Capítulo XI (tercera parte)

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La calma pronto volvió a sentirse entre los dos. Jeyko se quedó dormido sobre el pecho de Ángel, luego de dos noches enteras sin dormir lo suficiente. No se separaron. Los brazos de Ángel rodearon con delicadeza el cuerpo de Jeyko, le acarició la espalda de arriba a abajo, observó y acarició las marcas dejadas en su cuerpo. Sabía que para la noche de bodas todas desaparecerían y Andrea no se daría por enterada, más eso no lo tranquilizó. Jeyko dormía profundamente. Ángel continuó despierto sin dejar de acariciarlo. No sabía qué iba a hacer ahora. Se había prometido así mismo una y otra vez hacerse a un lado, detener todo aquello y darle tiempo a Jeyko para retomar su vida y su felicidad. Por el contrario, cedía cada que él se lo permitía, iba en contra de sus propias decisiones y se dejaba llevar por ese deseo físico que se volvía cada vez más incalculable. Lo peor era la imagen de Andrea que lo atormentaba en su cabeza, esa mirada que le había molestado siempre parecía verlo desde una esquina de la habitación, y ese estado de felicidad absoluta se entremezclaban con uno de completa perturbación. Ángel lloró en silencio, sin perturbar a Jeyko. Su felicidad jamás sería completa. Los momentos increíbles como el que acababa de vivir se esfumaban tan rápido que apenas lograba percatarse, y la realidad no tardaba en estrellarse contra su lecho y recordarle por qué no debían estar juntos, porque no pueden, aún cuando ambos fueran hombres libres.

Trato de ignorar el timbre de la puerta. Apretó con más fuerza entre sus brazos el cuerpo de Jeyko. No tenía idea de quién podía ser. Temía en lo más profundo que fuera Andrea, que descubriera con disgusto las marcas dejadas en su cuerpo y lo separará para siempre de él. Jeyko lo odiaría por ser el culpable de todo.

—¿Quién puede ser? —preguntó Jeyko mientras trataba de despertarse.

—No lo sé.

—Voy a bañarme ¿puedes mirar quién es?

Jeyko se levantó de la cama luego de besarlo y sonreírle con franqueza. Aun cuando sus ojos aún estaban adormilados, descubrió en ellos una tranquilidad que no le veía desde que empezara todo el asunto con la boda. Lo vio feliz y eso rompió el corazón de Ángel, que sintiéndose igual dejó que todos los miedos que tenía se apoderarán de él. Jeyko salió de la habitación mientras Ángel se cambiaba. Se vistió rápidamente luego de limpiar los restos que el acto había dejado en su cuerpo y fue hasta la puerta. El timbre había empezado a sonar más rápido que las primeras veces y el molesto tintineo había empezado a enojarlo, sobre todo porque no habían recibido la llamada desde la portería para autorizar el ingreso de nadie. Respiró hondo antes de girar el picaporte. Para su sorpresa nadie que conociera estaba del otro lado. Un hombre de tez morena, de más o menos su estatura y de penetrantes ojos negros estaba parado frente a él. El hombre, a pesar de ser casi igual de alto que Ángel se veía mucho más grueso, seguramente asistía al gimnasio con regularidad. Llevaba puesto unos Jean azules y una simple camiseta blanca con una boina que tapaba su cabeza aparentemente rapada.

—¿Jeyko está? —preguntó el extraño sonriéndole.

—Sí —respondió Ángel inseguro de dar algún tipo de información— ¿quién eres?

—Oh, lo siento —volvió a sonreír y se acercó a la puerta recostándose en el borde y dando un vistazo hacia adentro— Jeyko me llamó esta mañana dijo que iría hasta mi casa y como no apareció decidí venir...

—¿Mateo?

—Wow, eso es una sorpresa, así que sabes quién soy, y —dedicó una mirada a Ángel observándolo de arriba a abajo— ¿Quién eres tú?

—Ángel —muchos adjetivos de cómo podía presentarse se le atravesaron en la cabeza, pero no sabía cuál de ellos sería correcto, solo atinó a decir lo que hubiera dicho en cualquier otra situación—, amigo de Jeyko, siga, está tomando un baño y no tarda.

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