Capítulo IV

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Desde que Alex tenía memoria, Juan había evitado a toda costa alejarse de él. Le había protegido de otros que buscaban hacerle daño, se metía en problemas que muchas veces no tenían que ver con él, lo que le había llevado a volverse introvertido, para no permitir que los secretos de Alex, sus actos y cosas que fácilmente olvidaba volvieran para hacerle daño. Nadie sabía por qué la devoción de Juan hacia Alex, y probablemente pasaría mucho tiempo antes de que lo supieran. El mismo Alex se había atrevido a hacerle la misma pregunta en ocasiones en la que su cercanía se le hacía casi insoportable, más sin embargo en esas mismas ocasiones era incapaz de alejarlo, porque y entonces ¿qué haría, a donde iría?

Pero todo tenía una explicación. Juan y Alex se conocieron mucho antes de conocer a Jeyko, mucho antes de conocer a Ángel. Allá en ese lugar donde los amigos de toda la vida se conocen fue donde se vieron por primera vez, en el jardín de infantes. Alex siempre había sobresalido entre sus compañeros, y no por cualidades de las que una mamá se sentiría orgullosa. Empezando era de los niños más grandes de la clase, su cuerpo robusto había sido su firma desde niño, y su tamaño que sobrepasaba el de sus compañeros fue el pilar de sus problemas, en el jardín de infantes, en la primaria, incluso en el bachillerato. Juan había ingresado unos meses después de comenzado el año escolar, y repudio a Alex en cuanto este trató de ser su amigo, sin motivo alguno, simplemente porque así son los niños. Las cosas no fueron diferentes durante los dos años siguientes, seguían compartiendo la misma aula, los mismos compañeros, pero Juan disfrutaba de la amistad de todos, mientras a Alex le pasaba lo contrario.

Al cumplir los siete años, justo el día en que Alex los cumplía, las cosas cambiaron. No lo sabían, durante tres años habían estudiado juntos, pero hasta ese momento no lo supieron. Juan también cumplía años ese día, también cumplía siete años, y la profesora celebraba con una torta para todos y un balón de fútbol para cada uno de ellos.

Saliendo de la escuela, Alex había decidido seguir a Juan y felicitarlo personalmente. A pesar de su fuerte rechazo él realmente le agradaba, le gustaba verlo sonreír en el descanso y jugándole bromas pesadas a las maestras. Lo siguió de lejos, de modo que Juan no se percatara de su presencia, por lo menos hasta recoger el valor para acercarse. El camino se hacía largo y los pasos de Juan no se detenían en ninguna parte. Alex había comenzado a asustarse, el camino que Juan tomaba lo alejaba cada vez más de casa, y aunque su tamaño demostrara lo contrario él aún no estaba listo para estar lejos de casa. Asustado se detuvo en un parque que aún alcanzaba a reconocer, escondido detrás del poste pudo ver como Juan seguía alejándose. Era la última oportunidad que tenía para decirle algo, pero sus labios no se movieron. Entonces Juan se detuvo, se giró a verlo, sus ojos estaban empañados en lágrimas y Alex preocupado salió de su escondite y emprendió el camino hacia él.

—¡Aléjate! no sé qué quieres, pero aléjate.

—Ey no quiero hacerte daño, igual y mi camino está por este lugar.

—Mentira, tu casa está del otro lado.

Las lágrimas en los ojos de Juan no dejaron de salir y Alex un poco satisfecho no dejo de reír mientras le pedía que esperara. De la mochila sacó un par de chocolatinas y compartió una de ellas con Juan mientras le deseaba feliz cumpleaños. La mirada de Juan había quedado fría mientras recibía entre sus manos la barra de chocolate.

—Pero te he hecho daño.

—No quisiste ser mi amigo, pero cumplimos el mismo día, es como si fuéramos hermanos, los hermanos no tienen por qué ser amigos.

—Pero en verdad te hice daño.

—Si fue así no lo recuerdo, feliz cumpleaños.

Y con la misma tranquilidad con la que lo había seguido, se había ido.

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