Maldito encierro.

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¿Quieres vivir? Solo no me toques.

... ... ...

Midas:

Otro día, o acaso... ¿Era de noche? No lo sabría, pues mi hogar se había vuelto una mazmorra en un catedral junto a mi esposo; Cayden.

Maldita a vivir en una armadura convirtiéndo en oro todo lo que toque. Que existencia tan absurda.

Y por eso me he decidido a salir de este maldito encierro...

— ¿Te sientes bien? — Preguntó Cayden desde su celda. Yo cuidaba de el afuera. — Te noto algo pensativa.

Claro que lo estoy...

— Si, pensaba en... Una vida diferente a esto. — Pasé la mirada a nuestro alrededor, que de no ser por una antorcha, sería oscuridad total. — Quisiera ingeniarmelas y sacarte de aquí.

— Estaríamos en peligro, lo sabes, y sabes de lo que son capaces.

— ¿Entonces pasaremos toda nuestra vida así? — Pregunté al borde de la frustración. — Yo quiero más que esto, lo quiero todo y a ti.

— Yo deseo lo mismo, pero antes que nada, nos quiero con vida. ¿Entiendes? — Se acercó a las rejas y sacando una mano por los barrotes acarició el casco de mi armadura. — He rezado a diario porque seamos libres, y se que será así, confía en mí.

Quisiera hacerlo... Pero es difícil creer que todo cambiará cuando está todo en nuestra contra...

— ¡Midas! — Una tercera persona se hizo presente, era un miembro de la catedral. — El obispo solicita tu presencia cuanto antes en la entrada principal, tenemos intrusos. — Con afán dejó la mazmorra luego de darme la razón.

¿Intrusos? ¿Quien sería tan tonto como para entrar aquí.

— Voy enseguida. — Tomé una lanza de madera, y una vez retiré la armadura de mi mano, la volví de oro, así no se rompería tan fácilmente.

Quien sea que haya entrado, debe representar una amenaza para que requieran mi presencia.

— ¿Y si se trata de otro pecador? — Preguntó Cayden. Cientos de posibilidades se abrieron ante mí. — Son compañeros ¿No? Con alguien que te eche la mano, podríamos salir.

— Tienes razón... Puede ser nuestro boleto de salida. — Supuse escéptica. — Veré que puedo hacer. Te veo luego cariño. — Cubrí mi mano y salí corriendo.

Una vez estuve cerca de llegar con el obispo, lo escuché gritar.

— ¡Heraldo! — El tono de su voz era realmente aterrador.

Tan pronto salí de la mazmorra me topé con dos personas muy peculiares, y pude reconocer a una de ellas.

El pecado de la ira... Joseph, el berserker.

No he olvidado la paliza que me diste hace dos años... Ahora me debes la salida de este lugar,

Al lado de Joseph estaba una chica rubia de ojos azules, era muy hermosa. El obispo parecía discutir con ellos dos, y una vez colmaron su paciencia, me dió la orden de atacarlos.

La llegada del pecado de la ira la tomé como un milagro, una respuesta a las oraciones de Cayden. No podía dejar pasar esta oportunidad de ser libre.

Aquí empieza mi historia...

... ... ...

Dato extra:

En niveles de fuerza, Midas está a la par con la fuerza base de Joseph.

7 Pecados de la muerte. [TERMINADA]Where stories live. Discover now