Una noche de gala (Parte V)

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Cuatro composiciones para violín fueron ejecutadas frente a Matilde sin que ella pudiese hallar deleite alguno en ellas. La hermosura del vestuario, la armonía de las coreografías, la pasión en los movimientos de los artistas, todo aquello parecía una mancha difusa a ojos de la mujer. Ni siquiera el ruido de los aplausos para felicitar a los chicos la sacaba del letargo. A pesar de los esfuerzos de Jaime por animarla, su mente seguía anclada a mil pensamientos oscuros. ¿Cómo podría solazarse cuando gigantesco un tsunami estaba por embestirla?

—Cerraremos esta hermosa velada musical con la actuación de la joven Maia López Rosales. Ella culminará el bloque de presentaciones estudiantiles con una sonata inédita titulada "Apartando la oscuridad". Tendrá la colaboración de Darren Pellegrini Espeleta, un habilidoso barítono quien, además, compuso la letra que escucharán hoy. ¡Adelante, muchachos!

Las mejillas de Jaime se quedaron sin espacio para continuar ensanchando la sonrisa. ¡Su mejor amigo cantaría junto a la chica que amaba! No le importaba si el mundo ardía justo después de eso. El varón sentía una enorme dicha al tener la oportunidad de ver a Darren ayudando a concretar el gran sueño de Maia. Aquella presentación podía convertirse en la puerta hacia un futuro prometedor para ella. E incluso si la violinista se marchaba al extranjero, estaba seguro de que su camarada no tardaría en ir tras sus pasos.

El rostro de Matilde hacía un brutal contraste con el del joven Silva. Los labios femeninos, lejos de curvarse para sonreír, se presionaban entre sí como si contuviesen una avalancha de gritos. Toda la paleta de colores transitó por la piel de la dama hasta terminar en el blanco papel. Sus ojos, tan abiertos que aparentaban no tener párpados, pregonaban su desasosiego con mayor elocuencia que las palabras.

La alegría de Rocío se desvaneció desde el preciso momento en que el anfitrión del evento pronunció el infame nombre del hijo ilegítimo de Matías. La mujer negó con la cabeza varias veces, al tiempo que se clavaba las uñas en las palmas. La rabia y el dolor bullían en su pecho hasta hacerla sentir que vomitaría el hígado. ¿Por qué, de entre los muchos artistas de renombre que Maia podía haber elegido, tuvo que escoger precisamente al hijo de Matilde? "¡Por eso traía esa cara! ¡Él lo sabía! Ahora lo entiendo todo". Se sentía tan humillada como el día en que se enteró de la infidelidad de su marido.

Por su parte, Matías no se atrevió a contemplar la forma en que reaccionaba su esposa. Le bastaba con la zozobra propia como para contagiarse de la ajena. Además de eso, si giraba el cuello aunque fuera un par de centímetros, sus traicioneros ojos querrían curiosear la peligrosa fila de atrás. No pretendía delatar la presencia de la señora Espeleta antes de tiempo, así que permaneció inmóvil. Respiró profundo y centró toda su atención en el escenario. A pesar de que la bomba estaba a punto de estallar, no podía evitar sentirse orgulloso de su hijo.

Unos segundos de silencio precedieron a la llegada de Maia. La jovencita entró caminando a paso lento hasta llegar al centro de la tarima. Con el ceño fruncido, miró de un lado a otro, como si buscara a alguien entre la multitud. Tras unos momentos de lo que parecía ser una exploración infructuosa, la chica desistió de su tarea. Dejó escapar un largo suspiro nostálgico, al tiempo que levantaba la vista hacia el techo, cual si fuese a elevar una plegaria.

Entonces, la abundante energía contenida en su cuerpo empezó a fluir. Desde el mismísimo instante en que el arco hizo contacto con las cuerdas del violín, el alma multicolor de la muchacha se transformó en notas musicales. Sus manos vigorosas se deslizaban sobre las distintas partes del instrumento de manera ligera. La gracia en los movimientos de los dedos y de las muñecas daba la sensación de que la artista acariciaba el Stradivarius. Habían transcurrido apenas diez segundos de la melodía cuando Darren apareció en escena.

El muchacho avanzaba despacio. La máscara blanca que le cubría la mitad derecha del rostro lo hacía lucir misterioso. Sin embargo, sus gestos corporales pausados le conferían un aura de tristeza. El chico estaba mirando hacia el suelo mientras se sostenía el pecho con ambas manos. En ese momento, comenzó a entonar la sentida letra que había compuesto.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Where stories live. Discover now