Nebulosidad

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La suavidad y la delgadez en el talle de Maia quedarían grabadas para siempre sobre la piel en las palmas de Darren

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La suavidad y la delgadez en el talle de Maia quedarían grabadas para siempre sobre la piel en las palmas de Darren. En cuanto la grácil figura de ninfa se le escabulló entre los dedos, las manos del chico enseguida lloraron por la partida repentina de semejante tibieza divina. El roce de los cabellos perfumados de la muchacha sobre sus mejillas había anulado hasta el último rastro de sensatez en él. Y por si todo eso no fuera suficiente, la seguridad que destilaba a través del lapislázuli en los iris de la violinista siempre lo dejaba paralizado.

Su mirada parecía tener la facultad de suspender el avance del tiempo. El joven simplemente no pudo ejercer control alguno sobre la vertiginosa cadena de reacciones impetuosas en cada rincón de su organismo. Había estado a punto de satisfacer el anhelo natural por degustar el sabor en los finos labios de ella. Si hubiesen transcurrido un par de segundos más con ellos dos en aquella tentadora posición, el chico sin duda la habría besado.

Mientras aún permanecía sentado en el banco de piedra, el varón intentaba traer a su mente algún tema que estuviera completamente desligado de Maia. Aunque le fascinaba extasiarse en pensamientos que la incluyeran, no podía darse aquel lujo en ese momento. Necesitaba aplacar con urgencia los efectos visibles del torbellino hormonal que había en su interior, para así no pasar un bochorno público si a alguien por casualidad se le ocurría mirarlo.

¿Acaso lo habría notado ella? Por un lado, el muchacho sentía una vergüenza de proporciones galácticas de solo pensar en que la violinista pudiera haberse percatado del embarazoso asunto. Sin embargo, una pequeña porción de su consciencia le indicaba que no debía sentirse tan mal por ello. Se trataba de una respuesta normal y esperable ante semejante derroche de femineidad y proximidad por parte de la muchacha. Solo esperaba que el susodicho episodio no la disuadiera de seguirlo frecuentando. Ansiaba tener un nuevo encuentro.

Asimismo, Maia se había marchado del parque con un fuerte temblor en todo el cuerpo. Su corazón se había transformado en un avecilla inquieta que aleteaba sin pausa. El agitado ritmo de su respiración se asemejaba al de una parturienta en plena labor. Le estaba costando mucho trabajo coordinar los movimientos de sus piernas para caminar con naturalidad. Hacía años que no experimentaba aquella sensación febril que ahora la poseía.

Darren le había parecido atractivo desde la primera vez que lo vio, pero nunca antes se había permitido fantasear con él de ninguna manera. Sabía que, si dejaba a su imaginación en total libertad, podría terminar enamorándose del chico. Eso no estaba entre sus planes inmediatos y, además, la sola idea de mostrarse vulnerable de nuevo le producía pavor. ¿Y si las cosas salían mal otra vez? Se sentía incapaz de soportar el peso de una nueva desventura que la dejara con el alma exhausta y unas terribles ganas de no volver a despertar.

Sin embargo, la jovencita no podía negar que la firme presión de las manos del varón sobre su cintura la había hecho estremecerse hasta la médula. La blusa que llevaba puesta era algo corta, así que resultaba sencillo dejar una buena parte de su abdomen al descubierto con un cambio mínimo en su postura. Por consiguiente, la pose extendida que se había visto forzada a adoptar tras el empujón de Kari había destapado una franja considerable de su piel.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora