Innegable realidad

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Una densa niebla grisácea empañaba el semblante de Matilde desde el momento en que Matías había cruzado la puerta del cuarto hospitalario

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Una densa niebla grisácea empañaba el semblante de Matilde desde el momento en que Matías había cruzado la puerta del cuarto hospitalario. ¿Cómo logró enterarse tan rápido de que ella estaría ahí? ¿Quién se lo había informado? Pero, sobre todo, ¿qué lo había impulsado a tomar la decisión de visitarla en un lugar concurrido a plena luz del día? La impulsividad formaba parte de la personalidad del hombre a quien ella conoció veinticinco años atrás. El hombre actual siempre recurría a la prudencia. ¿Por qué buscaba regresar a la osadía tan característica de su alocada juventud? ¿Acaso ya no le preocupaban las consecuencias negativas de sus actos irreflexivos?

Matilde le había pedido mil veces que no se le acercara si cabía la posibilidad de que otras personas los estuvieran observando. Hasta cierto punto, Matías era una figura pública que debía cuidar su imagen y él parecía haber entendido esas cosas desde siempre. O al menos así había resultado ser hasta el día en que el poderoso empresario volvió a pisar suelo argentino.

La señora Espeleta estaba convencida de que algo extraordinario debió haberle sucedido durante aquel extenso periodo de ausencia. Aquella mirada poseía una chispa de bondad de la que antes carecía. Se percibía menos altivez en sus expresiones faciales e incluso las inflexiones de su voz dejaban entrever la esencia de una persona distinta. Quienes lo conocían de cerca podrían notar todo aquello enseguida.

El señor Escalante había ignorado la categórica resolución de la dama con respecto a guardar las distancias cuando se le ocurrió besarla en frente del Obelisco de Buenos Aires. Para la buena suerte de los dos, en esa ocasión no había muchos espectadores presentes. Además, la oscuridad de la noche los protegió un poco. Pero una esporádica sonrisa del destino no significaba que las cosas estarían a su favor. Matilde se había sentido enfadada y asustada después de aquel incidente. Ambos conocían bien los múltiples riesgos a los que se exponían por permitirse tales libertades.

Cada vez que la veían en compañía de aquel hombre, la culpabilidad por el sufrimiento ajeno la aplastaba aún más. El destino, con sus grandes ironías e interminables bromas amargas, la había llevado a interpretar los papeles de víctima y de villana. Los dardos de la consciencia la habían acribillado durante cada segundo que compartió al lado de Fabricio, tanto durante como después de su estadía en la Riviera Francesa. No cesaba de pensar en que había despreciado el amor y la confianza de un hombre maravilloso a cambio de unas cuantas noches apasionadas junto a un tipo libertino y embustero.

Por desgracia, aquello no le bastó para escarmentar. Cometió la imprudencia de seguir frecuentando a Matías de manera clandestina, a pesar de que los dos ya estaban casados con otras personas. ¿Cómo había sido capaz de creer que eso era una buena idea? El corazón se le había hecho añicos tras enterarse de que él había desposado a Rocío Peñaranda. Pero, ¿cómo podía recriminarle algo cuando ella hizo exactamente lo mismo al quedarse con Fabricio? Nunca pensó que podría traicionar y sentirse traicionada al mismo tiempo.

A causa de sus malas elecciones, ambos habían sufrido durante largo tiempo y, además, les habían provocado un inmenso dolor a varias personas inocentes. Ya no se trataba solo del engaño a sus parejas, lo cual en sí era ya bastante cruel. También estaban dañando a los niños atrapados en medio de aquella traición que ni siquiera comprendían. Aunque Fabricio nunca los descubrió y Rocío solo llegó a enterarse de la infidelidad de Matías debido al accidente, no había sido así en el caso de los jovencitos Escalante.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora