Torturantes memorias

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Transcurrieron seis días completos y el teléfono de Darren seguía sin recibir la anhelada llamada de Maia

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Transcurrieron seis días completos y el teléfono de Darren seguía sin recibir la anhelada llamada de Maia. Ni siquiera un breve mensaje de texto aparecía en la bandeja de entrada. Incluso algo tan simple como un emoticono sonriente hubiese bastado para que la creciente impaciencia del muchacho se apaciguara un poco. Pero no había señal alguna de la chica en ninguna parte. Él ya había intentado encontrarla a través de las distintas redes sociales que conocía. Decenas de perfiles de mujeres aparecían como resultado de sus búsquedas, pero ninguno le pertenecía a ella. ¿Cómo podría hallarla si no conocía más que su primer nombre? No estaba seguro de casi nada con respecto a aquella joven tan enigmática y reservada con respecto a su vida personal. Para colmo de males, no se la había vuelto a topar en el parque. Tampoco había vuelto a escuchar sus conciertos nocturnos todavía.

¿Qué haría él si nunca más se volvían a ver? La sola idea de no tener otra oportunidad para mirar sus grandes ojos, esos que se llenaban de chispas multicolores cada vez que sonreía, le producía una sensación extraña, casi asfixiante. Era como si un gigante despiadado le obstruyera, de pronto, el paso de los rayos del sol y lo dejara sumido en la más densa oscuridad. El corazón de Darren casi le congelaba la sangre con cada latido en cuanto él pensaba en la posibilidad de un adiós definitivo por parte de Maia. Le parecía inconcebible que alguien con un don tan extraordinario, uno que lo había sacado del pozo de lágrimas y de autocompasión en el cual se había sumido por voluntad propia, se desvaneciera de manera permanente. No podía ser posible, el muchacho definitivamente quería que ella estuviese muy presente en su vida. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera para producir un reencuentro entre ambos.

Jaime sabía que la angustia de su amigo no se calmaría si no veía a la chica pronto. Pero, aunque deseaba ayudarlo con eso, se rehusaba a hacer el papel de espía acosador otra vez. El escaso intercambio de palabras entre los dos, la expresión fría del rostro de ella y su posterior escabullida habían sido parte de una de las experiencias más incómodas en la existencia entera del joven Silva. Prefería dar un tiempo prudencial para que ella no fuera a sentirse perseguida o algo parecido. Lo último que desearía era ahuyentarla con tanta insistencia y arruinarlo todo para Darren. Ya no se arriesgaría a hacer más cosas locas a espaldas de él. Y por si esas no fuesen razones suficientes, Maia no le había caído nada bien. Resultaba un misterio más grande que el de Stonehenge el hecho de que la hubiese visto sonreír a cada instante junto a su compañero, cuando con él se había portado como una perfecta entidad robótica. Había decidido quedarse quietecito y esperar para ver cómo se desenvolvían los acontecimientos por sí solos, sin su intervención.

Al amanecer del séptimo día, Darren decidió salir a dar un paseo al parque en solitario. Esta vez lo haría usando solo sus muletas. Sus piernas se sentían mucho más firmes que antes. Y no había mejor ejercicio para fortalecerlas que utilizarlas al máximo posible. Además, deseaba con toda el alma volver a caminar con total normalidad. Eso le permitiría retomar su vida independiente, buscar un nuevo trabajo y, sobre todo, no sentirse tan cohibido ante la joven violinista. Quería ser capaz de andar a su lado siendo él quien la mirase desde arriba y quien la pudiese cuidar si lo necesitaba, no a la inversa, como había resultado hasta ese momento. Anhelaba ser un verdadero apoyo para Maia, alegrarle los días. Así como ella había atrapado los vibrantes colores de la vida entre las cuerdas de su violín para compartirlos con él en forma de sonatas nocturnas, Darren quería ser la persona que trazara paisajes cargados de alegría en el rostro de ella a diario.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora