11. El pecado de la codicia

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Tan avaro como un rey, tan real como un espejo.

Codicia.

... ... ...

Sebastián:

Otra vez pisoteado. Mi falta de sensatez y exceso de arrogancia me han llevado aquí, a esta lúgubre escena, donde veo a Joseph llorar de la impotencia al no poder salvar a la peliteñida. Realmente yo, el mayor de los pecados, no puede hacer nada.

Los últimos alientos de Alicia se escapan de su cuerpo sin poder evitarlo. Mi cuerpo estaba muy débil, dieron con la debilidad de un pecado, ahora era nada más que un espectador que esperaba su turno para ser la víctima.

— ¡Sueltala! ¡Te lo ruego! — Las súplicas de Joseph eran en vano.

Si tan solo tuviera tu fuerza...

Uno de los presentes se acercó a el, puso un pequeño frasco en su mejilla, para depositar de sus lágrimas, y una vez las obtuvo, corrió abandonando la mazmorra

Alicia seguía siendo ahorcada sin piedad. Sentía lastima, y un gran dolor justo en lo poco que me quedaba de humanidad.

Alicia:

Ya no podía más, estaba a punto de llegar a mi límite, ya no tenía fuerzas para abrir los ojos, solo me quedaba esperar mi muerte. Aún al borde del oscuro abismo del más allá, escuchaba el llanto de Joseph.

Lamento no poder ayudarte, vine aquí para rescatarte, y no pude ni salvarte ni salvarme.

Las palabras de mi difunta hermana resonaban en mi cabeza. Siempre decía que sería la mujer más feliz del mundo, que no debía rendirme y a toda costa tenía que luchar por lo que deseaba. No pude evitar sonreír al recordar eso

Lo siento, hermana.

Y fue ahí, cuando todo se puso a nuestro favor.

Mi agresor fue golpeado fuertemente en la cabeza, lo que me salvó de ser ahorcada. Sentí como la vida empezó a volver a mi cuerpo lentamente, había sido salvada, pero no me explicaba quien lo había hecho.

Mis ojos se dirigieron a Joseph, el aún seguía encadenado. Becca estaba inconsciente, y Sebastián estaba totalmente inmovilizado. Lo que Jamás hubiera imaginé fue que la persona que portaba la armadura de oro fuera mi salvador.

— Acaso... ¿Me salvaste? — Pregunté tosiendo. — ¿Quien eres?

— Lamento lo ocurrido. — Tomó el casco de su armadura y empezó a quitarlo, de él salió un cabello rojo hermoso, tan rojo como la sangre y tan intenso como el fuego. Movió su cabeza un poco par sacudirlo, y noté que sus ojos eran tan verdes como esmeraldas.  — Yo soy el pecado de la codicia, Midas, la realeza.

No podía creerlo, el pecado de la codicia aquí. pero ¿Por qué hizo esto?

Retiro la armadura de su mano derecha y de mi agresor, quien hasta hace un momento me ahorcaba, se levantó e intentó atacarla, pero al recibir contacto de midas, empezó a volverse de oro. Ahora no era nada más que una estatua dorada.

— Si así era como planeaban absolverme, déjenme decirles que prefiero arder en el fuego del infierno. — Volvió a cubrir su mano y lanzó una mirada siniestra a los demás presentes, quienes al verla, liberaron a Sebastián y salieron de la mazmorra.

— Midas ¿Por qué hiciste esto? — Preguntó Joseph. El otro prisionero se levantó quedando frente a los barrotes.

Oh Dios... Sus ojos...

— Yo puedo responder a ello. — Quedé horrorizada al ver sus ojos y la zona cercana estaba hecho de oro. — Midas es mi esposa, y si, se lo que dirán; nos vemos muy jóvenes para estar casados. — Justo en eso pensaba. — Ella hizo todo esto por mi. — Bajó la mirada. — Ella pertenecía a esta catedral. Aquí la conocí hace mucho. — Le dirigió una sonrisa. — Un día recibí ácido en los ojos, y de no ser por su maldición que vuelve oro todo lo que toca, me hubiera consumido el rostro.

7 Pecados de la muerte. [TERMINADA]Where stories live. Discover now