17. La leyenda del gigante.

140 20 12
                                    

El peso de tus pecados hará de tu vida un ciclo monótono.

Pereza

... ... ...

Sebastián:

— Hora de reunirnos. — Todos a mi alrededor parecían sorprendidos, no por lo fuerte que sonó mi propuesta, sino por la emoción que esto les causaba.

— Me parece buena idea. — Opinó Joseph. — Pienso que deberíamos dividirnos, así tendremos una búsqueda más eficiente. — Justo estaba a punto de decir eso.

— Esperen. — Interrumpió midas. — Si estamos solos seremos un blanco fácil para los ángeles. — Ella tenía razón, de forma individual seríamos vencidos con más facilidad.

— Por eso mismo iremos en parejas. Tú ve con Richard, y yo le cuidare el trasero a este. — Señalé a Joseph quien desvió la mirada.

— ¿Cuidarme? ¿Acaso olvidaste quien enfrentó al ángel? — Dio un par de pasos hacia mi quedando cara a cara. — ¿Se-bas-ti-an?

Infeliz...

— ¿Acaso olvidaste quien fue en tu rescate? Me debes tu vida. — Midas se interpuso entre los dos haciendo que nos separaramos.

— Ya basta, parecen niñitos de Kinder. Estoy de acuerdo con tu decisión, pero opino que debo ir contigo Sebastián, en cuanto a Joseph, debe ser acompañado por Richard. — Tomé asiento nuevamente en el sofá.

— Me parece bien, creo que así evitaremos discusiones. — Richard chocó sus palmas con Joseph, parecían ser un dúo sin problemáticas. — Vaya, que estúpidos se ven.

— Oye Sebastián. — El irritante glotón se postró frente a mi. — No olvides que puedo comer lo que sea, si tengo hambre y me sacas de quicio, me comeré tus brazos.

Que asqueroso...

— No podrías tocarme ni un cabello. — Suspiré.

— No lo olvides. — Agarró un vaso de porcelana que había cerca de allí y se lo devoró. Sin dejar de sonreír. — comer carne humana debe ser más fácil y sabroso que devorar un vaso. — Su amenaza empezaba a volverse molesta. Joseph se notó disgustado al ver uno de sus vasos siendo devorado.

— Pobres tontos. Midas y yo ya nos vamos, busquen a cualquier pecado de los faltantes, esa es su tarea. — Giré hacia ellos. — Por cierto, si ven a un niño que les sonría a todo momento e intente llamar su atención, corran. — Salí del apartamento con Midas sin decir nada mas.

Hice una pasada por el apartamento de becca, pero estaba ausente, supuse que se encontraba trabajando. Algo me decía que hacer este tipo de cosas sin ella, seria algo muy aburrido.

— Pareces ido Sebastián. — La observación de Midas era muy acertada.

— Y tú pareces sacada de una serie japonesa. — Me hizo un puchero por mi referencia. — Mira, todos nos ven de forma extraña por tu armadura, además traes esa lanza, ¿No te parece mejor usar ropa normal? Te ves ridícula.

— Sabes bien que si lo hago corro el riesgo de convertir en oro a alguien, y la lanza, es por seguridad. — Creo que Midas es una de las pocas personas por las que siento lástima, pues su pecado la obliga a no tener contacto físico con nadie.

Pobre cosita fea...

Un gran estruendo hizo detener nuestro paso, parecía el estallido de tres granadas, una tras otra.

— ¿Sebastián, que fue eso?

— Ese es el gigante. — Respondió un anciano sentado fuera de su casa. — No vienen mucho por aquí ¿Verdad?

— No señor, ¿Podría explicarme qué fue ese estruendo? — Me acerqué hacia el.

— Jum... Está bien. — Sonrió. — Desde hace dos años mi familia ha sido testigo de sucesos extraños en aquella montaña. — Con sus manos temblorosas señaló una de ellas, la más alta para ser preciso. — Mis hijos recogian madera de allí, y un día al llegar en la mañana notaron que habían árboles caídos y pisadas muy profundas por todas partes.

Creo saber quién es...

— Vaya,  ¿Algún animal? — Fingí demencia, quería terminar de confirmar de que hablaba, aunque en mi mente ya sabía perfectamente de quien se trataba.

— No chico. — Negó. — Uno de mis hijos volvió una noche a investigar, y se encontró con lo que parecía una persona de unos tres metros hecha de piedra. — Sonreí. — Es una leyenda que solo nuestra familia ha podido ver, los demás no han podido pasar más allá por miedo.

— Oiga anciano. — Miré su casa, parecía estar en malas condiciones. — ¿No le gustaria arreglar un poco su hogar? — Se notó sorprendido. Sonreí y fui con midas. — Oye toma esto. — agarré una piedra del tamaño de un zapato que había cerca a mis pies. — Hazlo oro. — Miramos hacia ambos lados para verificar que nadie nos observara. Midas quitó la parte que cubria su mano y toco la piedra haciendola oro, inmediatamente la envolví en un pañuelo que traía y volví con el anciano. — Tome, use esto como guste. Digamos que su información me fue muy útil, y para mi. — Desenvolví el oro del pañuelo. — Eso vale más que cualquier riqueza. — Entré a su casa y dejé su recompensa en la sala. — Aquel anciano parecía impactado, y sin dar explicaciones, nos marchamos del lugar.

— ¿Crees que le dé un paro cardíaco? — Preguntó Midas en un tono risueño.

— No lo creo, pero bien, ahora sabemos quien está en aquella montaña. — La miré fijamente y ella siguió la mirada hacia dicho lugar. — Es hora de ir por ese flojo.

— Te refieres a... ¿El pecado de la pereza? — Preguntó

— Exacto, es hora de sacar al gigante de su montaña. — Seguí el rumbo hacia nuestro objetivo. Y de repente...

— ¡Espera! — Me detuvo Midas. — necesito algo de comer. — Mi estomago gruñió.

— Si, hora del almuerzo.

Axel:

Una de mis horas favoritas del día es la tarde. Cómo de costumbre tomé asiento en mi escritorio para observar la ciudad desde mi ventana. Veo todo tipo de personas pasar y lo insignificantes que son me genera calma.

— Vaya, vaya. Veo que estás muy relajado allí ¿No? — Escuché una voz conocida Irrumpir a mis espaldas.

— Oh... Pero si eres tú niñita. — Me dí la vuelta hacia ella. — Pecado de la Lujuria, ¿Qué haces aquí?

— Nada, estoy algo aburrida y quise venir a vigilarte bastardo. — Sonrió. — Has tenido contacto con Joseph, y espero no me salgas con mentiras.

— Joseph... Digamos que lo he visto un par de veces. Un chico muy interesante ¿Sabes? — Subió una ceja. — A decir verdad, el será una pieza clave para cumplir mis objetivos.

— Escúchame bien bastardo. — Mirándome de forma sádica, chocó sus manos en mi escritorio. — Si te atreves a hacerle algo a el, juro que voy a matarte.

— Jum... — Empecé a reír con mucha fuerza. — Ustedes no son más que los títeres de mi función, están atados a mi y no lo saben.

— No me importa lo que traes en mente, pero Joseph es la única familia que me queda, hazle algo, tócale un cabello, y te haré la vida miserable. — nuevamente me sonrió, se dio la vuelta y se marchó.

Los siete pecados de la muerte son las piezas perfectas en mis juego de ajedrez.

... ... ...

Próximo capítulo: Viejos conocidos, viejos rencores.

7 Pecados de la muerte. [TERMINADA]Where stories live. Discover now