Fugitiva

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*Diez minutos antes de que Maia llegara a la caja registradora

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*Diez minutos antes de que Maia llegara a la caja registradora...

El teléfono de Jaime comenzó a sonar cuando él iba caminando hacia el estudio de fotografía en donde trabajaba. Eran cerca de las nueve de la mañana, por lo cual no creyó que se tratase de una llamada importante, ya que sus clientes no solían contactarlo fuera del horario laboral. Estuvo a punto de ignorar la llamada, pero en cuanto vio en pantalla el nombre de quien estaba tratando de hablarle, de inmediato tomó la llamada.

—¡Che, boludo! ¿A que no te imaginás a quién acabo de ver acá en el supermercado? ¡Vino la mina esa que andás buscando! ¿Cómo me dijiste que se llamaba? —dijo Luciano, a voz en cuello.

—¿¡Maia está ahí!? ¡No me jodas! ¿Estás seguro de que es ella? —contestó él, mientras una sonrisa amplia nacía en sus labios.

—¡Totalmente seguro! La he visto muchas veces por acá. Con esa pinta rara que trae, es fácil acordarse de ella. Pero si de verdad querés hablarle, apurate, porque la piba camina como si hubiera visto al diablo en el pasillo de las verduras.

—¡Estaré ahí al toque! ¡Sos regroso, sabelo!

El muchacho colgó, se guardó el móvil en el bolsillo derecho del pantalón y salió disparado hacia el local comercial. Tenía que atravesar cinco cuadras para llegar al sitio, así que se vio obligado a correr para estar ahí en el menor tiempo posible. No quería perder la oportunidad de encontrarse con la violinista en un lugar como aquel. Procurar una reunión frente al cementerio en mitad de la noche había sido una mala idea. Quizás si la contactaba en un espacio público, concurrido, a la luz del día, ella se sentiría más cómoda. Estaba feliz de haber coordinado el plan de búsqueda con algunos de sus amigos que vivían en el centro de la ciudad. Si más personas estaban pendientes de Maia, sería un poco menos difícil hallarla. Y justamente así había sido, para su buena suerte. "Darren seguro se va a caer de espaldas cuando por fin pueda verla. Yo me voy a encargar de todo", pensaba el joven Silva, al tiempo que aspiraba profundo para recuperar el aliento después de la vertiginosa carrera que acaba de hacer.

Las puertas automáticas del establecimiento se abrieron y Jaime atravesó el umbral con una mueca de intranquilidad estampada en la cara. Cruzaba los dedos para que la chica todavía se encontrase allí. Miró hacia la derecha, luego hacia la izquierda y justo ahí, en la caja número doce, se encontraba la muchacha, esperando su turno para pagar. "¡Sí! ¡Lo logré!" El chico levantó un puño discretamente, en señal de triunfo. Acto seguido, se adentró en el almacén y dio la vuelta para colocarse justo detrás de Maia en la fila. Pretendía iniciar una conversación de manera que pareciese casual, quizás con algo tan trivial como "a mí también me gustan mucho las manzanas" o lo que fuera que ella hubiese comprado. La estrategia iba bien definida en su cabeza, pero cuando estuvo al lado de la joven, se sintió como el más grande de los acosadores y no pudo dirigirle la palabra. "¿Y si luego no quiere charlar? No está obligada a sostener una conversación con un perfecto extraño. Tal vez hasta le moleste que le hable. ¿Qué debería decirle?" Mientras él le daba vueltas al asunto, notó el creciente fastidio en el rostro de la chica a medida que revolvía, casi con desesperación, los objetos que llevaba dentro de su mochila.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora