra acudió a mi mente sin dudarlo. Era muy extraño cuando me ocurría, ya que hasta ese momento desconocía el vocablo... no obstante una vez que llegaba a mi mente ya sabía todo lo referente a él.

No le permití que me hiciese nada elaborado en la cabeza, así que la doncella claudicó y solamente me colocó una diadema en el cabello. Por lo menos que algo no me hiciese sentir aun más ridícula.

Llamaron a la puerta y la doncella fue a abrir, se trataba del segundo al mando, Robert Munise. Era un hombre ya bien entrado en la cuarentena, el cual con su mirada seria y porte rígido imponía a los demás. Sin embargo a mi no me inspiraba temor, tan solo respeto.

―Esta noche se encuentra aun más bella, pequeña dama. ―Me halagó el hombre.

―Gracias, señor. ―Contesté sin ganas de perder el valioso aire de mis pulmones, ya que este vestido no me dejaba respirar casi.

―Mi padre tiene razón, señorita Sin. ―No había reparado que tras el hombre se hallaba su hijo. Solo asentí esta vez.

El señor Munise me cogió del brazo para llevarme hasta el salón principal, donde se daría la recepción a la Condesa, su hija e Isabela Aurasi.

En el tiempo que llevaba viviendo en el castillo no se había hecho nada parecido a esto. En la decoración predominaba el color dorado y había mesas gigantescas llenas de comida en abundancia. Donde solía sentarse el conde, un par de sillas elegantes en una tarima, lo acompañaba su recién llegada esposa, la condesa Aleir. Ambos observaban a las personas moverse por el salón y en concreto a su hija, la pequeña Hada. Se podía observar como sus cabellos azabaches refulgían con las suaves luces mientras correteaba con otros niños de su misma edad.

Una vez frente la tarima central de la estancia, hicimos una breve reverencia y Robert Munise comenzó a hablar con el conde de cosas de las tierras. Pero entonces la conversación cambió el rumbo, dado que el segundo al mando se acordó de mi presencia allí y el porqué de ella.

―Condesa Aleir, os presento a mi nueva protegida, la dama Eilenor Sin. ―Este tipo de situaciones dictaba que debía de inclinar la cabeza, pero por algún motivo supe que no tenía porque hacerlo.

―Encantada de conocerla al fin. ―Dijo la mujer sentada desde su sitio. ―Me habían hablado mucho acerca de vuestra persona. ¿Cuántos años tenéis, joven?

―No estoy segura, señora condesa, creo que unos quince años. ―Respondí escueta mientras vi un asomo de tristeza en sus ojos azules.

La velada pasó sin mucho interés por mi parte, sentada en un rincón de la sala, evitando a todos los hombres que me invitaban a salir a la pista de baile. Resoplé entre aburrida y cansada.

― ¿Tampoco os gustan estos bailes? ―Preguntó una voz suave y dulce a mi lado. ―Permitirme presentarme como es debido. Me llaman Isabela Aurasi.

―Eilenor Sin. ―Le dije mi nombre a la bella chica a mi lado.

― ¿Cuántos años tenéis, Eilenor? Yo diecisiete y no sabéis cuanto me alegro de que haya una chica de más o menos mi edad por el castillo. ¡Por fin podré compartir los ratos más animadamente!

―Quince... señorita Aurasi.―Suspiré resignada.

―Llámame tan solo Bela.

Isabela mostró una hilera de blancos y perfectos dientes. Asentí sin muchas ganas de seguir hablando, quería retirarme de la fiesta lo antes posible. Era demasiado extraño estar rodeada de tanta gente cuando todo lo que recuerdo de mi vida es la soledad de aquella torre.

De repente, comencé a notar la falta de aire y como las ballenas del corsé se me clavaban con demasiado ahínco en las costillas. La doncella había apretado demasiado fuerte los lazos.

―Ayu- d-a...

Jadeé desesperada mientras llevaba las manos a mi espalda, sin lograr nada. Observé la cara de horror de Isabela mientras poco a poco la oscuridad asfixiante me rodeaba sin ningún consuelo. Lo último que vi fue a Peter acercándose corriendo al ver que me caía del asiento.

***

― ¡No me abandones! ―Le grité a la Luz que se alejaba cada vez más. ¡No lo volveré a hacer! Estaba desesperada, no podía dejarme aquí solita. Notaba como los ojos se me empañaban mientras la Luz ni siquiera se daba la vuelta para despedirse. ― ¡Si me dejas aquí jamás te lo perdonare!

Ante aquellas palabras despechadas se dio al fin la vuelta para enfrentarme. Sin ningún sonido alguno por su parte, tan solo con su mirada, de un color indefinido, hizo que me callase. Levantó la mano, creí que me golpearía, por lo que mi reacción fue apartarme. Sin embargo, lo único que hizo fue acariciarme el rostro con dulzura, acto seguido una fuerte luz se instauró alrededor de nuestros cuerpos.

―Algún día lo comprenderás, eres muy joven aun. Te echaré de menos. ―Esas fueron las únicas palabras que escuché en mucho, mucho tiempo.

***

Abrí los ojos despacio, desorientada. Una mano estaba agarrada a la mía y cuando levanté la mirada puede comprobar que se trataba de Isabela. Notaba ardor al respirar y un punzante dolor en las costillas. No pude evitar soltar un quejido.

― ¡Eilenor, al fin despertáis!

La Dama Caos. (Dioses Y Guardianas 3)Where stories live. Discover now